Gustavo Esteva
Reforma
Sería una descabellad a exageración sostener que las corporaciones transnacionales dieron un golpe de Estado y tomaron posesión del Congreso de la Unión. Es ridículo hasta pensarlo. Pero debemos encontrar alguna manera apropiada de explicar el hecho de que Monsanto esté legislando para los mexicanos, con la ignorancia o complicidad de nuestros legisladores.
El tránsito de la iniciativa de ley de bioseguridad de organismos genéticamente modificados por la Cámara de Diputados se realizó con toda suerte de irregularidades. Han proseguido en la de Senadores. No hubo exageración en las palabras de Alejandro Calvillo, el director de Greenpeace, cuando declaró el pasado domingo:
Esta ley no se puede aprobar con tantas irregularidades en el proceso parlamentario. Los cabilderos de la industria no se pueden apropiar del proceso legislativo. El Senado no debe aprobar esta ley sin considerar el informe de la Comisión de Cooperación Ambiental sobre los impactos de los transgénicos en el maíz. Los senadores están obligados a revisar e incorporar las recomendaciones de este informe a la iniciativa… El actuar de las corporaciones y en específico de Monsanto, para que se aprueben leyes a favor de los transgénicos, fue evidenciado con el reciente escándalo que suscitó el soborno de esa corporación a ministros de medio ambiente y de agricultura y a 140 funcionarios en Indonesia para que aprobaran la liberación de transgénicos. Queda a nuestra imaginación lo que Monsanto puede estar haciendo en México para que aprueben su ley. (Boletín 512 de Greenpeace, 6 de febrero.)
No necesitamos, en realidad, ser muy imaginativos. Actividades de prominentes senadores no dejan nada a la imaginación. Se ha hecho enteramente evidente su decisión de ponerse al servicio de intereses privados, por encima de los públicos, y defienden cínicamente su derecho legal de hacerlo. El Senado, con respaldo de todas las facciones partidarias, acaba de convalidar la revuelta de los dirigentes del «partido verde», cuya ética y devoción patriótica son bien conocidas.
Activistas de Greenpeace desplegaron un ojo gigante y globos con mensajes como «Vota no a la Ley Monsanto», «Protege el maíz» y «Â¿Senador Monsanto?» cuando se apostaron el pasado lunes en las afueras de la Cámara de Senadores. Trataban de prevenir a los senadores descuidados sobre la complicidad que se exigiría de ellos el día de ayer y de llamar la atención pública sobre lo que estaba a punto de ocurrir.
Legisladores, funcionarios y analistas de los medios han estado descalificando estas iniciativas. Atribuyen las reacciones contra la iniciativa de ley a pequeños grupos ignorantes y sectarios y se dicen respaldados por la Academia Mexicana de Ciencias. De esa manera sólo revelan su propia ignorancia y sectarismo y su creciente distancia del ánimo ciudadano.
Prominentes miembros de la Academia Mexicana de Ciencias hicieron público su desacuerdo con la iniciativa (desplegado en La Jornada, 8-12-04) y el propio presidente de la Academia se deslindó de ella. Por encima de esta controversia entre los científicos, algunos de los cuales son empleados de Monsanto, se encuentra el costoso informe de la Comisión de Cooperación Ambiental. Los gobiernos de Canadá, Estados Unidos y México designaron a científicos del más alto nivel de los tres países para realizar ese estudio, que es el más riguroso y de mayor calidad que se ha realizado en el mundo sobre el impacto de los transgénicos, particularmente sobre el maíz. La iniciativa de ley no está tomando en cuenta sus recomendaciones.
Todos los días hay en toda la República actos ciudadanos contra la iniciativa. Todos los días se realizan talleres en comunidades rurales, en donde los campesinos adquieren la información pertinente. Una marcha campesina altamente representativa acaba de llegar a la Ciudad de México y trae el asunto en sus morrales.
El primer artículo de la iniciativa señala que su propósito es «garantizar un nivel adecuado y eficiente de protección de la salud humana, del medio ambiente y la diversidad biológica y de la sanidad animal, vegetal y acuícola, respecto de los efectos adversos que pudiera causarles la realización de actividades con organismos genéticamente modificados».
Como de costumbre, los legisladores juegan ahí con ilusiones. Como el gallo de Chanteclair, que atribuía a sus cantos la salida del sol, pretenden conseguir resultados enteramente fuera de su alcance y atribuyen a sus leyes poderes mágicos. La propaganda del Senado, por ejemplo, afirma con increíble desparpajo que ya logró garantizar agua para todos. En este caso la acostumbrada declaración desorbitada agrega insulto al daño: la iniciativa protege los intereses de transnacionales como Monsanto, no la salud, el ambiente o la diversidad. Se necesita cara dura e increíble irresponsabilidad para suscribir este desaguisado.
Nada de esto debería sorprendernos. Así es como funciona una democracia moderna. Parece que al fin nos apegamos fielmente al modelo estadounidense, como querían nuestros padres fundadores.
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