La Jornada en la ciencia
24 de marzo de 2012
Ante la severa destrucción que han sufrido los ecosistemas en décadas recientes en México y el mundo, resulta imperativo promover una cultura de aprovechamiento sustentable de recursos naturales y una educación que se exprese en una política de reconciliación con el planeta
Mario González Espinosa (en la imagen), señaló que es posible hibridizar la tecnología occidental con el conocimiento ecológico y agrícola tradicional Foto: AMC.
AMC. Ante la severa destrucción que han sufrido los ecosistemas en décadas recientes en México y el mundo, resulta imperativo promover una cultura de aprovechamiento sustentable de recursos naturales y una educación que se exprese en una política de reconciliación con el planeta, sostiene el doctor Mario González Espinosa en ocasión del Día Internacional de la Tierra.
“México es un país con muchos atributos deseables para aportar a la implementación de esta nueva relación de la sociedad con la naturaleza, pero también es un modelo de muchas cosas que no deben seguirse haciendo. Nuestro país es cuna de muchos cultivos de importancia mundial (maíz, jitomate, cacao, aguacate, vainilla, y muchos otros)”, y de una rica tradición de aprovechamientos diversificados, pero también ha dado ejemplos a nivel mundial de las mayores destrucciones de bosques y selvas, resalta el investigador de El Colegio de la Frontera Sur (ECOSUR).
La ONU designó en su resolución 63/278 el 22 de abril como el Día Internacional de la Madre Tierra para reconocer que la Tierra y sus ecosistemas son nuestro hogar, y convencida de que para alcanzar un justo equilibrio entre las necesidades económicas, sociales y ambientales de las generaciones presentes y futuras, es necesario promover la armonía con la naturaleza y la Tierra.
González Espinosa, quien desde el 2001 es miembro de la Academia Mexicana de Ciencias (AMC) en el área de Biología, indica que existe una importante veta para hibridizar la tecnología occidental con el conocimiento ecológico y agrícola tradicional que puede llevar a nuevos sistemas productivos, sustentables, con amplio empleo de mano de obra y menor impacto sobre los recursos naturales, y el ambiente en general.
Añade que se ha logrado mucho en estos temas en México en décadas recientes, pero que todavía no ha logrado incrustarse en el ADN de nuestros planes educativos en todos los niveles, ni ha llegado a ser la filosofía adoptada por las escuelas de profesionales que tienen que ver con estos problemas.
Educación, la clave
En opinión del especialista en Ecología de poblaciones y comunidades y Biología de la conservación, la mejor manera de sensibilizar a la población a nivel nacional y mundial sobre los retos que se enfrentan en relación con el bienestar del planeta y la vida que sustenta es: “La educación primero, luego la educación y al final siempre la educación, por todos los medios al alcance de los países y la sociedad civil, desde la edad de pre-escolar hasta los funcionarios públicos y los políticos que definen las políticas de Estado”.
Subraya que se requiere aprender a vivir con menor uso de la energía en sus diferentes manifestaciones, la cual permita llegar a nuevos modos de vida más sustentables, y promover el desprecio por el dispendio excesivo y el desperdicio de recursos.
El ingeniero agrónomo y doctor en Filosofía (Biología de poblaciones) dice que incorporar una nueva percepción de las relaciones de la sociedad con los sistemas naturales y la necesidad de buscar nuevos modos de vida que causen menor impacto ambiental incluye los principales desafíos para alcanzar un equilibrio sustentable y una relación armoniosa con la naturaleza.
El investigador pide que México dedique su atención a revalorar sus estrategias de poblamiento y aprovechamiento de los recursos naturales para apoyar su crecimiento poblacional y económico.
La huella de la presencia humana en la Tierra
La presencia humana en la Tierra –sostiene el Dr. González Espinosa– lleva inherente una huella ecológica que trasciende las dimensiones de aquellas que pueden dejar las demás especies en la mayoría de las situaciones que enfrentan. Esto resulta en que la especie humana, Homo sapiens, tiene una capacidad de crear desequilibrios en los sistemas naturales. La capacidad de transformación del ambiente es uno de los atributos principales de la especie humana.
Agrega que esta huella se inició desde hace al menos unos 125,000 años, cuando la especie humana inició el poblamiento del planeta migrando desde África. Otras especies cercanas y entonces contemporáneas, como el Homo neardenthalensis, así como otras que se extinguieron cientos de miles de años antes, pueden también haber dejado una huella propia en la medida de su capacidad de transformación del ambiente.
Mario González considera imposible proponer que la sociedad pueda estar en un equilibrio “natural” con el ambiente, al asegurar que la promoción del desequilibrio es inherente a la humanidad y esto genera respuestas de los sistemas naturales mediante el proceso de sucesión ecológica, que puede ser visto como un proceso de cicatrización de los ecosistemas. A esta condición natural, la humanidad ha agregado un componente filosófico y religioso que complica las cosas al ubicarse como un ente que “debe dominar” a la naturaleza.
Sostiene que para poder mantener los sistemas que soportan la vida en el planeta la humanidad debe encontrar “nuevos equilibrios” con los sistemas naturales, basados en su transformación sustentable e iniciando su restauración y la de los servicios ecosistémicos que nos brindan.
El miembro de la AMC alerta sobre la necesidad de avanzar en nuevas definiciones del bienestar humano y de nuevos modos de vida sustentables en todos sus componentes: salud, alimentación, abrigo, alojamiento, educación, equidad, justicia, gobierno, democracia, entre otros, y considerar la urgente necesidad de acuerdos entre los diferentes actores sociales que permitan definir e implementar, de manera congruente, las políticas públicas necesarias para garantizar los derechos individuales y colectivos relacionados con la salud ambiental y su capacidad de sustento de la población.