Exonline
19 de mayo de 2009
Axel Didriksson
didrik@servidor.unam.mx
En el momento en que las elecciones intermedias se están llevando a cabo, vale la pena insistir, como martillito, en lo importante.
Con la frondosa evidencia del subdesarrollo político, educativo y cultural que se vive, los temas de fondo de la agenda nacional se disuelven en los enredos que se publican y se hacen del dominio público sobre la vida truculenta de las mafias que dominan el aparato gubernamental federal y la violencia, entre los dimes y diretes para hacer manifiestas las profundidades del lodazal y la podredumbre de su estilo de vida. ¿Por qué será?
En el momento en que las elecciones intermedias se están llevando a cabo (las mismas que definirán las nacionales de 2012), vale la pena insistir, como martillito, en lo importante. Y lo importante nos parece es que no están presentes el compromiso, la definición de recursos y las políticas para mejorar de forma sustancial la relación entre la ciencia, la educación y las universidades frente a los actuales problemas de la sociedad en riesgo en la que nos encontramos. La epidemia del virus de influenza A es una muestra instantánea de ello, pero sólo eso, una sola muestra, dramática por cierto.
En un desplegado reciente de la Academia Mexicana de la Ciencia (AMC) se señala que la crisis epidémica que estamos enfrentando revela “la dependencia científica de México ante el extranjero y la falta de confianza que los gobiernos federal y locales han tenido hacia la ciencia”. Señalan, también, la carencia de una política de Estado en materia científica, así como de recursos económicos para desarrollar las tareas de investigación y desarrollo (actualmente, éstos sólo llegan a 0.33% del PIB), a lo que debe de agregarse la evidente falta de políticas educativas y culturales adecuadas. Quienes ejercen el poder legítimo del Estado demuestran día a día, no sólo sentirse muy a gusto con su incultura, sino también que el tema de la ciencia y de la educación no les da ni les interesa.
Los indicadores son muy conocidos. La población escolar en educación superior apenas llega a 20% del grupo de edad correspondiente, el número de investigadores y de recursos para la ciencia es de los más bajos del mundo, las patentes son en su mayoría propiedad de extranjeros, la producción científica apenas abarca 1% de los artículos que se conocen y a las universidades se les obliga a una negociación anual infame para obtener alguna mejora en sus recursos financieros. Los responsables de formular y poner en marcha las políticas para la ciencia y la tecnología no tienen autoridad ante los investigadores ni frente a las instituciones académicas y padecemos retrasos escalofriantes en las definiciones del qué hacer y sobre el cómo mejorar el panorama de la educación y de la ciencia en el país.
Los candidatos que se presentan en estas elecciones intermedias tampoco parecen estar muy bien preparados en estos temas fundamentales para el país. En ninguna de las plataformas políticas de los principales partidos aparece el tema de la ciencia y de la educación con algún sentido de pertinencia y de coherencia. En algunos casos los discursos tocan el asunto de forma aislada e inesperada. Ya veremos y comprobaremos, en el curso de las actuales campañas, el manejo de estos temas. No esperamos mucho tampoco.
Por lo pronto, la falta de investigación y desarrollo, de una ciencia pujante que presente alternativas ante las crisis cíclicas que tenemos que afrontar ahora y las que vendrán, se muestra de manera crítica. Todo se nos revuelve, particularmente con efectos en el estómago.
El número de investigadores y de recursos es de los más bajos del mundo, las patentes son, en su mayoría, de extranjeros.