El Sol de México
27 de noviembre de 2007
Alejandro Díaz
El concepto de «investigación científica» la asociamos a grandes instituciones, como empresas o universidades, como si sólo ellas pudieran llevarla a cabo. La costumbre ha hecho de la investigación una especie de tabernáculo sagrado al que sólo los iniciados pueden acceder y practicar, una actividad en la que sólo con grandes cantidades de dinero se puede tener éxito.
Son pocos los osados que intentan iniciar una investigación fuera de los sistemas establecidos para su realización, lo que ciertamente es correcto cuando abordan temas en los límites de la ética, pero los demás temas deben poderse abordar por todos con entera libertad, en especial si buscan desarrollar mejores niveles de vida o dar soluciones a problemas cotidianos de los seres humanos. La investigación debe servir a todos.
Debemos despejar el velo con el que los investigadores envuelven lo que realizan y multiplicar su utilización. La investigación debe hacerse en todos los campos y en todas las especialidades; practicarse no sólo en laboratorios sino en talleres, casas y en el mismo campo.
Ciertamente debe ser cuidadosa, comenzando con el estudio sistemático de lo que se quiere resolver, describiendo el problema y el análisis de sus posibles soluciones, así como probando varias de ellas y llevando un cuidadoso registro de cada intento. Es imprescindible este registro para evitar recaer en errores, pero también para dejar constancia de los intentos y los éxitos parciales alcanzados; además, es necesario para demostrar la paternidad de lo obtenido en la investigación.
Desde siempre la investigación en México ha sido difícil; muy pocos descubrimientos e invenciones pueden considerarse verdaderamente mexicanos. Un solo elemento químico, el vanadio, es considerado resultado de la investigación de un mexicano (Andrés Manuel del Río), y son muy pocos los descubrimientos e inventos atribuidos a mexicanos. Apenas, si los avances en la televisión hechos por González Camarena o los desarrollos de medicamentos a partir de medicinas tradicionales como el áloe vera y la raíz llamada cabeza de indio son de los pocos frutos reconocidos como de investigaciones hechas en México. Sin embargo, hay miles más de ellas, con resultados sorprendentes que no son conocidas porque no tuvieron suficiente apoyo ni difusión.
En los últimos 50 años la investigación en México se ha concentrado en el área humanística, donde florecieron investigaciones históricas, sociales y antropológicas. En cambio, casi no hay en el ámbito de la física, la medicina, la química o las matemáticas. Tan nuestro país no ha logrado destacar en el campo de las ciencias exactas y aplicadas, que su único científico que ha recibido un Premio Nobel en este campo desarrolló su actividad en Estados Unidos. Allá encontró el campo propicio que no le ofreció nuestro país, a pesar de que en México se hace investigación en distintos campos y hasta existe una Academia Nacional de Ciencias que articula el trabajo de los investigadores que trabajan en el ámbito público.
Lo que sucede es que el problema de la investigación en México es el mismo de muchos ámbitos: creemos, y queremos que todo lo solucione el gobierno, sin meditar que la iniciativa personal y social es la que debe impulsar a la investigación. Además de empresas y fundaciones, deben hacerlo los propios interesados ya sea con medios propios o concertados con otros. Ciertamente el Estado -léase el gobierno, pero también la sociedad organizada- debe fomentar la investigación en los campos que más le interesan al país: del agrícola al de las telecomunicaciones, de la protección del medio ambiente al fomento a la educación, sin limitarlos.
La ayuda que puede aportar el Estado para investigación es mucho menor que la fuerza que puede alcanzar la iniciativa personal de millones de mexicanos. México necesita terminar el letargo de un sistema educativo y laboral dedicado a formar empleados en vez de formar emprendedores. Sólo así la investigación detonará las posibilidades de mejores niveles de vida. Cuando desatemos la fuerza constructiva de la iniciativa personal vamos a ver no sólo mucha más investigación, sino un país distinto.
A guisa de ejemplo, de los que daré otros posteriormente, en otra latitud, y bajo un sistema educativo mejor pensado, hace 30 años un creativo programador de computadoras logró iniciar una de las empresas más importantes del mundo sin más armas que su inteligencia. No requirió de nadie que le apoyara su investigación, ni nadie le facilitó un laboratorio para que realizara su sueño. Trabajando inicialmente él solo en un garaje, desarrolló la empresa más grande del mundo de programación: Bill Gates.
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