La Jornada
12 de agosto de 2009
Juan Neponte
Hace unos pocos días el único mexicano que ha recibido un premio Nobel relacionado con la investigación científica, Mario Molina, observaba: «México necesita generar más científicos, y científicos de excelencia, es fundamental que convenzamos a más estudiantes de que se dediquen a esta labor que es altamente satisfactoria. Pero no basta con convencer a muchos, sino que hay que hacerlo con los mejores y para ello se debe garantizar que tengan un trabajo en las universidades o institutos del país.»
Hace menos de un mes, la Academia Mexicana de Ciencias organizó el encuentro La ciencia en México, zona de desastre, desde donde se lanzaron críticas bien fundamentadas a las limitadísimas acciones y políticas que se implementan para organizar el sector científico, al mismo tiempo que invitaron a hacer un “rescate financiero” de la ciencia, a pesar –es decir, precisamente por ello– de la crisis generalizada que vive el país, subrayando la necesidad de crear nuevas plazas de trabajo, con el objetivo de forjar una nueva generación de investigadores, dado que la edad promedio de los miembros del Sistema Nacional de Investigadores (SNI) es de 55 años, lo que los acerca (en términos comunes y corrientes para este tipo de profesiones) a la jubilación, además de que la edad promedio de los candidatos a ingresar al SNI ronda los 38 años, edad en la que los jóvenes investigadores ya deberían contar con un trabajo estable en el cual desarrollen su potencial productivo, como suele ocurrir en los países líderes en ciencia y tecnología. También se volvió a escuchar el reclamo acerca de la magra inversión en ciencia, no solo absurdamente insuficiente, sino que también en permanente decrecimiento: en el año 2000 representaba el 0.42 por ciento del Producto Interno Bruto, para 2006 era más o menos el 0.36 por ciento y actualmente no pasa del 0.33 por ciento.
Combatir el desdén
Igualmente por esas fechas el Foro Consultivo Científico y Tecnológico organizó en evento con convocatoria nacional bajo el lema La ciencia, la tecnología y la innovación como noticias: los retos de la comunicación pública, en Acapulco, Guerrero. Desde la invitación se aludía a que “México enfrenta un desarrollo particularmente incierto, que demanda la participación de diversos sectores y actores de la sociedad, así como la inmediata aplicación de políticas creativas que propicien la reactivación de su economía y aseguren el bienestar social. Al histórico rezago educativo, científico, tecnológico y económico nacional se agrega un escenario de crisis financiera mundial que amenaza aún más la estabilidad de los mexicanos. En estas circunstancias, es imperioso reforzar los eslabones de la cadena de valor: educación de calidad, generación de conocimiento, desarrollos tecnológicos, innovación de procesos y productos y generación de empleos, que nos ayudarán, primero a sobrellevar y luego a superar tales adversidades.”
Sin embargo, es difícil imaginar una vinculación exitosa mientras los miembros de nuestra sociedad se perciban como ajenos a la ciencia y al desarrollo tecnológico y mientras los logros de la ciencia mexicana permanezcan literalmente invisibles para la mayoría de los ciudadanos.”
Es evidente el llamado que desde varias trincheras se hace a combatir la consabida falta de interés por la ciencia. Ya hemos mencionado en este mismo espacio algunos datos elocuentes, como el de la encuesta que realiza la Fundación Española de Ciencia y Tecnología en torno a la percepción social de la ciencia en su territorio nacional, cuyos más recientes resultados muestran que 7 de cada 10 encuestados permanecen alejados de la ciencia por puro y llano desinterés. Dicha batalla, entonces, pasa por la imperiosa necesidad de forjar una noción de cultura que contemple la ciencia como uno de sus elementos fundamentales. No sólo para elevar la matrícula de carreras científicas y tecnológicas, sino como refuerzo de una sociedad democrática contemporánea, como recuerda Hubert Reeves: “muchas de las dificultades de nuestro siglo provienen que gran parte de la población posee una información muy reducida sobre el mundo”.
Ciencia, religión y arte
Una de las estrategias más socorridas en la búsqueda de tender puentes entre la ciencia y el resto de la sociedad son las actividades de divulgación científica relativas a alguna celebración particular. Por ejemplo, durante este 2009 se han planeado interesantes actividades a lo largo y ancho del mundo para celebrar dos importantes conmemoraciones: el Año Internacional de la Astronomía y el Año Darwin.
La primera de éstas se debe a que hace 400 años Galileo Galilei –a quien se le reconoce como padre de la ciencia moderna– tuvo la osadía de dirigir hacia el cielo un telescopio que él mismo había fabricado; evidentemente, se encontró con menos ángeles de los esperados (inclusive por él mismo, una persona fervorosamente religiosa) y en cambio vislumbró una serie de hallazgos en la Luna y en Saturno, principalmente. La segunda obedece un doble motivo: a que hace 200 años nació Charles Darwin, constructor de la Teoría de la Evolución y a que hace 150 años publicó su obra El origen de las especies mediante la selección natural o la conservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida. El impacto de esta obra tanto a nivel social como entre los científicos fue extraordinario: hasta la fecha los conceptos relacionados con la Evolución suscitan todo tipo de discusiones.
Tanto Galileo en la Italia renacentista –en pleno alistamiento para la Revolución Científica– como Darwin en la Inglaterra victoriana, tuvieron serios encontronazos con la Iglesia. Galileo fue obligado a retractarse en un ignominioso acto público y Darwin fue objeto de ridiculizaciones, convirtiéndose, sin así quererlo, en el centro de infinitos debates entre fanáticos religiosos y los autonombrados defensores de la Evolución.
Pero en este 2009 también se conmemoran los 50 años de la publicación de Las dos culturas, de Charles Percy Snow, con el que este físico y novelista inglés consiguió encender la discusión sobre la separación entre las ciencias y las llamadas “humanidades”, por la aparente falta de incomprensión y de comunicación entre artistas y científicos, o entre científicos de diferentes disciplinas.
Así que las cosas están dadas para que en este 2009 recapitulemos las historias de la astronomía, la biología y el arte, así como sus relaciones con la religión, actualizando los debates y desde una mirada integral, caleidoscópica, que es de lo que se trata la invitación a la Universidad Internacional de Verano que es organizada por el Centro Universitario de los Lagos (CULagos) de la Universidad de Guadalajara, cuya sede principal se encuentra en Lagos de Moreno, Jalisco, durante varias semanas.
Se trata de un amplio y diverso programa de actividades (se puede consultar en: www.lagos.udg.mx) que contempla la participación del fisiólogo mexicano de origen argentino Marcelino Cereijido, incesante motor de la reflexión acerca de la ciencia y la sociedad, en obras como Por qué no tenemos ciencia o Ciencia sin seso, locura doble; el filósofo de la ciencia León Olivé, quien ha insistido en un nuevo contrato social sobre la ciencia y la tecnología; dos de los astrónomos mexicanos más reconocidos a nivel mundial, Manuel Peimbert y Silvia Torre-Peimbert; Sergio Martínez, Susana Biro, Esmeralda Matute, entre muchos otros más, atendiendo cuestiones como la Evolución como paradigma, Galileo astrónomo, la imposibilidad de la certeza, Galileo y la literatura…
Alguna vez escribió Marcelino Cereijido: “Debemos adaptar nuestra divulgación para que el filósofo, el historiador, el funcionario, el empresario y el legislador entiendan los investigadores de su país, y comprendan que si bien la investigación depende preponderantemente de los investigadores, la ciencia depende crucialmente de ellos mismos”. Lo mismo se debe aplicar al involucramiento de la sociedad en general: en la medida en que los “ciudadanos” se interesen por la ciencia, asumirán la importantísima responsabilidad que tienen para exigir que las políticas públicas en relación con la ciencia realmente sean las que necesitamos.