La Jornada
18 de enero de 2007
René Drucker Colín
La actividad científica de este país siempre ha tenido que trabajar con escasos recursos. Ni el Ejecutivo ni la Cámara de Diputados han tenido hacia la ciencia algún interés real. De hecho, esto se puede comprobar fácilmente echándole un ojito al histórico del porcentaje del PIB que se destina a este rubro, digamos desde 1980 (o sea, un cuarto de siglo), y veremos que ha estado fluctuando entre 0.3 y 0.4. En otras palabras, mientras en otros países la inversión en ciencia y tecnología fluctúa entre 1.0 y 4.0 por ciento del PIB (véase Suecia, Estados Unidos, Francia, Alemania, España, Corea, Japón, etcétera), México se aferra a mantener la inversión sin grandes cambios presupuestales y, más bien, dándonos el cambio que sobra en el presupuesto. Un dato sobre el efecto que esto tiene es que en México hay un científico por cada 8 mil 660 habitantes aproximadamente. En Estados Unidos hay un científico por cada 237 habitantes, en Francia un científico por cada 184 habitantes, y en Brasil un científico por cada 2 mil 237 habitantes. Por cierto, Brasil ya invierte casi uno por ciento de su PIB en ciencia y gradúa con doctorado a cerca de 10 mil estudiantes al año, mientras que nosotros graduamos poco más o menos mil 500.
Todo el sexenio pasado estuvo lleno de desatinos en el Conacyt y el presupuesto fue cada año menor, al grado que al 15 de enero de este 2007 no se ha entregado un solo centavo a los proyectos aprobados de la convocatoria de ciencias básicas de Âlea bien 2005. Los investigadores jóvenes y los no tan jóvenes están empezando a sentir cada vez más el rigor de la falta total de recursos para hacer ciencia, esto desde luego repercutirá en su productividad y como consecuencia el día que sean evaluados se verán severamente afectados y a la larga esto tendrá un efecto en sus sueldos. Los que puedan, y serán muchos, procurarán irse del país, para así engrosar la ya numerosa fila de mexicanos bien preparados que están en el extranjero y que no han podido (aunque sí querido) obtener un sitio donde trabajar en México.
Creo que sólo la UNAM ha logrado incorporar alrededor de 50 a 60 plazas de investigador por año, en los últimos seis-siete años, gracias al esfuerzo del actual rector, quien ha priorizado la investigación dentro de sus esfuerzos por fortalecer a la universidad. Dentro de este triste panorama nacional, los diputados, siempre lampiños de ideas y cortos de visión (salvo la personal o de grupo), tuvieron a bien no aceptar reducir gastos asignados a sus partidos para dar ese dinero a la ciencia. Está claro que otorgarle más dinero a la única actividad que puede contribuir eficazmente al desarrollo económico y social del país es mucho menos importante que despilfarrar el dinero de los contribuyentes en las generalmente inútiles actividades de los partidos políticos.
Dentro de este escenario es sorprendente ver que prácticamente hay una ausencia total de voces que defiendan enérgicamente a la ciencia. Si no fuera por el rector de la UNAM y dos que tres voces por ahí, la ciencia no tiene quién la defienda. Ni la Academia Mexicana de Ciencias ni las Sociedades Científicas ni los científicos más notables han tenido a bien manifestar su desacuerdo con las pésimas condiciones por las cuales atraviesa la ciencia mexicana. No sé si esto es una estrategia en el sentido de que se piense que se valorará el silencio positivamente y en automático elevarán pronto los recursos como un gesto de agradecimiento, o si ya se piensa que estamos en la lona y ni para qué levantarnos, al fin que nadie nos entiende.
A la clase política, sobre todo la que está ahora en el poder, no le interesa la ciencia, pero a la clase política que está en el otro lado del espejo, tampoco. Ni a la derecha ni a la izquierda les interesa la ciencia y la tecnología. ¿Será que no le entienden? Les recomiendo una miradita para ese lado, a lo mejor se ilustran y hasta podrán ser políticos más eficaces; chance y esto último sí les interese.