La Jornada
16 de agosto de 2005
Javier Flores
Es muy importante dejar en claro que el Centro de Investigación y de Estudios Avanzados (Cinvestav) es una de las más importantes instituciones de investigación en México. A pesar de que ahora se le trate de presentar como un sitio en el que predominan los conflictos, es un centro de verdadera excelencia académica y científica. En ese lugar, cuya sede principal se encuentra en el norte de la ciudad de México y que cuenta con unidades regionales ubicadas en diferentes estados de la República, se respira un ambiente que es difícil encontrar en otras partes de la ciudad o del país: aprecio por la libertad, la originalidad y la crítica.
En la actualidad, varios problemas de tipo coyuntural han llevado al Cinvestav a aparecer ante la sociedad como lo que no es. Pueden existir diferencias entre algunos de sus integrantes, pero esto no significa que ésa sea la vida del centro. La producción en uno solo de sus departamentos o unidades bastaría para llenar varios medios de comunicación con información científica relevante. Al parecer existe interés en magnificar algunos de los problemas actuales para mostrar que la comunidad científica en México se encuentra dividida. Esto es falso.
La planta académica de este centro, creado por Arturo Rosenblueth en 1961, ha estado integrada por algunos de los más grandes científicos de México como José Adem, Carlos Casas Campillo o Samuel Gitler, por citar sólo algunos. Me resulta imposible no mencionar a otros que he tenido el privilegio de conocer directamente como Hugo Aréchiga, Pablo Rudomín, Adolfo Martínez Palomo, Carlos Méndez, Juan García Ramos, Ramón Alvarez Buylla, Julio Muñoz, Jorge Aceves y Marcelino Cereijido. Me disculpo por no señalar a importantes científicos que escapan a mi memoria o que por pertenecer a otros campos no conocí, pero puedo afirmar que no existe área del Cinvestav de cuyo personal académico no podamos sentirnos orgullosos.
En el Cinvestav se trabaja cotidianamente y con gran seriedad en la producción de nuevos conocimientos, y en la formación de especialistas que luego van a incorporarse al sistema educativo y científico-técnico en diferentes instituciones en todo el país. Los egresados de sus programas de maestría y doctorado cuentan con un entrenamiento dotado de los más altos estándares, y se distinguen por el rigor en el trabajo docente y de investigación. Son elementos altamente calificados y profesionalmente confiables, que luego se convierten en líderes en los diferentes campos del conocimiento.
Eso es el Cinvestav. Uno puede caminar en la madrugada por sus corredores y toparse con científicos, estudiantes, técnicos o trabajadores. Laboratorios en plena actividad. La gente conversa lo mismo sobre sus éxitos o fracasos en los experimentos, que del acontecer nacional. Aunque no es una comunidad muy politizada -no podría serlo al estar concentrada en el trabajo científico-, es muy consciente y crítica de lo que pasa con la ciencia en México y su centro.
Si bien se puede pensar que el Cinvestav está muy por encima de los problemas coyunturales, lo que sucede hoy no lo beneficia en nada y, por el contrario, lo coloca en situación riesgosa. Habría que reflexionar especialmente en un tema reciente que involucra al centro: la relación entre el gobierno actual y la comunidad científica.
Esta relación no ha sido tersa. La Academia Mexicana de Ciencias (AMC), que preside un destacado investigador del Cinvestav, Octavio Paredes López, ha sido sumamente crítica frente a la administración pública. Razones no faltan, pues este gobierno no se ha caracterizado por su respaldo al desarrollo científico de México. La academia representaría en este caso -como lo ha hecho siempre- la postura de la comunidad científica. El Ejecutivo, a través del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), ha mantenido un enfrentamiento constante con la AMC.
Uno de los argumentos que esgrime el Conacyt es que la opinión de la Academia no representa a la comunidad científica, sobre todo a raíz de una encuesta en la que la mayoría de los investigadores interrogados descalifican la labor de ese consejo. Para el organismo que encabeza el ingeniero Jaime Parada, la comunidad científica se encuentra dividida.
Por su parte, la dirección del Cinvestav, que encabeza también una muy destacada investigadora, la doctora Rosalinda Contreras, sin referirse a lo anterior, ha señalado que Paredes López debe tomar su año sabático en esa institución para cumplir mejor con sus tareas académicas, que se juzgan incompatibles con la presidencia de la AMC.
Para colmo, ya circula a través del correo electrónico una carta en busca de firmantes enviada por una persona completamente desconocida en el medio científico, Gregory sauceda (así, con minúscula), desde una dirección de Yahoo en la que en medio de errores ortográficos se lanzan denuestos contra Paredes López, a quien se acusa de dividir a la comunidad científica y de atacar al Conacyt y al presidente Fox. La carta agrega que el presidente de la AMC es «… aviador del Cinvestav» y concluye con la frase: «Más de dos mil firmas», pero no muestra una sola.
La comunidad científica no está dividida frente a las políticas gubernamentales. Ha habido debates importantes, como en el caso de la forma de legislar sobre los organismos genéticamente modificados, los transgénicos, pero es difícil encontrar una opinión favorable a la política para la ciencia del actual gobierno. El Conacyt está equivocado y sus dirigentes molestos con la AMC. Esto es hasta cierto punto normal. Pero lo que no se entiende es por qué una institución que es un orgullo para muchos mexicanos, como el Cinvestav, tiene que estar involucrada en todo esto.
Nunca es mal momento para rectificar.