La Jornada de Morelos
30 de julio de 2010
Agencias
MÉXICO, DF. Hasta hace unos meses, Cecilia Lara no sabía cómo realizar una investigación científica, pero un buen día se decidió a participar en el Premio Nacional Juvenil del Agua, propuso un proyecto que podría ayudar a comunidades de bajos recursos y obtuvo el segundo lugar en el concurso.
La joven de 17 años ni siquiera ha entrado a la carrera de Biología -“pero lo haré muy pronto”- y ya desarrolló un sistema para purificar agua mediante la moringa, “un recurso económico, efectivo y de muchas aplicaciones, pues sus semillas potabilizan, sus raíces y hojas se comen y, por ser un árbol, nos proporciona oxígeno”.
Este proyecto, reconocido por la Embajada de Suecia y la Academia Mexicana de Ciencias como una de las mejores propuestas ideadas por un joven menor de 20 años, surgió casi por azar, un día que Cecilia atravesó a toda prisa Prepa Ocho para llegar a tiempo a clase y vio que en el edificio de Química habían pegado una convocatoria.
“Nos invitaban a presentar un trabajo que solucionara algún problema relacionado con el agua y me dije, ¿por qué no intentarlo? La verdad decidí entrar porque quería probarme a mí misma, no porque pensara en ganar, esa idea nunca cruzó por mi cabeza”.
La chica comenzó a revisar libros, consultar a sus profesores, apuntar ideas e incluso invitó a una de sus amigas a colaborar con ella. Así, con todas estas herramientas, Cecilia se aventuró a hacer lo que nunca había realizado: una investigación de corte científico, “con todo el rigor que eso implica”.
“En éste, mi último año de preparatoria, mis asignaturas eran física, matemáticas, química y biología, pero la única materia que en realidad me gusta es la última, así que mi trabajo se enfocó a lo biológico”.
Método de prueba y error
“Al principio quería trabajar con ostras; había leído que estos animales son filtros naturales que eliminan los nitritos y los nitratos del agua, así que encargué que me trajeran unas de Acapulco, y desde ahí las cosas comenzaron a salir mal, pues muchas se murieron en el camino, y las demás lo hicieron en mi casa”.
El problema fue que el vendedor, con tal de hacerse de unos billetes, le dijo a Cecilia que estos moluscos podían vivir perfectamente en agua dulce, cuando no es así, “y comenzamos esta aventura con el pie izquierdo”, recordó la joven.
“A esto se sumó que mi primer asesor era un profesor de matemáticas, así que no sabía responder a mis preguntas e inquietudes, y que mi amiga, frustrada tras la masacre de las ostras, ya no quiso saber más de este tipo de proyectos”.
Sin embargo, la joven, en vez de desanimarse, se empeñó aún más. “Nunca había hecho un trabajo de ciencia y por eso lo de las ostras fue un fracaso total, pero me ayudó mucho, pues no sabía cómo estructurar un proyecto. Intuía lo que deseaba hacer y a dónde quería llegar, pero ignoraba cómo diseñar las pruebas”.
Era momento de reconsiderar muchas cosas, pensó la joven preparatoriana, y por eso no sólo cambió de objeto de estudio, sino de asesor, pues más que un matemático, necesitaba de una persona con otro tipo de preparación, además de un laboratorio, pues en su plantel no había ninguno con las condiciones necesarias para desarrollar su trabajo.
Por esta razón, decidió pedir consejo a una profesora de fisico-química del plantel, lo que le sirvió para replantear muchas cosas.
“Ella me sugirió cómo diseñar las pruebas e incluso me enseñó a operar ciertos materiales, pero como eran las últimas semanas de clases y debía entregar calificaciones y evaluar a todos, me dijo que no tenía tiempo para asesorarme, y de nuevo me quedé sola”.