Desarrollo de semillas transgénicas, debate que enfrenta a los especialistas

La Jornada
5 de febrer0 de 2007
Laura Poy, Angélica Enciso, Matilde Pérez/II

Conflicto ético o no, lo cierto es que las autoridades tendrán que legislar sobre el tema

Calificado por un sector de la comunidad cientí­fica de «neoliberalismo a escala molecular», desligado de las necesidades de la sociedad y reivindicado por otro grupo como tecnologí­a capaz de revolucionar la producción agrí­cola y alimentaria del mundo, el desarrollo de las semillas transgénicas ha propiciado un intenso debate ético que enfrenta a especialistas de todo el planeta.

Investigadores mexicanos han denunciado que existe conflicto ético cuando se propicia un estrecho ví­nculo de grupos cientí­ficos con intereses económicos de grandes empresas trasnacionales en busca de potenciales mercados para sus productos.

Es evidente, alertaron, que quien se dedica a investigar, regular e impulsar polí­ticas públicas para el desarrollo de nuevos proyectos «no puede además recibir dinero de trasnacionales por la misma actividad sin caer en una prostitución», pues ante la falta de códigos y comités éticos «estamos expuestos no sólo a fraudes, sino a graves conflictos de intereses».

En contraste, Luis Herrera Estrella, coordinador del Proyecto Maestro Maí­z ­plan de investigación de Monsanto y Pionner-Dupont en campos experimentales públicos­ y director general del Laboratorio Nacional de Genómica para la Biodiversidad, destacó que el papel de la ética en torno del trabajo cientí­fico con transgénicos ha tomado relevancia desde hace más de una década, pero aclaró que es necesario «definir qué es ética y a qué nos referimos con aspectos éticos».

En cuanto a la colaboración de investigadores con grandes empresas para impulsar el desarrollo de semillas transgénicas, señaló: «no creo que haya ningún problema ético ni que se caiga en conflicto de interés, porque el objetivo de transferir tecnologí­a a las empresas es que se explote comercialmente y beneficiar a la sociedad a escala mundial, y si se puede hacerlo a nivel nacional, pues mejor».

Si se explota comercialmente esa tecnologí­a, indicó, hay beneficio para el paí­s, para la institución y para el investigador, «porque si yo la transfiero soy dueño de la tecnologí­a y me tienen que pagar por utilizarla. Esto es muy importante, porque ahora vendemos mano de obra con un valor muy bajito, pero si comercializamos nuestra creatividad, si vendo lo que hice en un año a una empresa multinacional, no lo voy a hacer en 2 mil dólares, lo puedo hacer en 100 mil, un millón o 5 millones de dólares».

Cientí­fico-empresario, el conflicto

A menos de tres décadas de que se inició un acelerado desarrollo de la tecnologí­a biológica capaz de alterar el material genético de un organismo vivo, cientí­ficos, filósofos y especialistas han insistido en que subsiste un debate ético «no sólo por los riesgos que puede implicar su aplicación, sino porque comienza a crecer el número de cientí­ficos-empresarios que no tienen como único objetivo el conocimiento en beneficio de la sociedad, sino también la creación de productos factibles de vender en el mercado».

Octavio Paredes, catedrático del Centro de Investigaciones y Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional y ex presidente de la Academia Mexicana de Ciencias, destacó que ante la falta de comités de ética en la mayorí­a de los centros de investigación del paí­s, «no sólo estamos expuestos a fraudes como los detectados en Corea con las investigaciones genómicas, sino a que se incurra en comportamientos poco éticos e inclusive en conflictos de intereses».

Agregó que el debate ético en torno del desarrollo de semillas transgénicas «no va a ocurrir adecuadamente si no tememos comités de ética, pues en cualquier paí­s que haya buena organización de su comunidad cientí­fica resulta prácticamente impensable que un investigador trabaje al mismo tiempo para una institución pública y para una trasnacional si antes no se determinó con claridad que no existe ningún conflicto de interés».

Al respecto, el investigador de la Universidad de Berkeley Ignacio Chapela ­quien dio a conocer en noviembre de 2001 la presencia de transgenes en los cultivos de maí­z criollo en Oaxaca­ consideró que la vinculación entre cientí­ficos y empresas sólo tiene una palabra: prostitución.

Consideró que desde hace varios años se debió atender el problema del conflicto de intereses. «Uno no puede hacer investigación, regulación, polí­ticas y recibir dinero por la misma actividad».

Aseveró que en México «hay un grupo de cientí­ficos e instituciones prostituidas; da tristeza que esas instituciones acaparen una cantidad desproporcionada del presupuesto público, que de por sí­ está mal, y que se vaya a quienes además reciben dinero de las empresas».

Cabe recordar que el mismo Chapela fue ví­ctima de una intensa campaña en su contra, luego de que publicó en la revista Nature los resultados de sus investigaciones sobre la contaminación del maí­z criollo, cuando trasnacionales como Syngenta ­fusión de Novartis y Astra Zeneka­ promovieron que un grupo de cientí­ficos abogara por la aplicación de esa tecnologí­a desacreditando sus investigaciones.

Por su parte, Julio Muñoz Rubio, catedrático del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y especialista en el estudio de las relaciones ciencia-sociedad, destacó que uno de los grandes conflictos éticos que enfrenta la aplicación de ese tipo de tecnologí­as es que se trata de un campo del conocimiento que «nace asociado con los intereses de grandes trasnacionales y no de la sociedad».

El concepto hegemónico de la ciencia contemporánea está «cada vez más ligado con los intereses del mercado. Vivimos una época en la que existe una correspondencia muy clara entre una concepción capitalista del mundo y una ciencia que busca hacer cosas para el corto plazo, productos factibles de comercializar. No se trata del conocimiento por el conocimiento, sino de fabricar mercancí­as».

Este diario buscó la opinión de otros especialistas que apoyan el desarrollo de las semillas transgénicas, como Francisco Bolí­var Zapata, catedrático del Instituto de Biotecnologí­a de la UNAM, y José Luis Solleiro, director ejecutivo de la Agrobio, asociación que agrupa a trasnacionales como Monsanto, Dupont-Pionner, Syngenta y Bayer, solicitud que no fue atendida por los investigadores.

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