Eslabones humanos

Jorge González Torres
El Universal
05 de febrero de 2005

GASTí“N Bachelard (1972) introdujo en las ciencias un término denominado «el obstáculo epistemológico», nombre usado para designar todas aquellas creencias, ya sean conscientes o inconscientes, que frenan y obstaculizan el desarrollo del conocimiento cientí­fico. Este obstáculo no se refiere tanto a las limitaciones externas como a las cuestiones internas, que incluyen prejuicios, confusiones y entorpecimientos que van generando una inercia que tiende a perpetuar lo ya conocido, cerrándole las puertas al nuevo conocimiento.

En México bien podrí­amos decir que nos estamos enfrentando al «obstáculo de disociación desvinculante», el cual impide avances democráticos que requerimos y retrasa el desarrollo nacional. La marcha del paí­s no es ni remotamente lo buena que podrí­a ser, a pesar de tener un territorio bien dotado de recursos materiales y de contar con instituciones sociales y polí­ticas que, en su momento, fueron diseñadas por ciudadanos con visión de Estado. A ello se suma una gran riqueza representada por la fuerza y la energí­a del maravilloso pueblo mexicano, el cual sabe ser trabajador, creativo, altamente ingenioso y siempre está bien dispuesto a hacerle la lucha para progresar.

De lo anterior se puede inferir que los obstáculos que impiden el avance de México se encuentran al interior de muchas de las personas que ostentan cargos que inciden en la dirección de la vida nacional y, como bien dijo Bachelard, son sus prejuicios, confusiones y entorpecimientos los que le cierran el camino a las nuevas propuestas de nación. Estos individuos, atrapados por sus propias limitaciones, enturbian el ambiente polí­tico con acciones injustas y, al hacerlo, le dan la espalda a un progreso que se mide por el triunfo de la armoní­a sobre la reyerta.

Al igual que en la ciencia empí­rica, lo que acontece en el México de la polí­tica responde a un esquema de causa-efecto y en este sentido las decisiones arbitrarias, parciales, tendenciosas, ilegales y abusivas bloquean toda posibilidad de diálogo constructivo. Este tipo de conductas las impiden la existencia de condiciones mí­nimas de armoní­a, las cuales son necesarias para avanzar en las transformaciones democráticas, económicas y sociales que los mexicanos demandamos.

La vida misma, la existencia como tal, es un ejemplo de lo que hemos venido comentando pues cada organismo vivo en este planeta está vinculado, interrelacionado con los demás. Se trata de una cadena en la cual los eslabones humanos juegan un papel relevante porque la experiencia nos ha demostrado que el equilibrio natural puede ser totalmente trastocado por sus acciones, con consecuencias nefastas. En este esquema prevalecen los intereses particulares por encima de los colectivos porque son las ambiciones y los prejuicios de la humanidad los que entorpecen el desarrollo armónico del planeta y van creando las condiciones que impulsan cuadros caóticos cada vez más graves y frecuentes.

El frágil balance que aún nos sostiene y nos permite vivir depende de todas y cada una de las partes que integran este sistema global. La extinción de cualquiera de ellas o incluso la presión excesiva sobre el ecosistema del que forman parte, pone en riesgo a toda la biosfera. Los cambios climáticos planetarios son prueba de ello pues son una respuesta directa de la naturaleza a la forma en la que nos relacionamos con ella: causa-efecto, esto es, a menos árboles, menos agua disponible, menos suelos cultivables, menos aire respirable y a más redes depredadoras en el mar, menos equilibrio de especies, menos pesca, menos alimento y así­ sucesivamente.

La inescrupulosa hegemoní­a de los seres humanos sobre la tierra fue analizada hace unos dí­as en la UNESCO, en Parí­s, durante una reunión a la que asistieron expertos y gobiernos de 30 naciones. La conclusión a la que llegaron fue preocupante porque resulta que los procesos que la humanidad ha desencadenado están provocando la desaparición de especies a un ritmo cientos de veces superior al natural. Ante esto, redactaron un comunicado que ya se conoce como «La llamada de Parí­s», en donde alertan al mundo sobre la degradación de la biodiversidad y sus consecuencias, dándole especial importancia a la pérdida de bosques que ocurre a un ritmo de 14 millones de hectáreas anuales en el mundo.

En el caso mexicano, las acciones depredadoras nos afectan en tal medida que el presidente de la Academia Mexicana de las Ciencias, Octavio Paredes, señaló esta semana que «cuando escuchamos a nuestros gobernantes decir que no hay los recursos necesarios para la protección de los bosques, lo que nos dan a entender es que se está apostando por la destrucción total». De acuerdo con este representante de la comunidad cientí­fica mexicana, «cuando queramos reaccionar va a ser demasiado tarde. Necesitamos dar reversa a este fenómeno de destrucción, iniciar un cambio que se antoja impostergable».

Algo muy similar es lo que está pasando con el equilibrio polí­tico-social en México porque nuestra nación es plural como la naturaleza misma. Cuando alguno de los eslabones que la integran insiste en imponer sus destructivos criterios sobre las demás fuerzas que conforman el sistema, lejos de abrir espacios de diálogo desde donde se diriman respetuosamente las controversias, hacen que se ahonden más los desequilibrios. Cuando esto sucede de manera cotidiana, los eslabones se van desgastando hasta que acaban por romperse, recrudeciendo las condiciones de inestabilidad y resquebrajando a las instituciones que son abusadas por quienes tienen la obligación de preservarlas.

Si algo resulta inaceptable es que quienes están al frente de las instituciones construidas con el esfuerzo de muchí­simos mexicanos, en lugar de actuar de una manera ejemplar para fortalecerlas, prefieran debilitarlas.

En las auténticas democracias, disentir y protestar las acciones injustas de las autoridades es un derecho, pero además es una obligación, y por ello todos los mexicanos deberí­amos exigirles a quienes están al frente de las instituciones torales de nuestro paí­s, que ejerzan sus funciones con el más estricto apego a la ley, con justicia y equidad, pues esto harí­a que sus resoluciones fueran inobjetables y entonces sí­ que estarí­an contribuyendo a preservar la armoní­a y el equilibrio nacional.

Fundador y consejero del PVEM

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