A Ciencia cierta
15 de noviembre de 2005
Diana Birrichaga Gardida*
En las últimas décadas, el crecimiento de las ciudades mexicanas ha obligado a las autoridades y a diversos sectores a buscar nuevas fuentes de abastecimiento para satisfacer la demanda de agua potable. El agua de riego y para usos industriales ha tenido que emplearse en el consumo en los centros urbanos, ocasionando conflictos entre grupos. Los recientes enfrentamientos en Temascaltepec y Villa Guerrero, Estado de México, por el trasvase del agua a la zona metropolitana del Valle de México, son ejemplos de las repercusiones políticas y sociales del consumo excesivo de recursos hídricos.
Esta problemática no es reciente, pues las constantes transformaciones de las ciudades han implicado nuevos modelos de abasto. Las sociedades prehispánicas vieron desaparecer sus sistemas hidráulicos para dar paso a los grandes acueductos, zanjas y cajas de agua introducidos por los conquistadores. A mediados del siglo XIX, la infraestructura colonial fue sustituida por otro sistema.
Es prioritario establecer cuáles fueron los patrones de consumo de agua en el pasado a fin de explicar la grave crisis que enfrenta México. La reconstrucción histórica de los usos sociales del agua es una vía que permite definir cómo a principios del siglo XX surgió una política urbanística orientada a modificar la antigua traza colonial de las ciudades, mediante la construcción de obras públicas.
El proceso de modernización incluyó la instalación de un sistema en red, que consistía en un circuito de tuberías que permitía ampliar la oferta del servicio. Los cambios tecnológicos repercutieron en la percepción que tenían los mexicanos sobre el agua.
Con el nuevo sistema, cada habitante debía recibir 100 litros diarios. Esta cantidad de agua contrastaba con 10 litros que consumían los residentes urbanos en la época colonial, que se abastecían mediante acueductos y cajas de agua.
¡Había más agua para consumir!
El mayor volumen de agua trajo aparejado cambios radicales en la vida cotidiana, por ejemplo, la instalación de regaderas dentro de las casas.
La caída del régimen de Porfirio Díaz no transformó el interés de las autoridades en introducir el sistema en red. Los gobiernos posrevolucionarios consideraban prioritario construir nuevos sistemas en todas las poblaciones del país. Uno de los argumentos para modificar el sistema de distribución de agua potable fue la necesidad de incrementar la población como pilar del desarrollo económico.
La expansión demográfica debía revertir los niveles de mortandad que alteraban la evolución y comportamiento de la población. La nueva tecnología también permitió el trasvase de agua de cuencas distintas. En este contexto, se realizaron las obras para abastecer con las aguas de Lerma a la Ciudad de México.
El abasto y la distribución de agua potable con el nuevo sistema tuvo dos esquemas: el primero era que los algunos ayuntamientos o gobiernos estatales prestaran el servicio en los principales centros urbanos, y el segundo consistía en que otros gobiernos locales cedieran el abasto de agua potable a compañías particulares. Los registros señalan la creación de más de 30 empresas en todo el país.
Es claro que con esta oleada de modernidad las principales ciudades vieron transformados sus sistemas de agua potable. Sin embargo, los pequeños poblados fueron excluidos de este progreso.
Actualmente, en muchas de estas ciudades la red hidráulica ha envejecido, como lo demuestran las numerosas fugas de agua que se detectan a diario. Pero en otras poblaciones los habitantes todavía esperan contar con agua potable en sus casas, que los exima de las pesadas labores que implica conseguir el vital líquido a grandes distancias.
*Investigadora del El Colegio Mexiquense AC En este espacio de la Academia Mexicana de Ciencias escriben integrantes de la comunidad científica.