La elección anticlimática

El Universal
18 de marzo de 2012
Mauricio Merino

– Opinion –

Si hemos de creer en las encuestas, las dos primeras semanas de campaña han sido inútiles, pues no se ha movido casi nada. Los analistas del proceso han observado que las campañas verdaderas comenzaron mucho antes; que la intención del voto favorable a Peña Nieto se vino construyendo gracias a la fuerza de la televisión privada (y de Televisa, en particular); y que solamente un episodio fulminante podría derrotar esa tendencia. La mayoría añade que, si no sucede nada extraordinario, el resultado de la elección presidencial estaría cantado de antemano.

No obstante, algunos piensan que las cosas todavía pueden cambiar. Esperan la eficacia de las campañas negativas que ya han comenzado en estos días y que eventualmente podrían modificar las preferencias de un número suficiente de electores para empatar al adversario principal. También dicen que ese recurso podría favorecer más a Josefina Vázquez Mota, pues AMLO no sólo lo agotó durante los últimos seis años sino que hoy, además, resultaría contradictorio con su nuevo estilo fraterno y amoroso.

Otros apuestan por el efecto político de los debates. Argumentan que el encuentro entre los cuatro candidatos obrará el milagro de modificar los números, pues anticipan que la rigidez de Peña Nieto le hará perder ventaja frente a la frescura y la experiencia de sus adversarios. Pero también añaden que ese efecto refrescante dependería del acuerdo tácito entre los retadores principales para alinearse en contra del primero, sin hacerse demasiado daño entre ellos -y descontando el papel del cuarto advenedizo, que tiene una agenda diferente-. Y otros más han advertido que la contienda verdadera no comenzará sino hasta que se sumen las campañas del resto de los candidatos al Senado y a la Cámara de Diputados, cuya impronta podría trastocar las preferencias, aunque no sea por buenas razones.

Es probable que todo eso sea verdad y que durante las próximas semanas veamos que, en efecto, las campañas todavía cobren sentido para mover los datos que hoy parecen congelados. Pero creo que los argumentos reseñados tienen dos contrapesos formidables: el primero está en el peso específico que tienen los aparatos de partido y los gobiernos locales de cada bandería. Si Peña Nieto comenzó la justa con muchos puntos por delante, no fue solamente por la lógica de la aviación sino también por la fuerza de la infantería: la televisión ha sido un factor fundamental, pero el otro ha estado en el despliegue de los recursos de gobiernos y de los equipos vinculados con el PRI que, con mucho, siguen superando al resto: el PRI no sólo tiene más dinero, sino que gobierna más estados y más municipios que todos los demás partidos juntos, y ha demostrado no tener demasiados escrúpulos a la hora de echar la carne al asador. Por arriba y por abajo, las ventajas del puntero no consisten solamente en la imagen de su candidato, sino en una maquinaria gigantesca que opera en todos lados.

El segundo contrapeso es más sutil, pero no menos importante: las críticas y el desencanto que rodean al sistema de partidos tiende a inmovilizar las conciencias de los electores. Mientras más se repite que todos los candidatos son iguales, que los políticos solamente nos engañan, que las reglas electorales son un despropósito y que las campañas no merecen ni un minuto de atención, más se favorece el statu quo y más libre se deja el territorio a las maquinarias de partido; es decir, más aumentan las probabilidades de que gane el PRI, no por afecto ni por convicción -o concedo: no sólo por esas razones-, sino porque en estas circunstancias no hay forma de modificar el escenario actual. Para que los resultados sean distintos, habría que tomarse en serio las campañas, escuchar en serio las palabras de los candidatos y participar en serio en la construcción de preferencias. Pero la inercia es otra y, en estas condiciones, mientras más le peguen al proceso electoral, más difícil será cambiar de vencedores.

Investigador del CIDE

http://bit.ly/J37wSN


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