Jóvenes cientí­ficos, incierto futuro laboral

El Universal
15 de febero de 2006
Cinthya Sánchez

Contar con licenciatura, maestrí­a, doctorado o publicar en revistas especializadas no les garantiza un trabajo seguro. Prueba de ello es que la UNAM no abrió ninguna plaza para investigadores en 2005

ZAPOPAN, Jalisco.- Tienen licenciatura, maestrí­a, doctorado en ciencias, publican artí­culos en revistas especializadas nacional e internacionalmente, realizan investigaciones en universidades, pero ganan alrededor de 5 mil pesos mensuales -si es que no consiguen una beca que les genere otros estí­mulos- porque al igual que muchos de los jóvenes mexicanos no tienen un empleo con prestaciones, ni planta laboral. Son los cientí­ficos jóvenes mexicanos.

Se encuentran reunidos en el primer encuentro «Perspectivas cientí­ficas y tecnológicas en México a partir de sus jóvenes investigadores» la mayorí­a de ellos se mantienen de sus becas. Su futuro: esperar a que uno de los cientí­ficos muera para poder obtener una plaza y aún así­ no es garantí­a porque también la burocracia está presente, así­ que puede que después de trabajar en una investigación no obtengan empleo.

Prueba de ello es que la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) no abrió ninguna plaza para cientí­ficos investigadores en 2005. Lo que genera que tengan tres destinos: uno de cada tres consigue emplearse, otro lo logra en Estados Unidos o Canadá y el que queda pertenece a la fuga interna porque se pierde. «Se autoemplea, muchas veces termina de profesor en alguna secundaria o deprimido», dice Octavio Paredes López, presidente de la Academia Mexicana de Ciencias.

Los cientí­ficos jóvenes tienen en promedio de 30 a 40 años. Esto se debe a que para ser investigador hay que estudiar en promedio 24 años. Actualmente México cuenta con 12 mil cientí­ficos de los cuales 10% son jóvenes. El resto tienen en promedio 55 años de edad y existe una mayorí­a entre los 60 y 70 años.

«Estos cientí­ficos mayores que cuentan con alguna plaza laboral no se jubilan porque de hacerlo recibirí­an muy poco sueldo, debido a que una vez jubilados pierden las becas porque ya no están produciendo investigación, lo que genera que se cierre aún más el campo de trabajo para los jóvenes. De modo que sí­ hay cientí­ficos jóvenes, sólo que no hay plazas», explica la investigadora Ofelia Morton del Instituto de Geofí­sica de la UNAM.

Para Octavio Paredes, los cientí­ficos no han sido capaces de convencer al gobierno de lo importante que es invertirle a la ciencia y la tecnologí­a. «Los polí­ticos tienen que apostarle a la ciencia si quieren competir en un mundo globalizado. Naciones como Vietnam lo han logrado invirtiendo el 2% de su PIB, mientras en nuestro paí­s la ciencia se sostiene con el 0.42%» dice. Considera que para que esta situación cambie es necesario que el trabajo de los cientí­ficos se concentre en tratar de convencer a los tres principales candidatos presidenciales de que en sus plataformas polí­ticas incluyan la generación del conocimiento como motor de educación.

Por amor a la ciencia

Brenda Esmeralda Martí­nez tiene 27 años, una licenciatura en fí­sica en la Universidad Autónoma de Nuevo León, una maestrí­a, doctorado y un post doctorado en la Universidad de Toronto en Canadá. Trabaja en una investigación en control de caos y sistemas dinámicos aplicados a comunicaciones. Después de la preparatoria estudió cuatro años de licenciatura, cinco de doctorado y uno de investigación. Ahora gana en promedio 12 mil pesos, pero sólo gracias a que está becada por el Sistema Nacional de Investigadores (SNI), un estí­mulo para los investigadores, tiene un complemento.

Tiene la promesa de una plaza en la Universidad de Guadalajara, donde podrá ser profesora e investigadora. Sabe que el problema de especializarse es que no hay lugar dónde trabajar. «Especializarte no te garantiza nada». A pesar de ello no piensa en irse a otro paí­s porque quiere regresarle a la sociedad lo que le ha dado. «Toda mi educación se la debo al Estado y me gustarí­a quedarme a trabajar aquí­», dice.

Gualberto Solí­s es originario de San Luis Potosí­. Tiene 32 años y es ingeniero electrónico. Estudió maestrí­a y doctorado, sus temas de investigación se enfocan en la electrónica. Ha pasado 28 años de su vida preparándose.

Ahora es afortunado porque cuenta con una plaza en la Universidad Autónoma de Yucatán desde hace un año y medio, pero confiesa que ha sido difí­cil. No tuvo que esperar a que alguien muriera porque corrió con la suerte de que se abriera un nuevo proyecto en la Universidad. Sin embargo, reconoce que no tiene las condiciones ideales para realizar su trabajo de investigación. «Se creó una nueva carrera y por eso me contrataron, de lo contrario tendrí­a que haber esperado no sé cuantos años. Antes de la plaza me mantení­a con la beca del SNI y trabajaba de lo que podí­a».

Asegura que el sueldo le da para vivir, pero no le permite tener las condiciones para desarrollarse. «Me queda sólo picar piedra y seguir con mis sueños».

Ambos jóvenes coinciden en que el problema de la ciencia en México es que hay un sueldo base bajo y que los estí­mulos sólo son complemento, pero están sujetos a que haya presupuesto. Por eso nadie se jubila. No tenemos seguridad laboral, porque no hay presupuesto y tenemos que sumar nuestros ingresos de becas y sueldo para vivir decentemente, explican.

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