Desde la red
29 de diciembre de 2009
José de Jesús Castellanos
josecast48@yahoo.com
Aguascalientes, MÉXICO.- Premiar a alguien, como una forma de reconocer sus méritos, es muy complejo y muy subjetivo. En cierta forma podríamos decir que está en el ámbito de las opiniones. Un comité vota en función de una propuesta y unos elementos que sirven de base para determinar si los posibles candidatos son merecedores de la presea y cuál de todos es el que tiene los mayores méritos.
Suele ocurrir, y lo hemos visto en los últimos días, que un premio se otorgue a alguien de dudosos méritos para merecerlo. Tal es el caso del presidente Barack Obama quien recibió el Premio Nobel de la Paz, apenas pocos meses después de iniciado su gobierno y sin que existan elementos de juicio objetivos para poder determinar que, efectivamente, su gestión al frente de la nación más poderosa del mundo favorece la paz.
Dar premios por dichos, por promesas o por propósitos no resulta muy sólido, si no está respaldado por los hechos. Algunos dirán que el Presidente Obama se lo merece –los que se lo otorgaron, por supuesto–, pero en la opinión pública lo menos que encontramos son dudas.
En este contexto, me permito dudar de la pertinencia de que se haya otorgado al Ministro José Ramón Cossío Díaz, el Premio Nacional de Ciencias y Artes, de la Academia Mexicana de Ciencias. Sin duda alguna, el Ministro es un hombre erudito y un investigador, autor de numerosos libros y maestro de educación superior, en fin, en todo un Doctor en Derecho.
¿Eso es suficiente para merecer el premio? No, para mi leal saber y entender, cuando en su actuación como Ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) no se ha apegado ni respetado el aporte de la ciencia y no ha ejercido el arte de la justicia.
Es más, ni siquiera fue capaz de recoger con fidelidad los razonamientos de sus colegas e integrarlos en el engrose de la sentencia por la cual se rechazó la acción de inconstitucionalidad de las reformas legales en el Distrito Federal que permiten el aborto –sí, aborto– durante las 12 primeras semanas de gestación. En su discusión final cada uno de los ministros emitió un voto particular que impidió que se sentara jurisprudencia al respecto.
El Ministro Cossío y siete de sus colegas, de acuerdo con las diversas opiniones que expresaron, no aceptaron que la Constitución protegiera la vida desde el momento de la concepción, ni el derecho a ésta del nuevo ser humano en proceso de desarrollo en el seno materno. No se trató de un hecho científico ni se tomaron en cuenta las evidencias científicas acerca de la existencia de una vida humana, sujeta de derechos.
Del mismo modo, la decisión de la Corte, que según se ha dicho, fue liderada por el Ministro Cossío, junto con el lamentablemente inolvidable Ministro Genaro Góngora, tampoco constituyó un acto de justicia, ni como consecuencia de la ciencia jurídica, ni como arte, ni como virtud.
El objeto del derecho es la justicia, y es necesario alcanzarla en un juicio, pero en cambio no sólo se puso en juego una vida, sino la de miles que ya han sido injustamente ejecutadas en las clínicas del Gobierno del Distrito Federal y en los negocios particulares de los mata cigüeñas.
¿Cómo puede ser merecedor de un Premio de Ciencias y Artes quien así actúa? Me parece que por más que haya escrito y enseñado –y desconozco cómo lo haya hecho–, su actuación no me parece muy meritoria. ¿Qué concepto de ciencia tendrán quienes definieron este premio? ¿Cómo aprecian el arte de impartir justicia?
Lamentablemente, en este caso, como en el de Obama, quedan en entredicho quienes otorgan el premio y se devalúa dicha presea. Y, en ambos escenarios, surgen las sospechas acerca de los motivos que inclinaron la balanza en la decisión y, lamentablemente considero que fueron políticos. ¡Lástima! Quizá había otros muchos que hubieran sido merecedores de reconocimiento. Quizá a otros no les llene ya de mucho orgullo ser incluidos en la lista de los galardonados.
Pero, en fin, unos opinan a favor, otros opinamos en contra.