La invención de la ciencia

A Ciencia cierta
1 de noviembre de 2005
Miguel íngel Méndez-Rojas*

En México, dice Marcelino Cereijido, no tenemos ciencia, sino investigación (ergo, tenemos investigadores, no cientí­ficos). Esto puede ser devastador para muchos que nos dedicamos a la ciencia y nos decimos ¡cientí­ficos!.

Como muchas cosas en el Universo, uno es o no es algo. Blanco o negro, verdadero o falso. Un colega me comentó que, para tener ciencia, deberí­amos ser capaces de generar conocimiento; ése que se hace universal. En sentido estricto, aunque no muchos, ya tenemos algunos cuantos cientí­ficos en nuestro paí­s. ¿Y que hacemos el resto de los investigadores? La respuesta se torna compleja, cuando no lastimosa, pero cierta.

Decimos que hacemos ciencia, llenamos documentos comprobatorios, solicitamos recursos para becas de posgrado, viajamos por el mundo presentando nuestros resultados, e incluso nos damos tiempo para impartir cursos en licenciatura y en posgrado.

Nos movemos en el ascensor oficial de la ciencia: primer piso: candidatos a investigador; segundo piso: nivel I; … último piso: investigadores eméritos. Recibimos nuestra respectiva indemnización económica, estí­mulo sobreviviente de una época cuando el Sistema Nacional de Investigadores se generó para provocar una permanencia y arraigo a los investigadores, no como un medio de completar el salario.

Pero es fácil perder la perspectiva de las cosas y abusar de éstas: generar publicaciones al por mayor, presentar el mismo trabajo en distintos foros. Todo con tal de cumplir los requisitos de permanencia o promoción. No siempre esto es posible guardando una mí­nima calidad.

La investigación deja de ser lo deberí­a ser y pierde esa aura maravillosa que la deberí­a distinguir: ser nicho de creación de conocimiento, sitio inigualable para trascender.

Pareciera que estamos atrapados en un papeleo interminable, en una agotadora secuencia de requisitos que nos alejan de lo importante (el conocimiento), y nos aproximan a lo cotidiano y mundano (lo obvio). ¿Existe la ciencia sin la capacidad económica y la infraestructura del primer mundo? No lo creo; es la mente humana la principal herramienta. Entonces, ¿por qué no tenemos ciencia? ¿Cómo podremos inventar la ciencia los mexicanos?

La pregunta se antoja difí­cil de contestar, aunque dí­a con dí­a hábiles manos y mentes mexicanas la confrontan y la responden en distintos niveles. La ciencia requiere una libertad en su desarrollo, en su génesis en un cerebro sin preocupaciones burocráticas.

¿Estamos generando ese ambiente propicio? No. Más bien, estamos exigiendo al investigador-cientí­fico que se convierta en un individuo multifacético (laboratorista-oficinista-administrador-educador) y que, encima de todo, vea con ojos de satisfacción las órdenes supremas de cambiar sus lí­neas de investigación de un dí­a a otro y transformarlas en lí­neas productivas (ojo: las lí­neas productivas dependen del gobierno en turno, de las necesidades polí­ticas en turno, del director en turno, no de la problemática social o económica en turno).

En su versión más irónica y quijotesca, el investigador deberá combatir contra los molinos de viento que representan los intereses productivos privados y alinearse con la polí­tica cientí­fica del momento, cuando deberí­a ser lo contrario. En la realidad, el cientí­fico suplica al empresario apoyo a cambio de resolverle sus problemas, mientras el empresario suplica al investigador apoyo para resolverle sus problemas, y el cientí­fico suplica… en un cí­rculo vicioso que no se entiende porque no se escuchan mutuamente y se dan cuenta que suplican por lo mismo.

La desconexión entre la ciencia y la tecnologí­a en nuestro paí­s se da por el carácter purista con que algunos cientí­ficos manejan las ciencias puras, alejándolas no sólo de la comprensión pública sino también del interés público. Mientras que nuestros tecnólogos no pueden muchas veces apoyarse en los desarrollos de nuestra ciencia básica para generar tecnologí­a nacional, tan necesaria y estratégica, porque, ¡oh desilusión!, no tenemos ciencia. Ni básica, ni aplicada. Sólo investigación.

*Profesor e investigador de la UDLA, Puebla. En este espacio de la Academia Mexicana de Ciencias escriben integrantes de la comunidad cientí­fica.

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