El Universal
16 de abril de 2007
Jacobo Zabludovsky
Bucareli
La vieja Escuela Nacional Preparatoria hubiera sido el mejor lugar para la ceremonia en que siete notables pensadores fueron investidos con el doctorado honoris causa de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Fue en ese recinto de San Ildefonso donde Benito Juárez, sacudiéndose aún el polvo de los caminos, creó la Escuela Nacional Preparatoria y la Biblioteca Nacional para subrayar con hechos inequívocos su voluntad de crear un México nuevo. Instauró la educación superior dentro de la corriente del positivismo en búsqueda de una explicación científica de los fenómenos de la vida y del pensamiento. Nacía la educación popular gratuita y laica al amparo de la Ley Orgánica de la Instrucción Pública en el Distrito Federal, y la filosofía se ponía al servicio de un pueblo que en medio de la lucha por su independencia política iba conquistando la independencia intelectual.
Aunque la UNAM cuenta con muchos otros edificios cargados de riqueza histórica, como la Escuela de Minería donde se entregaron los doctorados, ninguno como el que durante 140 años ha dado a México los estudiosos que, representados por las autoridades universitarias de hoy, premian a siete de sus semejantes y les reconocen su aportación en el ámbito de las ideas. Por las características de los siete distinguidos con los honoris causa, el acto ha tenido repercusiones políticas. La víspera de la entrega, en otro escenario de la Universidad, el de la Facultad de Derecho, su director Fernando Serrano Migallón y el ex rector Jorge Carpizo acompañaron a uno de los politólogos más respetados de los últimos tiempos, Giovanni Sartori, en una conferencia donde, entre otras cosas, puso en duda la promesa de legisladores mexicanos de lograr en un año la reforma del Estado. Para que lo entendieran los políticos autóctonos usó una metáfora deportiva: ¡Sería un récord y ameritaría una medalla olímpica!. Sartori mostró más conocimiento de los entresijos de lo que en México llamamos política que quienes la ejercen a su muy folclórica manera.
Fue Fernando Savater, el filósofo español, quien se ocupó de la actual polémica respecto de la intervención de la Iglesia católica en la despenalización del aborto en el Distrito Federal. ¡Pueden creer lo que quieran. A mí parece bien que un obispo considere que el aborto es un crimen, lo que me parece mal es que intente obligarnos a compartir su punto de vista!. Me satisfizo que un pensador como Savater coincida en esencia con el párrafo final de mi Bucareli del lunes 16: ¡Respeto todo lo que se dice de buena fe aunque no lo comparta, incluso aunque vaya contra mis propias convicciones, pero me opongo a que los dogmas de una organización religiosa, cualquiera que ésta sea, se impongan a todos los miembros de una sociedad laica!. Las palabras de Savater prueban que algunas luchas no son privativas de México ni de nuestra época pues no tienen fronteras y vienen de muy atrás. Savater dijo también: ¡La jerarquía religiosa tiene derecho a establecer lo que según su credo son pecados para quien crea en esa religión, pero no tiene derecho a establecer lo que son delitos!. La lección del filósofo es dictada con singular oportunidad, donde y cuando debe ser escuchada y atendida.
La entrega de los doctorados ha sido un acto que trasciende los límites del campus universitario más importante del continente americano. Vale la pena señalar además de los mencionados a los otros cinco premiados. Investigadores, creadores, intelectuales: Juliana González, mexicana doctorada en Filosofía y Letras, dedicada a la vida académica, profesora emérita e integrante de la Junta de Gobierno de la UNAM, de la Academia Mexicana de Ciencias y del Colegio de Bioética, autora de numerosos textos sobre sicología, ética y libertad. Leopoldo García-Colín Scherer, químico y físico de la UNAM y doctorado en Maryland, premio Nacional de Ciencias y Artes, fundador de la Universidad Autónoma Metropolitana, considerado fundador de la física estadística en México. Nélida Piñón, brasileña, premio Juan Rulfo Menéndez y Pelayo y Príncipe de Asturias. Desde 1996 es la primera mujer que encabeza la Academia Brasileña de Letras. Ricardo Miledi y Dau, mexicano, miembro de la Royal Society of Sciences y a la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos, premio Príncipe de Asturias por sus investigaciones en neurobiología molecular. Ricardo Lagos, chileno, presidente de su país, doctorado en Derecho, ministro de Educación y también de Obras Públicas de Chile, uno de quienes hicieron posible la vuelta de la democracia a su patria.
Al investirlos con sus doctorados, el doctor Juan Ramón de la Fuente expresó el sentir de la UNAM y de muchos millones de mexicanos que sin haber sido alumnos universitarios coinciden en la dimensión que deseamos para México: ¡Somos una universidad orgullosamente pública. Universidad de masas, sí, laica como corresponde a un Estado laico al cual pertenecemos y defendemos… que se resiste a someterse a las prioridades de los mercados que sólo ven a la educación como una transacción comercial con fines de lucro!.
La Universidad Nacional Autónoma de México tiene entre sus numerosas casas, las antiguas del barrio céntrico y las modernas del Pedregal, varias que merecen albergar un acto del más alto nivel intelectual como el registrado esta semana. Creo, sin embargo, en lo idóneo del Colegio de San Ildefonso para este hecho histórico. Influye en mí, sin duda, el recuerdo imborrable y la gratitud por los dos años disfrutados en él. Pero no es por eso, sino por su destino, marcado en el momento de su nacimiento, cuando un gran presidente decidió cimentar ahí el foro donde se ventilaran las tesis que en gran parte han permitido a los mexicanos vivir en un marco jurídico garante de libertades físicas y mentales.