El Universal
21 de marzo de 2006
Sandra Licona
Galardonada por la UNESCO, la patóloga señala que la investigación y la política deben ser materias que se atiendan con vocación social
Esther Orozco, científica mexicana que trabaja en la creación de una vacuna para combatir a la amiba, es dueña de un agudo sentido de la curiosidad, aunque confiesa que llegó tarde a la ciencia y que lo hizo a través de la política.
Mujer de espíritu crítico, que se da «muy mal con la autoridad», aunque sigue ciertas normas institucionales, asegura que no atiende caprichos de ningún funcionario, ni puede fingir que está de acuerdo con determinado tema, carácter que, dice, le ha traído problemas, «bloqueos aquí y allá» para conseguir financiamiento y continuar con sus investigaciones.
Ni siquiera los reconocimientos internacionales que he obtenido, como el Premio Mujeres en la Ciencia 2006, que se le otorgó recientemente, y la Medalla Luis Pasteur, ambas concedidas por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, UNESCO, le han facilitado las cosas a Esther Orozco, quien en entrevista realizada en la modesta oficina que tiene en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, donde coordina a un grupo de jóvenes investigadores en ciencias genómicas, asegura: «En ocasiones ni en cuenta me toman, haz de cuenta que el reconocimiento se lo dieron a una marciana».
Integrante de la Academia Mexicana de Ciencias, Orozco es un espejo en el que se reflejan otras mujeres que estudian, trabajan y tienen una familia. Y aunque reconoce que la ciencia es una actividad «extraordinariamente demandante», dice que ha tenido tiempo de ver crecer a sus hijos -Julio y Alejandra, de 37 y 33 años, respectivamente-, pero que ahora tiene la ventaja de que ya se valen por sí mismos.
«Soy una científica de tiempo completo, pero no una burócrata, sino una mujer que trabaja de 10 a 12 horas diarias con toda la energía y dedicación puestas en la ciencia, además soy una mujer que vive en una sociedad que está atenta a lo que pasa en su país y en el que me interesa influir con mi trabajo e ideas, creo que mi nivel de formación me lo permite».
La doctora ha dedicado los últimos años de su vida al estudio de los genes y las proteínas que participan en la virulencia o propagación de la amiba, como se conoce vulgarmente. Sus contribuciones han abierto camino para el desarrollo de una futura vacuna contra este parásito que ataca a 15% de la población mexicana y a millones de personas en el mundo.
Pero Orozco, quien actualmente trabaja en el Departamento de Patología Experimental del Centro de Investigación y Estudios Avanzados (Cinvestav) del Instituto Politécnico Nacional (IPN) también tiene una concepción política propia e intereses muy claros en ese sentido.
-¿Su estancia en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, que se creó a instancias del ex jefe de Gobierno capitalino Andrés Manuel López Obrador, tiene que ver con sus preferencias políticas?
-La ciencia es una materia de vocación social y la política debería serlo también. Me gustaría ser una mujer de izquierda, hago todo lo posible por ser consecuente, creo en una política progresista, que tiende a pensar primero en la sociedad, con la convicción de que la educación es una actividad que es obligación del gobierno, que debe ser laica, científica y obligatoria. Para mí fue una gran alegría que abrieran esta universidad porque hacía casi 30 años que no se abría una universidad pública. Por antonomasia la ciencia es una actividad que debe servir a la humanidad, que debe salvar y no destruir, pero por culpa de la política, el conocimiento científico muchas veces se utiliza para la destrucción y explotación de los recursos naturales y humanos.
-¿La política ha incidido o trastocado su quehacer científico?
-Sí, pero para bien, le explico. En Chihuahua hubo un movimiento político muy importante, magisterial, estudiantil, popular, en los años 70. Yo trabajaba en la universidad y mi marido también. A raíz de ese movimiento salimos de la universidad, nos corrieron por razones políticas. Se presentó entonces una disyuntiva de qué hacer, y a mí me interesaba mucho la investigación, no me imaginaba la vida sin actividades académicas. Fue un grupo de investigadores del Cinvestav los que me motivaron a pedir una beca en el Conacyt para venir a México. Tenía como 30 años, llegué tarde a la ciencia y fue a través de la política. Mi madre vino conmigo y mientras hice la maestría y el doctorado aquí, ella cuidaba a mis hijos.