Tesoros vivientes son botín de piratas

El Universal
16 de mayo de 2008
Ricardo Cerón
ricardo.ceron@eluniversal.com.mx

El robo de diversidad vegetal para ser patentada fuera de México provoca una caída en las exportaciones del país

En 1994, Larry Proctor, empresario estadounidense, compró en Sonora algunos kilos de frijol amarillo (mayocoba) y los sembró en su propiedad en Colorado. Dos años después presentó una solicitud de patente para su uso exclusivo en Estados Unidos, bajo el argumento de que había creado una variedad nueva.

Como este tipo de frijol carece de un registro en México, las autoridades estadounidenses le otorgaron la patente por 20 años, entonces Proctor demandó a dos empresas mexicanas que exportaban ese producto en la Unión Americana y exigió que se le pagara 0.6 dólares por cada libra de ese producto que se tratara de vender en Estados Unidos. La consecuencia fue que se desplomaron esas exportaciones mexicanas.

Aun cuando la patente fue revocada hace unos días, gracias a la intervención del Centro Internacional de Agricultura Tropical (CIAT) de Colombia, que presentó seis especies iguales al Enola que se siembra en América Latina, las pérdidas económicas para los agricultores mexicanos fueron millonarias.

Cada vez un mayor número de especies endémicas de México son presas de la biopiratería, es decir, la apropiación ilegal de la vida (microorganismos, plantas y animales), así como del conocimiento tradicional que le acompaña.

Pilar Longar Blanco, especialista en Fitoecología y Manejo de Recursos en la Biodiversidad de México del IPN, calcula que en las últimas cuatro décadas cerca de 10% de la biodiversidad mexicana ha sido presa de la biopiratería.

Origen en el siglo XIX

El caso de biopiratería más antiguo en México data de 1869, cuando la empresa estadounidense Adams patentó el chicle que se extrae del árbol de chicozapote.

Octavio Paredes López, ex presidente de la Academia Mexicana de Ciencias (AMC), recuerda que como estudiante de posgrado, en los 70, él y otros compañeros solicitaron algunos productos elaborados con nopal a una empresa japonesa para estudiarlos y, al querer pagarlos, los japoneses dijeron que era un obsequio, ya que ellos habían sacado esos materiales sin autorización de nuestro país hacía ya algunas décadas.

La misma suerte del chicozapote y el nopal la han sufrido algunas variedades de papaya, guanábana, chirimoya y jitomate, que son explotadas en el extranjero y, por las cuales, México no obtiene ningún tipo de beneficios.

En 2005, la India logró desarrollar semillas de garbanzo mexicano y producirlo a gran escala, con lo que no sólo dejó de comprar el producto a nuestro país, sino que también le arrebató a México el mercado de Arabia Saudita, Kuwait, Egipto, Líbano y Argelia, con lo que las exportaciones mexicanas disminuyeron 40%.

Incluso un componente activo del pozol, una bebida tradicional derivada del maíz fermentado elaborado por los mayas durante generaciones, tanto por su valor nutricional como por sus propiedades medicinales como un preventivo de giardia, amebas y otros males intestinales, fue patentada en 1999 por la corporación holandesa Quest International y la Universidad de Minnesota.

Las especies frutales, las cactáceas y las leguminosas son las variedades vegetales más biopirateadas, dado que al no contar con una normatividad al respecto, es muy fácil sustraer las semillas de las especies en los bolsillos de un saco o en el interior del equipaje, porque no existe una vigilancia al respecto, opinan los investigadores.

A pesar del grave saqueo que —a decir de los especialistas— sufre el país, las acciones par detener la biopiratería son pocas.

“Considero que hasta ahora estamos reaccionando, pero son reacciones muy débiles y poco coordinadas entre sí”, opinó Paredes López.

Es urgente, dijo, crear bancos de material vegetal, “porque por ejemplo, en México no tenemos un banco de germoplasma de amaranto, pero sí existe en los Estados Unidos, con materiales genéticos que fueron sustraídos de nuestro país”.

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