Obama y la ciencia

Crónica de Hoy
17 de junio de 2009
Luis F. Rodríguez

Gracias al apoyo generoso de algunos de mis colegas científicos, en el año 2008 recibí la grata noticia de que había sido electo como Asociado Extranjero de la Academia de Ciencias de los Estados Unidos de Norteamérica. Pasaba a formar parte de su membresía, que cuenta con aproximadamente 2 mil 100 miembros, incluyendo una decena de mexicanos. Así, a fines de abril de este año me tocó asistir a su reunión anual, que se celebra en Washington, para tomar parte en la ceremonia de inducción de los nuevos miembros. Al presentarme a la mesa de inscripción recibí, como todos los participantes, una nota del presidente de esta academia en la que nos anunciaba en tono jubiloso que Barack Obama, con menos de 100 días en el puesto de presidente de los Estados Unidos de América (EUA), se dirigiría al pleno en un par de días.

Recordando que yo nunca había visto en vivo a presidente alguno de los EUA, me apresté a asistir con un espíritu más de curiosidad que de otra cosa. Las medidas de seguridad fueron, como era de esperarse, severas, y los miembros de la academia tuvimos que presentarnos un par de horas antes del discurso de Obama, que se inició a las 9:00 horas del lunes 27 de abril en el Auditorio de la Academia.

En persona, Obama da muy buena impresión. Ágil tanto física como mentalmente, comunica una gran seguridad, pero al mismo tiempo sin ser agresivo. Sus discursos, como ratificaríamos en breve, generalmente están muy bien escritos. Además, se ayuda de dos apuntadores electrónicos relativamente imperceptibles, que le dan una gran naturalidad a sus palabras. Obama comenzó recordando que la Academia Nacional de Ciencias de EUA la había creado Lincoln, no en épocas de paz y bonanza, sino en medio de la Guerra Civil, después de la devastadora derrota que sufrió el Norte en Fredericksburg. La metáfora era clara o al menos lo fue para mí: un gobierno creativo debe de ver a la ciencia no como un gasto, sino como una herramienta más que le permitirá conseguir sus objetivos. Obama enfatizó que en los momentos difíciles hay quienes dicen que no se debe de permitir el lujo de invertir en ciencia, pero que él no estaba de acuerdo puesto que es entonces cuando la ciencia es todavía más esencial para la prosperidad, la seguridad, la salud, el medio ambiente, y la calidad de vida de un país. Como se imaginarán, ésta y otras partes del discurso fueron interrumpidas por el aplauso entusiasta de los académicos. Parecíamos Congreso de la Unión en épocas del PRI, pero en nuestro caso, creo que con más sinceridad y buena fe.

Obama continuó haciendo notar que la inversión federal en los EUA había caído en los últimos 25 años a la mitad, en términos del producto interno bruto, y que esto había ocasionado que su país cayera, por debajo de otros, en alta tecnología, educación de su población y otros rubros. Se quejó de que era intolerable que en las evaluaciones internacionales los jóvenes estadunidenses quedaran en lugar 20 en ciencias y matemáticas, por detrás de muchos países. Aquí me encogí en mi asiento porque nosotros quedamos mucho más abajo, como por el lugar 50.

Pero hablar no cuesta nada, y para demostrar que su discurso no se quedaba en las palabras, Obama lo concluyó explicando cómo su proyecto de presupuesto ante el Congreso de su país cambiaría estas cosas. En breve, propone aumentos de un factor de dos en el apoyo a instituciones como la National Science Foundation (algo así como la contraparte del Conacyt), y el Departamento de Energía. Tan sólo para un programa que busca mejorar la educación de la juventud, Obama quiere comprometer 5 mil millones de dólares anuales a través de su Secretaría de Educación. También intenta aumentar el gasto federal en ciencia de modo que rebase 3 por ciento del Producto Interno Bruto de EUA (México gasta menos de 0.4 por ciento del suyo). En las palabras de Obama, su proyecto de gasto representa el compromiso más grande hacia la investigación científica en la historia de los EUA.

Bueno, los políticos son políticos en todas partes, y debe uno siempre de tomar sus palabras con cautela. Aún ante el mejor deseo de un gobernante están las limitaciones económicas, así como el lograr que las respectivas instancias aprueben sus presupuestos. Pero es claro que Obama, a diferencia de Bush, quiere contar con la ciencia como uno de los motores de su administración. No dejó pasar la oportunidad de tirarle una piedra a su antecesor: “En mi gobierno, los días en que la ciencia quedaba rezagada en favor de la ideología se han terminado”. Sólo el paso del tiempo nos dirá qué tanto de estos admirables planes logrará Obama concretar, pero ciertamente en este aspecto cuenta con la simpatía y el apoyo moral de los científicos no sólo estadunidenses, sino de todo el mundo.

Ya de regreso a mi hotel, me puse a meditar sobre si lo que había ocurrido en la mañana era bueno o malo para México. Pero cuando uno se mete a considerar cosas complejas, lo normal es no llegar a una conclusión firme. Por un lado, un político de un país puede, como un virus, infectar a los de otros países con sus ideas. Y el presidente Calderón ha estado en contacto con el presidente Obama, de modo que igual y al rato nos citan en la Academia Mexicana de Ciencias para oír un discurso similar al de Obama. Pero por el otro lado, si México no toma acciones a favor de la ciencia, aunque sea dentro de nuestras limitaciones, el pasto en el terreno del vecino (del norte) estará mucho más verde para los científicos jóvenes de nuestro
país y podríamos tener un fenómeno acelerado de fuga de talentos.

*Centro de Radioastronomía y Astrofísica, UNAM-Campus Morelia

*Miembro del Consejo Consultivo de Ciencias de la Presidencia de la República (CCC)

consejo_consultivo_de_ciencias@ccc.gob.mx


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