Violencia contra la mujer, problema a la alza

Salud y Medicinas
4 de abril de 2010
Karina Galarza Vásquez

Muchas mujeres huyen de casa llevando como único equipaje su vida; otras perciben amenazante figura y lluvia de insultos, y algunas saben que no verán un nuevo amanecer. Si bien la violencia doméstica es un problema creciente, todavía sigue acallado y se le resta importancia.

En México, según cifras oficiales, 47 de cada 100 mujeres en pareja han sufrido agresión —física, sexual o psicológica— por parte de su compañero y 7 de cada 10 víctimas de este flagelo volvieron a ser atacadas al menos una vez en 12 meses. Asimismo, 130 mil son lesionadas cada año con arma blanca o de fuego.

La violencia en el hogar no está asociada con la supervivencia del individuo, sino con la idea de superioridad que, de manera ancestral, se ha arraigado en los hombres, así como con la concepción de sumisión y obediencia transmitida a la población femenina.

“De esta manera, los varones se desarrollan y se desenvuelven en sistema de dominio y control que les genera condiciones para ejercer la violencia ante algún conflicto con su pareja. Se trata de cuestión ‘invisible’ para muchos de ellos, derivada del contexto social y cultural, pero también en relación con la responsabilidad personal”, señala el psicólogo Francisco Cervantes Islas, coordinador de la asociación civil Corazonar, Abriendo Senderos hacia la Reconciliación.

Y enfatiza que, en la actualidad, todavía hay personas que consideran que la mujer le debe obediencia al hombre. “Por tanto, el grado de sensibilidad sobre si hay o no violencia está condicionado por la conciencia femenina y la autocrítica masculina. Así, podemos encontrar gente que cree que el problema es menor, lo que se debe a que están sintonizados en ancestral cultura de dominio.”

Desmenuzando el problema

La violencia contra la mujer ha existido a lo largo de la historia de la humanidad en todos los países, sin importar clase social o nivel intelectual, cultura o credo. Es más, en muchas ocasiones ha sido —y aún lo es— alentada y justificada por los dos últimos factores citados.

Además, se trata de cuestión de aprendizaje que se transmite de una generación a otra, pues las personas han sido socializadas en la creencia de que la mujer forma parte de categoría secundaria respecto al hombre y, por tanto, no cuenta con los mismos derechos ni obligaciones. Por lo anterior, ella termina convirtiéndose en “algo” que tiene propietario.

“Cabe destacar que la violencia también se presenta porque no se tiene la capacidad de aprender a respetarse ni de reconocer que lo diferente no es amenaza”, refiere Cervantes Islas. A ello se suma, agrega el especialista, la existencia de la cultura machista, “de la cual los hombres somos muy cínicos o inconscientes, y no la queremos reconocer. Ante esto, basta poner atención a los insultos que utiliza un varón para rebajar a otro: lo compara con el género opuesto”.

De acuerdo con Rosaura Ruiz, secretaria de Desarrollo Institucional de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), detrás de la problemática que nos ocupa, se encuentran poder, dominio y control impunes ejercidos por hombres, renuentes a cuestionar su supremacía. En su origen encontramos las políticas e intereses de la sociedad patriarcal, cuya condición es la de preservar los privilegios masculinos con base en el dominio sobre las mujeres.

La brutalidad cotidiana, resalta la especialista, a pesar de encontrarse tan arraigada y pretendidamente justificada con base y criterios “naturales”, no provoca alarma, no reclama medidas inmediatas ni se concibe como grave conflicto político que exige atención lo más pronto posible, como sí lo constituyen, por ejemplo, el terrorismo o el narcotráfico.

Diferentes tipos

La violencia doméstica tiene lugar en el hogar y se interrelaciona con los miembros de la familia. Ejemplifica desequilibrio de poder, en el que una de las partes por acción (agresiones físicas, psicológicas o sexuales) u omisión (negligencia o abandono) ocasiona desde daño físico hasta psicológico. “Mediante estos actos, el hombre ratifica su necesidad de tener siempre el poder, razón y control”, advierte Cervantes Islas.

Las principales formas de maltrato son:

•Físico. Acción voluntaria que provoca lesiones a la mujer (empujones, bofetadas, puñetazos, patadas, quemaduras o, incluso, la muerte).
•Psicológico o emocional. Se propina mediante comportamiento o comentarios intencionados que provocan daño a la salud mental (gestos amenazantes, actos de restricción como control de amistades, dinero o salidas de casa); conductas destructivas que generan desvalorización, como críticas, insultos, humillaciones e inversión de la culpa (suelen utilizarse frases como: “Me haces enojar”, “como si te portaras tan bien” o “te lo mereces”).
•Sexual. Contacto erótico en contra de la voluntad de la mujer.
Estas tres formas de violencia suelen combinarse y es muy difícil encontrarlas separadas. Curiosamente, repiten tres fases:

•Acumulación de tensión. Episodios de roces permanentes entre los miembros de la pareja, que generan ansiedad y hostilidad.
•Episodio agudo. Explosión de violencia que descarga la tensión almacenada; el agresor intenta justificar la agresión al restarle importancia o negar el incidente.
•Luna de miel. Resurgimiento de la relación, acompañada de supuesto arrepentimiento del agresor, quien reconoce su culpa, pide perdón y promete no volver a ser violento. La duración de esta etapa se reduce con el tiempo, hasta desaparecer.
¿Forma de vida?
Por lo regular, la violencia hacia la mujer se genera en el seno familiar y se manifiesta en serie de conductas y actitudes que públicamente se consideran “formas de vida”, afirma Julia Chávez Carapia, profesora de la Escuela Nacional de Trabajo Social (ENTS) de la UNAM.

La experta puntualiza que si la mujer está habituada a experimentar actos que la lastiman, así como a mecanismos represivos en la familia, puede llegar a percibir tal brutalidad como costumbre y, al aparecer estas conductas en otros escenarios sociales, no le parecen extrañas.

Cabe señalar que la violencia no sólo consiste en demostrar fuerza a través de los golpes, pues existe de manera estructural, desde el momento en que tanto a hombres como a mujeres se les obliga a representar cierto papel en la comunidad, empero, ésta no les brinda la oportunidad de desempeñarlo.

Así, Chávez Carapia ejemplifica que si al varón se le exige que tenga trabajo seguro porque es el proveedor de la familia, ¿qué pasa cuando no tiene empleo? Muchas veces se vuelve agresivo con los miembros de su familia, generalmente con la esposa.

Y cuando la sociedad le pide a la mujer que sea abnegada madre, pareja sumisa y entregada ama de casa, y no le permite siquiera tener ingreso económico para satisfacer sus necesidades básicas, también se genera cierta forma de sojuzgamiento. Otra es cuando se incorpora a la vida profesional y no puede cubrir los roles sociales que le corresponden; en consecuencia, tiene necesidad de recibir mayor proyección y busca distribuir las 24 horas del día en atender ambos papeles.

Por otra parte, resulta alarmante que en la actualidad algunas mujeres, cuando se involucran sentimentalmente con alguien, vean normal que el novio les controle la vida, las insulten, golpeen o sean iracundos con ellas. “En efecto, la violencia se ha arraigado en las costumbres de incontables familias mexicanas, y a muchas de ellas les parece natural que los varones controlen la vida y cuerpo femeninos”, acota Cervantes Islas.

Devastadores efectos
En principio, las consecuencias de la violencia no son muy evidentes, sino hasta que se presenta situación grave, o bien sufre serie de daños que, con el paso del tiempo, se van tornando crónicos e, incluso, algunas mujeres pierden la vida. Las manifestaciones del maltrato se pueden agrupar de la siguiente forma:

•Psicológicas. Son comunes baja autoestima, depresión, ansiedad y trastornos del sueño, alimentación y sexuales. Hay quienes reproducen el cuadro sintomático típico de estrés postraumático (angustia y temor que surgen después de vivir fuerte experiencia), que puede orillar a la víctima al uso y abuso de alcohol, drogas y fármacos; con frecuencia, el suicidio es concebido como la única salida.
•Físicas. Lesiones de diversa consideración, que van desde heridas y moretones, hasta la muerte. También se desarrollan problemas de salud, como dolor crónico, trastornos gastrointestinales y alteraciones en piel, todo ello consecuencia del estrés constante al que se somete a la víctima, lo que debilita su sistema de defensas contra enfermedades (inmunológico). Asimismo, hay embarazo no deseado por la negativa del maltratador a usar métodos anticonceptivos, amén de que la violencia se correlaciona con aborto espontáneo, parto prematuro, sufrimiento fetal y niños con bajo peso al nacer.
•Sociales y del entorno. El agresor genera incomunicación y aislamiento emocional en los hijos (cuando los hay); además, la violencia contra la mujer se vuelve crónica (continua) por la dependencia económica y emocional: ella se siente incapaz de afrontar el mundo sola porque en ocasiones carece de formación que les permita acceso a trabajo remunerado. Y, por si fuera poco, no existe apoyo de la autoridad (policía), lo que genera miedo o facilita nuevas agresiones al no denunciar los hechos.

Salir del círculo

Quienes están inmersas en problema de violencia intrafamiliar, por lo general son criticadas por no abandonar al hombre que las maltrata; se les suele poner la etiqueta “tontas”, “dejadas” o “masoquistas”. Pero como hemos visto, se trata de personas que han perdido su autoestima, viven con miedo y/o traen aprendizaje que les indica que “así son las relaciones”.

Lo cierto es que cuando al fin deciden retomar su vida y ponerle fin al abuso, se enfrentan a distintas luchas internas. “Ello se debe a que la sociedad les envía nuevo mensaje: ‘Debes obedecer a tu esposo’, y éste se antepone a su deseo personal de vivir en tranquilidad y trabajar. Al mismo tiempo, destaca lo que su pareja le impone: ‘Estás loca, harás lo que yo diga’. Muchas veces no se supera este conflicto”, aclara Cervantes Islas.

Al respecto, el Dr. Ernesto Lammoglia —especialista ampliamente reconocido por el trabajo que desarrolla con mujeres maltratadas— revela en su libro La violencia está en casa que, al preguntar a mujeres víctimas de abuso emocional por qué no abandonan a su pareja, le han respondido: “Porque no puedo”. Es aquí donde “existe enorme semejanza entre la dependencia a sustancias tóxicas y la dependencia a relaciones destructivas. Los adictos están enganchados a algo que los destruye y que, de no iniciar tratamiento, los aniquilará irremediablemente”.

En conclusión, los varones deberían aprender que ejercer violencia genera consecuencias negativas, además de quedar solos; en tanto, las mujeres tienen que entender que ellas no son responsables de lo que le ocurre a su pareja, y dejar de asumir culpas. De esta forma, lo más prudente es poner límites y alejarse de la relación agresiva cuando éstos han sido rebasados.


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