El Universal
28 de noviembre de 2008
José Sarukhán
Hace unos 10 días tuve ocasión de constatar, una vez más, el bajo grado de presencia de nuestra ciencia, la mexicana, en el escenario internacional. No me refiero a la proporción de la producción científica global que se realiza en nuestro país, sino de la presencia de la ciencia y en general de la academia mexicana en la representación oficial que nuestro país tiene ante muchos organismos internacionales de diferente índole y tamaño.
La ocasión a la que me refiero fue la Asamblea General de la Academia del Mundo en Desarrollo (TWAS, por sus siglas en inglés) que se llevó a cabo en la ciudad de México y que celebraba el primer cuarto de siglo de vida de la institución.
La anfitriona de la reunión fue la Academia Mexicana de Ciencias, que hizo un espléndido papel en la organización del evento. El comentario surge porque meditaba, mientras asistía a la reunión, acerca del esfuerzo de representación científica internacional que países como India, China, Brasil, Sudáfrica y otros sostienen intensa y profesionalmente. Nosotros lo hacemos muy mal en este rubro.
A lo largo de décadas, la representación oficial mexicana, ya sea por medio de la SRE o de otras secretarías de Estado, dependiendo del tema, no le ha dado importancia alguna a contar con la gente experta y de alta calidad en cada uno de los temas, que ejerza esa representación de manera continuada y profesional.
He estado en varias reuniones (v.g. la OCDE) en temas de biodiversidad y ecología agrícola, en las que nunca la persona que llevaba la representación “oficial” del país era la misma dos reuniones seguidas. Quien esto escribe y otros colegas teníamos en cada nueva reunión que “instruir” al representante oficial de qué trataba el tema, lo que se había discutido en la reunión previa, etcétera. Una muy importante excepción a esto ha sido en los temas ambientales, en los que la continuidad de la representación oficial, mantenida por dependencias del sector (INE, Conabio, Conanp), ha tenido una presencia consistente, respetada y buscada en el liderazgo de las discusiones.
México tuvo, hasta el inicio de la década de los 80, agregados científicos en algunas de sus embajadas más relevantes. Han dejado de existir desde entonces, quizá con la idea, optimista y equivocada, de que los agregados culturales cubren el papel de un agregado científico. Un agregado científico debe tener la función de “otear” el ambiente científico del país o región a su cargo para descubrir oportunidades de colaboración e interacción con comunidades científicas con las cuales nos interesa crear y mantener programas que ayuden al desarrollo de la ciencia mexicana.
No son puestos de premio o consolación. Deberían ser individuos activos y conocedores del ambiente científico mexicano y del regional, incluso conocidos por su producción en alguna de las áreas de la ciencia, con buena capacidad gestora y organizativa.
No se requeriría de uno de tales agregados en cada embajada. Sería un gasto inútil en muchos casos. Bastaría tener menos de media docena de ellos, ubicados estratégicamente en regiones relevantes: Norteamérica, Sudamérica, Europa, Asia y Asia-Pacífico.
Sé que sugerir lo anterior a estas alturas de la crisis económica internacional podría considerarse como utópico. Pero me pregunto si el costo de sostener media docena o menos de tales individuos interrumpiría algún proyecto prioritario o vital del país o de Conacyt.
jose.sarukhan@hotmail.com
Investigador del Instituto de Ecología de la UNAM