El Universal
29 de junio de 2006
Ricardo Cerón
Vincular esta disciplina con el desarrollo es la apuesta de Juan Pedro Laclette, nuevo presidente de la Academia Mexicana de Ciencias
Al igual que sus escritores preferidos de novelas históricas, quienes primero deben recopilar todos los elementos para empezar a crear algo, Juan Pedro Laclette, presidente de la Academia Mexicana de Ciencias, tiene la ilusión de comenzar a unir las piezas que en el futuro provoquen un gran surgimiento de la ciencia en el país.
Para Laclette, ese despegue científico en México debe tener como base la incorporación de la ciencia a la cultura nacional, es decir, el comenzar una alfabetización científica en todo el país que se realice a través de la educación escolar.
Ese tipo de acciones provocarán en el futuro que la ciencia mexicana no sólo esté asociada a la educación sino a cualquier estrategia de desarrollo económico, opina.
Para el investigador es más interesante ayudar a construir el desarrollo científico en México, que integrarse como una pieza más en la estructura científica estadounidense.
Practicante del atletismo desde hace 25 años, Juan Pedro Laclette también se dice aficionado al futbol, porque es un deporte que mejor simula a una cacería entre grupos, un mundo maravilloso donde hay grandes personajes y argumentos, pero que al silbatazo final se acaba y se regresa a la realidad.
-¿Cuándo nace su interés por la ciencia?
-Desde niño tuve curiosidad por entender la naturaleza y me gustaba identificar las estrellas, incluso todavía me sé las constelaciones.
También me gustaba leer mucho, sobre todo, acerca de las cosas microscópicas como los quásares. Sin embargo, mi vocación científica comienza a los 17 años cuando ingreso a la universidad.
-¿Y actualmente qué libro lee?
-Uno de Jared Diamond que se llama Armas, gérmenes y acero, el cual es muy interesante porque trata acerca de la ocupación humana del planeta, cómo se fueron colonizando los continentes y cuáles fueron los factores para que algunos grupos progresaran más y otros estuvieran al margen.
-¿Hay algún escritor que le llame particularmente la atención?
-Me gustan los que escriben novelas históricas, como Taylor Caldwell, quien escribió La columna de hierro o Valerio Massimo Manfredi, quien escribió acerca de Alejandro Magno, porque son autores que se documentan de una manera extraordinaria.
-¿Practica algún deporte?
-Actualmente poco, pero durante 25 años corría con frecuencia. También me gusta el futbol, pero ahora cuando juego «cascaritas» ya debe uno de cuidarse, porque hace poco en un encuentro un colega sufrió un esguince. Por eso ya jugamos sin que se valga barrerse, porque entre lastimar a un compañero o dejar que se vaya, mejor que se vaya.
-¿Qué opina del futbol?
-Es un mundo maravilloso, en donde hay grandes personajes y argumentos. Son cuestiones de vida o muerte que cuando se termina el partido se acaban y regresamos a lo normal.
El futbol es, sin duda, el deporte que más interesa a la humanidad, creo que porque simula de manera muy apropiada una cacería entre grupos. Somos la tribu del futbol y el Mundial como que enmarca la vida, vamos de Mundial en Mundial.
-Volviendo a la investigación, ¿por qué dedicarse a una carrera científica en un país donde se apoya poco a la ciencia?
-Para cambiar esa situación, porque la ciencia es un factor clave en el desarrollo de los países, y desde ese punto de vista, me parece que vivimos con la oportunidad de lograr un impulso importante de la ciencia en México.
Además me parece más interesante la situación de lograr un cambio, que el de continuar caminando en una misma dirección.
-¿Se le ha presentado la oportunidad de emigrar como científico a otro país?
– Sí. Casi toda mi carrera científica fue en Estados Unidos y en un par de ocasiones se me presentaron oportunidades de irme.
-¿Por qué no las tomó?
– Creo que a fin de cuentas uno hace un balance. Me parece más interesante la función de ayudar a construir el desarrollo científico, que la función de sólo integrarse como una pieza más en la inmensa estructura científica estadounidense.