La religión y la tierra

El Sol de México
7 de enero de 2010
Pedro Peñaloza

Organización Editorial Mexicana

Felizmente no comprendo a Dios… es decir, no requiero de un Dios al que pueda comprender. Si así fuera, este Dios tendría que ser de mi tamaño. Por lo tanto. No sería Dios.

Jean Bottéro

Empecemos por el principio: todos somos libres de profesar o no una religión, de creer o no en algún ser divino, extraterrenal o construido por la fe. Hasta aquí lo básico. Es la síntesis de un pensamiento tolerante y democrático.

No obstante lo anterior, en los últimos tiempos, aduciendo preceptos religiosos se ha instrumentado una campaña nacional y regional que tiene como lema central «el derecho a la vida», a partir de la cual se han realizado modificaciones legislativas para restringir derechos a las mujeres. Hasta ahora son 18 entidades del país que penalizan la interrupción del embarazo. De esta forma, lo que ha tardado cerca de 180 años en erigirse y preservarse, en unos cuantos meses está siendo minado por diversos embates.

Estas reformas tienen como inspiración el Libro de la Vida, cuyo origen es el Vaticano, y representa un serio riego para la secularidad y la laicidad estatal. Además, toda esta argumentación e instrumentación jurídica, rompe el principio básico de la igualdad ante la ley, con lo cual el derecho está quedando fracturado.

Lo que no debemos perder de vista es que cuando se rompe la naturaleza del Estado secular y se vuelve a la idea del Estado confesional, se producen aberraciones como las que hoy vemos en este conjunto de reformas. Es decir, llevar la norma moral al derecho, y en consecuencia, hacerla obligatoria.

Precisemos: que una Iglesia diga que la mujer que aborte se hace digna de excomunión, está dentro de las posibilidades de una cultura eclesiástica, y es respetable; pero si es el Estado el que se erige como el dueño de los vientres de todas las mujeres e impone a las embarazadas la obligación de dar a luz, ese no es un Estado secular o neutral, es confesional.

Por ello, el debate central no es con la Iglesia, sino con el Estado que es el que se está desnaturalizando, ya que está renunciando a la defensa de los derechos de todos y todas, y en lugar de ello, introduce en su agenda y prioridades la persecución de un sector de la población que ejerce su libertad a procrear o no.

La dirección de este tipo de reformas no requiere mucha imaginación; es obvio que vamos hacía el desmantelamiento de lo que llevo mucho tiempo construir. Tardamos de 1821 a 1973 para construir el Estado secular y de 1873 a 2000 para preservarlo.

De seguir con esta vorágine, se puede entrar a un proceso de polarización social e incluso de algunos brotes de violencia, lo cual no es exagerado, si nos atenemos a los discursos que acompañan a estas iniciativas religiosas-legislativas.

Recordemos, sólo para fortalecer nuestra memoria histórica, que en Estados Unidos, hace algún tiempo, la Corte considero legal el aborto, y los protestantes hicieron una campaña en la que incluso mataban a los médicos que los practicaban; afortunadamente eso ya término, pero quien puede negar la posibilidad de que algunas corrientes fanáticas en México tomen alguna iniciativa similar.

Incluso, como una señal sólida y fundamentada, recientemente, la Academia Mexicana de Ciencias (AMC), integrada por más de mil 500 científicos mexicanos, calificó como «regresivo» y «un asunto vergonzante», que en 18 estados del país se este limitando el derecho a las mujeres a decidir en el caso del aborto. Califica la AMC dichas iniciativas como «el avance de visiones fundamentalistas sobre los derechos individuales de la mujer».

Hasta aquí la descripción de signos preocupantes y graves que muestran la violación a los campos de intervención e influencia de cada quien. Recordemos: las iglesias deben encargarse del bienestar extraterrenal y el Estado de garantizar la convivencia terrícola. Cruzar esta línea puede despertar al México antiguo. Cuidado.

pedropenaloza@yahoo.com


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