Cambio de Michoacán
20 de diciembre de 2005
Lourdes Torres Camargo
Las humanidades requieren de recursos económicos, reconocimiento de la sociedad y amplia difusión para que los jóvenes se interesen en ellas, afirma Claudia Amalia Agostoni Urencio, investigadora del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
La investigadora indica que en ocasiones se dice, para desanimar a la juventud, que las personas que se dediquen a las humanidades tendrán dificultades laborales y económicas, sin embargo, éste es un riesgo que se corre en cualquier otra carrera.
«Si los jóvenes tienen el interés y la inquietud por dedicarse a cualquier disciplina de las humanidades no existe ninguna buena razón para no hacerlo. Necesitamos personas interesadas y decididas», opina la recientemente galardonada con el Premio de Investigación 2005 en el área de Humanidades, considerado como la distinción más importante que otorga la Academia Mexicana de Ciencias (AMC).
Dicho premio se otorga a jóvenes investigadores menores de 40 años que realizan destacadas investigaciones en las áreas de ciencias exactas, naturales, sociales, humanidades, ingeniería y tecnología.
Al respecto, Claudia Amalia Agostoni Urencio, investigadora nivel II del Sistema Nacional de Investigadores, comenta que representa un estímulo trascendental para su campo y en particular la especialidad de historia.
Investigadora en historia social de la medicina y de la salud pública, Claudia Agostoni se especializa en el análisis de la importancia que adquirieron ambas áreas en México durante las décadas finales del siglo XIX y primeras del siglo XX.
Agostoni, quien cursó su doctorado en doctorado en el King’s College London, destaca que el Porfiriato fue una época de cambios sociales, culturales, demográficos y científicos. Hubo una paz social relativa no experimentada con anterioridad junto con cierta continuidad política y económica, así como importantes avances en las ciencias médicas.
«En ese momento, tanto el Estado con sus instituciones como los profesionales de la medicina consideraban fundamental fortalecer y vigorizar a la población, una sociedad culturalmente heterogénea», detalla.
En el caso particular de la Ciudad de México, las políticas y los programas de salud fueron presentados como pruebas ineludibles de la modernidad, orden y progreso alcanzados por el gobierno de Porfirio Díaz.
Lo anterior, entre otros elementos, permitió una decidida reglamentación sanitaria, la gradual consolidación de la autoridad y legitimidad de los profesionales de la medicina, así como la puesta en marcha de amplias campañas de salud pública en los principales puertos y ciudades del país.
México contaba con poco más de dos mil médicos titulados hacia 1895, los cuales tenían en sus manos la obligación de brindar atención médica a una población muy heterogénea, la cual en muchas ocasiones simplemente no confiaba o buscaba a un médico titulado.
«Por un lado, tenemos a un mundo de personas con sus propias creencias y prácticas médicas, y por el otro, a los profesionales de la medicina y a las instituciones de salud que buscaban transformar hábitos y prácticas relacionadas con el cuidado de la salud y la prevención de la enfermedad», menciona.
Esto provocó enfrentamientos, desconocimiento, crítica, sátira y, en ocasiones, la huida. En algunos casos, cuando los padres de familia tenían conocimiento de que los médicos inspectores y los agentes de vacunación buscaban a sus hijos para vacunarles, simplemente les escondían.
La especialista destaca que la decidida intervención y dirección estatal, a partir de 1917, en materia de políticas de salud pública y los avances de las ciencias médicas, junto con la especialización médica, fueron los factores de favorecieron un gradual pero decidido cambio de mentalidad de amplios sectores sociales.
Lo anterior aunado a la consolidación de la medicina preventiva y a la creación del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) y del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales para los Trabajadores del Estado (ISSSTE).
Recientemente la historia ha incursionado en campos que décadas atrás eran impensables: historia de las mujeres, historia de la vida cotidiana e historia de la medicina y de la salud pública, entre otras, gracias a la interdisciplina, al empleo de metodologías y análisis de fuentes muy diversas.
En particular, la historia social ha buscado romper con la visión de hacer historia «desde arriba», a partir las grandes hazañas de los hombres. Se preocupa por las opiniones y reacciones de grandes sectores sociales ante cambios sociales específicos, por la cultura material, o bien, por las interacciones entre la salud pública, las ciencias médicas y la sociedad en diferentes momentos históricos.
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