La Crónica de Hoy
17 de septiembre de 2012
Isaac Torres Cruz
Academia
La ciudad de Teotihuacan, enorme y majestuosa, aún guarda secretos que permanecen más allá de sus fosas soterradas, la organización de sus barrios y la procedencia de sus habitantes. Sin textos, ni escritura elaborada, la primera gran megalópolis de Mesoamérica podría parecer muda o al menos silenciosa de su pasado.
No obstante, a lo largo de décadas, su estudio ha llevado a la investigación científica a ser muy creativa, precisa e interdisciplinaria para comprender la complejidad de la urbe, y a los arqueólogos a plantearse el reto de estudiar esta metrópoli como una gran excepción dentro de la historia de las antiguas civilizaciones, como define Linda R. Manzanilla Naim, una de las principales expertas en Teotihuacan, que ha investigado distintos aspectos de ésta durante décadas.
En entrevista, la investigadora de la UNAM y miembro de El Colegio Nacional relata los hallazgos que ha realizado a lo largo de su carrera y los significados más impactantes en los resultados de esta experiencia. Pero también explica por qué no hay registros importantes sobre su escritura como en otras culturas, así como la conformación del gobierno en la ciudad y sus habitantes, a partir del barrio de Teopancazco y el complejo palaciego de Xalla. Además, habla sobre las investigaciones más recientes de su equipo acerca del desmembramiento de cuerpos humanos, cuyos huesos sirvieron para la fabricación de herramientas, y la correlación ritual que seguramente tuvo.
DE TURQUÍA A LOS ANDES. Desde niña, Linda Manzanilla se interesó por las civilizaciones antiguas plasmadas en sus libros de texto gratuito. Egipto, Mesopotamia, China e India, entre otras, le brindaron el panorama que la llevó a especializarse en algunas de éstas en sus estudios de nivel superior. Graduada de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) a la que ingresó en 1970, realizó su maestría y doctorado enfocados en Mesopotamia y Egipto, respectivamente. Con una concepción interdisciplinaria de la investigación, excavó con especialistas de la Universidad de Roma en Turquía Oriental y Egipto, para entender el surgimiento de las primeras ciudades y los primeros estados y así dar cuenta del surgimiento de la complejidad social y política.
También realizó excavaciones en Tiwanaku, “la Teotihuacan del mundo andino preincaico”, en Bolivia y en Cobá, Quintana Roo, entre muchos otros sitios. Pero toda su experiencia e investigación sería coronada en la ciudad de los dioses, la primera entidad urbana del centro de México, ahora su foco principal de interés.
UNA CIUDAD EXCEPCIONAL. Para la arqueóloga, miembro de la Academia Mexicana de Ciencias y doctora honoris causa por la UNAM, uno de los mayores impactos que han surgido en su estudio de Teotihuacan es abordarla como una excepción: una ciudad que no es la norma, puesto que no legó textos (como los mayas, por ejemplo). De esta forma, menciona, todo se tiene que abordar desde una perspectiva científica firme e interdisciplinaria, de análisis de los datos biológicos, químicos, de fechamiento, osteológicos, isotópicos, genéticos, arqueológicos, instrumentos, desechos del pasado…, “de lo contrario sólo haríamos ciencia ficción”.
Abordar una excepción, en una de las ciudades preindustriales más grandes del mundo antiguo, más planificadas, multiétnica, es todo un reto intelectual, pero con la ciencia del siglo XXI, afirma, entran cada vez mejor a este mundo del 200-550 d. C. y han entendido mejor cómo funcionaba la ciudad (en los años 80 excavaron viviendas multifamiliares para comprender cómo se vivía en las vecindades y a fines de los 90, cómo se establecían los barrios y qué función tenían los individuos en centros de barrio). Pero el conocimiento también ha aumentado para saber más sobre cómo se gobernó una entidad tan grande y multiétnica (125 mil personas de distintas lenguas, sus intereses y procedencias).
A través del estudio de sus viviendas lograron entender que varias familias compartían el ámbito doméstico, donde cada una tenía un apartamento y una deidad patrona que veneraban en patios rituales. Entre los barrios estudiados se encuentra Teopancazco, al sureste de la Ciudadela, donde se realizaban diversos oficios, principalmente la sastrería y confección para las elites.
SIN TEXTOS. Si bien en Teotihuacan hay registro de glifos, son muy sencillos como para atribuirlos a una escritura específica. En la incógnita sobre por qué los teotihuacanos no legaron una escritura, la científica explica dos posibles respuestas, asociadas con su forma de gobierno y a la multietnicidad.
Los mayas, ejemplifica, dejaron textos propagandísticos sobre su política, gobernantes y dinastía. Pero Teotihuacan tenía una estructura gobernante de tipo corporativo, con posibilidad de cogobierno, varios gobernantes o con un consejo de gobierno, de tal manera que no abundarían muchos registros como los mayas dada esta organización política.
Y además, es probable que los textos no tengan sentido porque lo que uno ve en los murales son reiteraciones de la fuerza de la naturaleza: abundancia de agua y lluvia, rituales de siembra y otros que no tienen que ver con los individuos, con gobernantes únicos ni con sus nombres, abunda. “Son otros mensajes, otra sociedad”.
Por otro lado, siendo multiétnica, uno se pregunta ¿en qué lengua habría que dejar testimonio de su escritura? “Uno lega textos a los de su misma lengua, pero aquí había muchas. Sería una explicación de por qué hay glifos sencillos que pudieron abordarse desde distintas perspectivas”.
PIEZAS PARA ARMAR. Para la investigadora del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM, a lo largo de todos estos años de excavaciones, estudios y análisis, el rompecabezas de Teotihuacan está lejos de resolverse, pero cada vez se van sumando más “piezas”. De lo que no hay duda para ella es que fue una ciudad muy compleja y con una red de interacciones multiétnicas igual de complicada. Pero también una ciudad excepcional, corporativa y con paralelismos en Tiwanaku y ciudades del Valle del Indo en Pakistán.
Aunque en esta imagen hay una parte difícil de percibir por ahora, al menos con los datos recabados, señala. En su grupo de investigación, actualmente se estudia el procesamiento de los cuerpos humanos que hubo en Teotihuacan.
No se trató de los cuerpos que estaban enterrados, dice, sino de otros procesados para obtener instrumentos de trabajo, que tienen huellas de cortes o que pudieron ser sometidas al calor, cocidos o hervidos. “Algunos de estos destazados y desmembrados llegaron a ser agujas, alfileres, retocadores e incluso ciertos pedazos de cráneo empleados como piezas para beber”.
¿Una práctica ritual? Eso es uno de los aspectos que están investigando, refiere, pero el registro de esta práctica en figurillas teotihuacanas, algunas halladas en Teopancazco, empiezan a responder la pregunta.
“No lo sabemos, es lo que tratamos de entender. Parece que hay un componente ritual muy fuerte. Una de mis tesistas, Berenice Jiménez, estudia las figurillas desmembradas (sin cabeza, brazos y piernas) que fueron depositadas ritualmente. Pero acompañando las figurillas también hay pedazos de seres humanos desmembrados”.
Otro indicio, añade, es la decapitación de 29 individuos principalmente masculinos en un ritual de terminación de 350 d.C. en Teopancazco. Una de las partes más desconcertantes tiene que ver con el procesamiento de algunos miembros. “Hay varios huesos que fueron además hervidos y cocidos, con los que se obtuvieron herramientas, algo más artesanal y de uso para el trabajo”.
En la investigación, los científicos buscan saber quiénes fueron estas víctimas y analizar las vertientes y otras implicaciones que podrían derivar de esta práctica. “Incluso la posibilidad del consumo ritual de carne humana”. El trabajo aún es reciente, enfatiza Linda Manzanilla, y tendrá que analizarse bajo un escrutinio interdisciplinario para entender este y otros fenómenos.
POLVO MILENARIO. El trabajo del arqueólogo está dotado de un grado de aventura, posible por el trabajo de campo, punto de inicio fundamental para la investigación. Si bien puede llegar a ser una actividad arriesgada, es una de las partes que Manzanilla Naim disfruta más de su trabajo.
Salir en campaña de investigación es algo que la arqueóloga valora en cada centímetro excavado, ya sea a 3 mil 800 metros en Tiwanaku, con el paisaje del Éufrates en Turquía, la selva (que no su favorita) de Cobá o bajo el quinto Sol de la ciudad de los dioses.
“Tiene una parte muy bella, cuando uno va al campo como científico sin duda quiere pistas, como un detective del pasado, esa es parte de la aventura. A mí me encanta; una excavación es emocionante porque se puede avanzar de manera sistemática a través del polvo de milenios y saber qué es lo que pasó en cada espacio”.