¿Somos los mexicanos refractarios a la tecnología?

La Crónica de Hoy
7 de mayo de 2010
Juan José Huerta

Te gustaría que fuera negativa la respuesta a esta pregunta, aunque no dan mucho lugar al optimismo las ponencias en el I Congreso de los Miembros del Sistema Nacional de Investigadores, realizado en Querétaro del 5 al 8 de mayo, a convocatoria del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología y del Comité de Representantes de los investigadores.

Y es que, como afirma José Saldaña, coordinador de dicho comité, “la verdadera columna vertebral de un proyecto modernizador para México es que la ciencia y la tecnología puedan llegar a ser un valor social compartido, donde éstas sean asunto de todos” (reportaje de Isaac Torres Cruz, La Crónica, 4may10). Allí mismo, José Antonio de la Peña, director adjunto de Desarrollo Científico y Académico del Conacyt, declaró: “es momento de hacer una reflexión de lo que ha significado el SNI para el país, pero más aún sobre cómo puede impactar en la solución de los problemas de la vida nacional, cómo favorecer más a la sociedad y la economía”.

Esto es esencial, pues tal como señaló tiempo atrás al mismo Isaac Torres Cruz, Robert Laughlin, Premio Nobel de Física 1998, “la ciencia y la tecnología en la sociedad del conocimiento tendrán dos frentes en el mundo en los próximos años: aquellos países que las incluyan en sus procesos de formación integral e implícita para el desarrollo, y las naciones cuyo principal papel será maquilar la alta tecnología que produzcan otros”.

La verdad es que la evidencia empírica y la información disponible nos muestran que hay serios problemas en la participación de la ciencia y la tecnología en la sociedad mexicana, ya sea en la actividad productiva, en la gestión gubernamental o el mejoramiento colectivo. En el I Congreso de los Miembros del SNI se destaca que “uno de los principales problemas que impiden el desarrollo tecnológico es la pobre vinculación entre los sectores educativo y productivo nacionales”; igualmente, es muy escasa la investigación científica y técnica realizada por la industria establecida.

Alejandro Frank, director del Instituto de Ciencias Nucleares de la UNAM, ha hecho referencia a un proyecto brasileño por la educación científica, “cuya idea surge de dos preguntas esenciales: ¿cómo mejorar la calidad de vida de los millones de ciudadanos, hasta ahora excluidos de la gran riqueza del país?, y ¿cómo incorporar a estos ciudadanos, particularmente a los jóvenes, a la nueva sociedad del conocimiento, convirtiéndolos en pensadores críticos y creativos, capaces de ayudar a resolver los retos de una sociedad democrática?”.El científico mexicano se dolía de que “nuestro querido país se mantiene dormido, en una apacible y desesperante pasividad”, y señalaba que “es urgente seguir el ejemplo brasileño e impulsar proyectos en que la comunidad científica y tecnológica de México y los responsables del gobierno promuevan con firmeza una educación científica crítica y creativa, e impulsen el talento de los niños, nuestro recurso natural más importante”. (“Brasil y México: dos caminos hacia el futuro”, La Jornada, 23fe08).

La promoción gubernamental de la ciencia y la tecnología, en particular los programas del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, ha sido también objeto de críticas. Rosaura Ruiz Gutiérrez, presidenta hasta el mes pasado de la Academia Mexicana de Ciencias, y Rafael Loyola Díaz, investigador del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, critican lo que llaman una “política científica gerencial”, aplicada en los dos últimos sexenios “con resultados desalentadores”, en razón de “la discrecionalidad en la aprobación de los estímulos, la falta de supervisión sobre su destino y resultados, los estímulos otorgados a empresas trasnacionales con tradición de generar la innovación en sus matrices, el poco interés concedido a las micro y pequeñas empresas, al descuido en la relación academia-empresa, a la presunción de que era una cobertura para evadir impuestos y a la sospecha de que se habían instalado consultoras que vendieron exitosamente sus servicios para que los empresarios se ahorraran cuantiosos impuestos o para que actualizaran equipamiento, importándolo al amparo del programa”. A pesar de modificaciones recientes, concluyen que “el país sigue a la espera de la redefinición del modelo de política científica, pues el vigente no reporta resultados positivos en su fundamentalismo de la tecnología sin ciencia, a la vez que persiste el descuido al urgente fomento del conocimiento”. (Artículos en El Universal, marzo 2009).

Así, es mínimo el número de patentes registradas en nuestro país por mexicanos y, por supuesto, es insignificante el porcentaje de las internacionales. Pueden ser importantes el pulque enriquecido o el aprovechamiento del frijol con gorgojos, pero los investigadores mexicanos tienen que hacer ya énfasis en las tecnologías de avanzada tan necesarias ahora al mundo: ahorro de energía y desarrollo de fuentes renovables de la misma; uso eficiente del agua, preservación del medio ambiente, protección de la salud. Respecto a este último tema, es curioso, pero hasta se dice que a la Comisión Federal de Protección contra Riesgos Sanitarios (Cofepris) le “urge una intervención técnico-científica…, pues tiene una actuación deficiente y oscura que pone en riesgo la salud y la vida de los mexicanos… es además evidente que carece de la competencia técnico-científica requerida”. (Ana Cristina Laurell, La Jornada, 5may10).

En una gran ciudad como esta capital deberían de estarse ya diseñando las tecnologías más apropiadas, por ejemplo, para regar de la manera más eficiente en el uso del agua, cada vez más escasa, las miles de hectáreas de parques, jardines y camellones que existen en la ciudad, cuando es notorio el descuido en su mantenimiento en ese aspecto. Igualmente, como hemos visto en estos días, en una ciudad que sufre serios problemas de contaminación atmosférica por partículas suspendidas (además de por ozono), sería urgente el diseño de métodos modernos en los trabajo de limpieza de miles de barrenderos de vías públicas, o tecnologías para la evaluación precisa de cómo los transportes dizque de “cero emisiones” se comparan con otras opciones de transporte masivo.

Por cierto, el mes pasado fue nombrada rectora de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México la hasta entonces directora general del Instituto de Ciencia y Tecnología del Distrito Federal, la doctora Esther Orozco. Será ésta una muy buena oportunidad para resolver los problemas de gestión y baja titulación de esa casa de estudios, pero, sobre todo, para convertirla en el “think tank” que le está urgiendo al Gobierno del DF a fin de darle un enfoque científico y tecnológico a la planeación y ejecución de sus programas de gestión urbana. De la UACM deberían emanar los especialistas que reorienten el desarrollo urbano de esta metrópoli con criterio de sustentabilidad.

En fin, está claro que México requiere mucho más educación científica y tecnológica, aplicar esa racionalidad a la resolución de los problemas. Vencer, pues, esa aparente repulsa de los mexicanos a las soluciones tecnológicas.

(*Paráfrasis del título de un artículo de Patricia Cohen en el New York Times hace unos dos años: “¿Son los estadunidenses hostiles al conocimiento?”)

huertajj02@hotmail.com


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