Tecnología sin ciencia, la apuesta del gobierno federal

Emeequis
10 de noviembre de 2008
Rafael Loyola Díaz y Octavio Paredes López*

Un análisis del Programa Tecnología e Innovación

Presentado dos años después de iniciado el actual sexenio, el Programa Especial de Ciencia, Tecnología e Innovación es, a juicio de los autores de este texto, reconocidos científicos mexicanos, un mal programa, que recupera las fallidas políticas de Vicente Fox y apuesta por una tecnología sin ciencia, con lo que se caminaría en contra de la historia, del presente y del futuro, a pesar de los ejemplos que ofrecen ahora China, India y otros países emergentes en esta área.

A dos años de iniciada la actual administración pública federal, se aprobó el Programa Especial de Ciencia, Tecnología e Innovación (Peciti) para el sexenio 2006-2012. Se presenta con el agravante de que el gobierno antecesor tuvo un desempeño cuestionable: desarticulación de programas que habían dado buenos resultados, frecuentes episodios de confrontación del titular del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) con la comunidad científica, desprecio a las ciencias sociales y las humanidades, retroceso en materia de competitividad y descuido en la cooperación internacional. Este negativo desempeño derivó casi al final del primer gobierno de la alternancia en la renuncia del responsable de la política en ciencia y tecnología.

Por ello, cuando inició el sexenio del presidente Felipe Calderón era evidente la necesidad de establecer una nueva política hacia la investigación y el desarrollo tecnológico para colocar al país en la ruta que genera progreso y hasta independencia. Pero no ha ocurrido así. No sólo se ha mantenido la política para el sector en los mismos rieles, sino que se refrendó sin tomar en consideración los desfavorables resultados del modelo heredado.

Las acciones de la administración calderonista para la ciencia y tecnología en este primer tercio de gobierno han sido de muy bajo perfil. Aunque se habían barajado varios nombres cercanos a la ciencia para dirigir sus destinos, se optó por acomodar a un ex gobernador panista que había dado votos para la elección, con la particularidad de que se había desempeñado más en la gestión de una universidad que en el campo de la generación de conocimientos.

El nuevo responsable del Conacyt, Juan Carlos Romero Hicks, ha tomado con una buena dosis de paciencia sus nuevas responsabilidades: bajo la tónica de emitir declaraciones cargadas de llamamientos a la responsabilidad ética más que de orientaciones científicas, su administración se ha caracterizado en estos dos años por rehuir la confrontación a la que era tan devoto el primer responsable científico de Vicente Fox, y a cultivar honores y buenos tratos con los notables de la ciencia mexicana, tan afectos y cercanos al establishment y al status quo, y tan lejos de las luchas de sus colegas de otros países, como los franceses, para colocar o recolocar a la innovación como un elemento fundamental para el desarrollo.

Resultado: poco entusiasmo y escasa ambición para imprimir un salto cualitativo a la ciencia y tecnología y, como mayor ganancia, cero conflictos.

El capítulo más reciente es la aprobación tardía del programa especial de ciencia y tecnología, lo que refleja el escaso interés por la innovación. En esta oportunidad nos enfocaremos al contenido, principios y propuestas del programa.

El documento tiene una parte decorativa con la que intenta dar un aire de actualidad y de visión de largo plazo. Se retoman planteamientos hechos por la Academia Mexicana de Ciencias (AMC) y por investigadores y analistas reconocidos por su visión distinta a la de los responsables en turno.

El programa asume y se manifiesta por otorgar un carácter estratégico a la ciencia, tecnología e innovación, junto con el compromiso de hacer esfuerzos para que sean parte de la cultura e impacten la agenda nacional; luego se declara en favor de la “apropiación social del conocimiento e innovación”, en lugar de la vieja denominación de “ciencia y tecnología”, planteamiento que la AMC ha formulado en los años recientes con el propósito de que se replantee el contexto en el que se ha venido desarrollando la ciencia, tecnología e innovación y se reflexione sobre la conveniencia de explorar otro.

Se manifiesta por situar el desarrollo de la ciencia, tecnología e innovación al mismo nivel de desarrollo de la economía mexicana y de su ubicación internacional. Quienes desde hace tiempo nos hemos inclinado por este tipo de planteamientos, consideramos que evita la estéril discusión de qué porcentaje del PIB debe representar el gasto federal en ciencia y tecnología, o los escenarios de cómo debe evolucionar el gasto y la inversión al que han sido tan afectos los creyentes de la tecnología y la innovación sin investigación fundamental.

El programa también comparte el principio de “incluir los puntos de vista de todos los actores involucrados”, tanto para la formulación de la propuesta como para la ejecución de las acciones. Finalmente, para los próximos años dibuja un escenario que se resume en que la ciencia, tecnología e innovación sea parte de la cultura nacional; sea estratégica para el desarrollo nacional; cuente con el financiamiento necesario; forme recursos humanos de alta calidad y disponga de una normatividad de vanguardia.

Sin embargo, nunca se especifica cómo se alcanzarán estas metas.

No sólo eso, sino que estos planteamientos poco tienen que ver con los objetivos del programa, con los planes para sustentar sus propuestas y con las metas establecidas.

De hecho, los ejes sobre los que se estructura el programa son los siguientes:

1) Tener a la innovación como llave maestra para mejorar competitividad y productividad, al igual que para enfrentar problemas como los de la pobreza.

2) Favorecer la articulación de los agentes del Sistema Nacional de Ciencia y Tecnología (SNCyT) con las empresas.

3) Incrementar la participación de la iniciativa privada en el financiamiento de la ciencia, tecnología e innovación, la cual se estima es de 20% en la actualidad (¿acaso se sobreestima?); y

4) Articular la ciencia, tecnología e innovación a las necesidades nacionales, propósito que explica la importancia que se otorga a una política de prioridades.

Por ello, es posible sostener que el Programa Especial de Ciencia, Tecnología e Innovación está más cerca del modelo inaugurado por el gobierno de Vicente Fox que de los preceptos decorativos sobre los que reposa su fundamentación, al situar en el centro de su planteamiento el desarrollo tecnológico y la innovación para mejorar la competitividad –de ahí que apueste al fortalecimiento de la articulación academia-empresa.

Es por esta filosofía explícita en el programa que ahora se entienden el mensaje del presidente de la República –en el Plan Nacional de Desarrollo situó a México en la “vanguardia tecnológica”–, la declaración del presidente de la Junta de Gobierno del Conacyt sobre la relevancia de innovar para competir y sobre la importancia de incrementar la inversión en investigación y desarrollo tecnológico en las empresas, así como la consideración del propio Conacyt respecto al significado de la cadena educación-ciencia-tecnología-innovación para lograr una economía más competitiva.

Del análisis sobre el estado que guarda el Sistema Nacional de Ciencia y Tecnología, el documento resalta las siguientes insuficiencias:

• Rezago en inversión en ciencia, tecnología e innovación, lo cual explica que el país no se sitúa en la materia al nivel de su economía ni de la posición que ocupa entre las principales economías del mundo.

• Limitada participación de la empresa privada en la inversión y gasto en ciencia, tecnología e innovación, que es de 20%, cifra muy por debajo de los países líderes, que la ubican entre 40 y 60%.

• Acentuado rezago de inversión en infraestructura de ciencia, tecnología e innovación, lo cual impacta desfavorablemente en la calidad de la investigación, tecnología y formación de recursos humanos.

• Déficit en la formación de doctores y de profesionales para la ciencia, tecnología e innovación.

• Estancamiento en la generación de patentes, que en la actualidad está por debajo de la cifra registrada en 1990.

• Frágil competitividad y retroceso en los últimos años, al haber pasado de la posición 38 en 2000 a la 58 en 2006.

• Y que la empresa es el eslabón más débil en la cadena educación-ciencia-tecnología-innovación.

Conviene agregar las menciones sobre la baja participación del sector privado en el financiamiento de la ciencia, tecnología e innovación, el retroceso en la generación de patentes y la pérdida de competitividad.

Este indicador es aún más preocupante en virtud de que, en la clasificación del Foro Económico Mundial para 2008, México acaba de retroceder dos lugares más para situarse en la posición 60.

En la medida que el núcleo del Programa consiste en recrear una política para el desarrollo tecnológico y la competitividad de las empresas, conviene detenerse en la afirmación de que la empresa es el eslabón más débil en la cadena educación-ciencia-tecnología-innovación.

Este fenómeno lo explican por los puntos siguientes: las pequeñas y medianas empresas registran una limitada absorción de tecnología; y experimentan una pobre cultura de la innovación, de ahí que privilegien la compra de tecnología.

Ahora bien, el reconocimiento del Conacyt sobre la frágil posición de las empresas como impulsoras del desarrollo tecnológico y la innovación es inquietante a la luz de los siguientes hechos:

Desde 2000 la política del Conacyt se ha articulado y ha privilegiado el desarrollo tecnológico para las empresas. Aún más: desde ese año el grueso de los recursos públicos de ciencia, tecnología e innovación se han dirigido a ese propósito, castigando los requeridos para la investigación, la infraestructura y la multiplicación o crecimiento de organismos de investigación, por lo que se destinaron cuantiosos recursos para estimular el desarrollo tecnológico en las empresas.

Hay datos que sustentan el hecho: entre 2000 y 2006 se dieron 10 mil 049 millones de pesos en estímulos fiscales a las empresas, al programa Avance se canalizaron 302 millones entre 2003 y 2006, el Programa Emprendedores otorgó créditos a las empresas por 500 millones, el de Fondo de Garantías para el Desarrollo Tecnológico 300 millones y el de las Escuelas de Negocios 300 millones de pesos (Informe general del estado de la ciencia y la tecnología 2007, Conacyt).

Mientras tanto, para investigación fundamental sólo se destinaron 4 mil 594 millones de pesos en el mismo periodo.

Una preocupación ha sido la forma en que los estímulos fiscales se utilizaron. No hubo un estricto seguimiento a su aplicación. Se ha documentado que las empresas los usaron recurrentemente para mantenimiento y aspectos técnicos de baja complejidad, y hasta para pagar la nómina, o simplemente para evadir impuestos.

Está igualmente documentado que los apoyos dieron preferencia a las grandes empresas internacionales que no hacen investigación en México, y en mucha menor medida a las pequeñas compañías mexicanas. En ningún caso se ha exigido que las empresas receptoras establezcan vínculos y corresponsabilidades con centros académicos y de desarrollo tecnológico. Aún más, en las nuevas regulaciones, el Conacyt donará el dinero sin compromisos de vinculación para los empresarios.

A pesar de los nada despreciables recursos invertidos para el desarrollo tecnológico y la mejora de la competitividad de las empresas, así como para favorecer la incorporación de la investigación en el mundo productivo, resulta por demás ilustrativo que los saldos se expresen en una acentuada baja de la competitividad y en un estancamiento del registro de patentes nacionales.

Si a esto sumamos la conclusión del Conacyt de que el eslabón débil es la empresa, entonces reiteramos la pregunta de si el modelo seguido es el adecuado y de si el empecinamiento en seguir aplicándolo, a pesar de sus resultados negativos, será en detrimento de la expansión de la investigación, del diseño de una política de mayor amplitud, de la actualización en materia de equipamiento y hasta de seguir impulsando la creación de nuevos organismos de investigación que tanto urgen, sobre todo en las regiones depauperadas del país, para que atiendan la agenda de investigación nacional/global, incorporen a los futuros jóvenes investigadores en formación y posibilite avanzar hacia la era de la digitalización y la postdisciplina.

Insistimos en la urgencia de revisar el modelo, a la vez que lamentamos que en la formulación del Programa Especial de Ciencia, Tecnología e Innovación no se haya considerado la experiencia previa, no se hayan escuchado e incorporado otras visiones y no se haya sido congruente con los postulados decorativos del mismo programa.

Si el eje de la conceptualización del programa es discutible, no se puede esperar más de los otros objetivos y metas. Revisemos algunos de los más preocupantes.

En el capítulo de estrategias y líneas de acción se establecen nueve prioridades de “áreas científicos-técnicas” que se deben impulsar, entre las que se incluyen la biotecnología, medicina, energía, medio ambiente y varias ingenierías, así como matemáticas aplicadas. Pero se carece de una argumentación de por qué fueron seleccionadas esas y no otras áreas, y por qué se dejó de lado un mecanismo de selección que evitara las decisiones discrecionales y permitiera agilidad en la toma de nuevas decisiones. Además del sesgo por las ingenierías (que de suyo no es malo, pero sí discutible el procedimiento seguido) y una visión tradicional del conocimiento, esa selección dejó fuera temas prioritarios para el país, como las enfermedades emergentes o la seguridad alimentaria.

No se incluye absolutamente nada de ciencias sociales y humanidades, por lo que quedan fuera temas torales como violencia y seguridad pública, narcotráfico, educación de calidad, sociedad del conocimiento y nuevas tecnologías, migración, fragilidad del Estado y recomposición de la administración pública, identidades nacionales o el de la organización del territorio.

Es lamentable que en el programa brillen por su ausencia las ciencias sociales y las humanidades. A las primeras se les menciona si acaso unas cuantas veces, y de las humanidades únicamente se habla en el programa de la Secretaría de Educación Pública sobre lenguas indígenas y multiculturalidad.

En materia de descentralización, el programa sólo apuesta al fortalecimiento de los sistemas y la legislación estatal, sin plantear la creación de nuevos organismos de investigación. En consecuencia, no define ninguna visión para el modelo de centros públicos de investigación, los cuales requieren desectorizarse del Conacyt, incorporarse a una nueva instancia de coordinación de la Federación, fortalecer el comité externo de evaluación y mejorar el mecanismo de designación de sus titulares para academizarlo al más alto nivel, que ahora son nombrados en realidad con base en la apreciación personal del titular del Conacyt.

Tampoco se define ninguna estrategia para la conversión a este modelo de otros organismos públicos de investigación que siguen funcionando al amparo de la ley de entidades paraestatales.

En lo regional, no se añade nada que no esté en el manual de procedimientos. Por lo mismo, no se dice nada sobre los procedimientos de selección de proyectos, del frágil apoyo a la investigación básica ni sobre los obstáculos para impulsar proyectos regionales, como tampoco se abona nada a preocupaciones externadas respecto a las dificultades para alentar la participación de fondos privados.

En el programa, el Conacyt se concibe como la instancia coordinadora de la política en ciencia, tecnología e innovación, derivando de aquí la responsabilidad de dar seguimiento y evaluar los compromisos de las dependencias y entidades del gobierno federal en la materia.

Es conveniente evitar que el Conacyt se convierta en una entidad centralizadora y controladora de lo que se haga en ciencia, tecnología e innovación en la Federación, lo cual sería absolutamente inoperante y fuente de fricciones constantes con las otras entidades públicas.

Habría que pensar al Conacyt como un área de acompañamiento, de coordinación, de impulso, de asesoría. El contacto con las otras dependencias federales debe ser en los fondos sectoriales y, con los estados, en los mixtos. Por todo ello se deben alentar los programas regionales, la descentralización y los consejos estatales de ciencia y tecnología, entre otros.

Menudo favor se le haría a la ciencia si a la entidad pública coordinadora se le dan atribuciones de dominio y centralización de decisiones.

El fomento y desarrollo de la investigación fundamental y del “conocimiento frontera” se deja en manos del fondo sectorial de la SEP. Por el contrario, es imprescindible que estas funciones sean responsabilidad del Conacyt. De no ser así, se formalizaría la desnaturalización de su responsabilidad primaria, la investigación científica, y se refrendaría su sesgo por la tecnología sin ciencia. Es decir, se caminaría en contra de la historia, del presente y, sobre todo, del futuro a pesar de los relevantes ejemplos que ofrecen ahora China, India y otros países emergentes.

El Programa Especial de Ciencia, Tecnología e Innovación tiene planteamientos que encajan con una visión contemporánea, pretende romper con la visión que hereda, pero son más decorativos que de contenido.

En suma, al documento le falta orden, es repetitivo y tiene exceso de paja, se rellena con los planes en ciencia, tecnología e innovación de las principales secretarías de Estado y de otros programas que estiman importantes o de los que disponen de cierto desarrollo, como la bioseguridad y la biotecnología; resaltan metas ambiciosas pero carecen del cómo alcanzarlas.

Contiene planteamientos que encajan con una visión contemporánea de la temática, pretende romper con la visión que hereda, pero son más decorativos que de contenido.

El presidente Felipe Calderón ha declarado en diversas ocasiones que México puede situarse entre las cinco economías más importantes del mundo. Nosotros coincidimos, pero a condición que se coloque a la ciencia, a la innovación y a la transferencia de conocimientos con sentido social y humanístico en el eje central de las políticas públicas.

La reunión de la Academia de Ciencias del Mundo en Desarrollo (TWAS por sus sigla actual en inglés) tuvo lugar en China hace 25 años y coincidió con el disparo masivo de la innovación en esa nación. La próxima reunión de TWAS se realizará en México, este mes. Debería ser seguida de acciones ambiciosas y no sólo de discursos.

* Rafael Loyola Díaz es investigador del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM.
Octavio Paredes López es investigador del Cinvestav-IPN, Irapuato, y Premio de la Academia del Mundo en Desarrollo (TWAS).

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