El Universal
2 de agosto de 2010
Guillermo Cárdenas Guzmán
Científicos confirman que al leer una historia, el cerebro genera una vívida simulación de las escenas relatadas
Muchos escritores afirman que una buena obra narrativa es aquella que “atrapa” la imaginación de los lectores y los remite hacia esos mundos alternativos construidos con palabras, donde es posible experimentar cada escena de la trama como si fuese la vida real. Ahora, un equipo de psicólogos y neurocientíficos ha encontrado evidencias de que esa apreciación es absolutamente literal.
Aunque el texto plasmado en la hoja o la pantalla electrónica pueda parecer lineal al carecer de códigos icónicos como los de historietas o programas televisivos, su efecto en el cerebro humano es igualmente estimulante y lleno de colorido, según un estudio de imagenología cerebral de investigadores de las universidades Washington en St. Louis (WUSTL, en inglés), de Denver y Minnesota (EU).
Los académicos confirmaron mediante una original investigación apoyada en un escáner cerebral aquella vieja idea que ha permeado las mentes de narradores, críticos y amantes de la literatura desde hace siglos: lejos de ser una actividad abstracta o pasiva, la lectura es un ejercicio de recreación a través del cual los lectores echan a volar su propia imaginación y construyen o reconstruyen cada escena descrita en la obra.
Cada uno de los detalles alusivos a acciones, sensaciones, personajes o escenarios es interpretado por el lector a partir del texto e integrado con su propio bagaje cultural basado en sus experiencias pasadas. Luego, todos esos elementos son procesados para formar simulaciones mentales utilizando las mismas regiones del cerebro que operan cuando realizamos, imaginamos u observamos actividades similares en el mundo real.
“Nuestros resultados indican que los lectores utilizan representaciones perceptivas y motrices en el proceso de comprensión de una actividad descrita en términos narrativos y que estas representaciones son actualizadas dinámicamente en puntos donde algunos aspectos relevantes de la situación cambian”, comentó Nicole Speer, autor principal de este trabajo y doctor en psicología egresado de la WUSTL.
Líneas y circunvoluciones
“Tanto los psicólogos como los neurocientíficos están llegando a la misma conclusión: que cuando leemos una historia y realmente la entendemos, creamos una simulación mental de los sucesos descritos en ella”, aseguró por su parte Jeffrey M. Zacks, coautor del estudio y titular del Laboratorio de Cognición de la mencionada universidad.
La palabra escrita y su interpretación han dado forma a nuestra civilización desde sus orígenes hace aproximadamente 6 mil años; sin embargo, estudiar en tiempo real cómo el cerebro capta y procesa información textual es una tarea ardua y costosa incluso hoy, pues los investigadores pocas veces tienen acceso a los delicados equipos empleados para hacer imagenología cerebral.
Una excepción notable es este trabajo de Speer y sus colegas, quienes colocaron uno por uno a 28 voluntarios dentro de un aparato de resonancia magnética funcional (Fmri, que sondea cambios en el flujo sanguíneo) para rastrear los patrones de actividad neuronal mientras leían los textos desplegados en una pantalla adyacente, con ayuda de un espejo colocado dentro del escáner.
En un esfuerzo por minimizar los movimientos oculares de los participantes, los investigadores les pidieron permanecer inmóviles dentro del escáner. Bajo esas condiciones, cada uno de ellos leyó cuatro narraciones muy breves (de menos de mil 500 palabras, extraídas de un viejo libro de 1940 titulado One boy´s day) que trata sobre las peripecias cotidianas de un jovencito. La mayoría de voluntarios tardó unos 40 minutos en completar dicha lectura.
Los autores del estudio, difundido en la revista especializada Psychological Science, codificaron los textos de tal forma que sabían en qué partes del relato se describían transformaciones importantes en ciertos aspectos. Supusieron que algunas regiones cerebrales tendrían más actividad al registrar algunos de esos cambios, mientras que otras serían estimuladas de manera selectiva. Y eso exactamente encontraron.
Por ejemplo, los cambios en los objetos con los que interactuaba el protagonista de la historia (“tiró de una delgada cuerda”) se asociaron con aumentos de actividad en una región en los lóbulos frontales vital para el control de los movimientos de sujeción. Y los cambios de locaciones (como: “atravesó la puerta y entró a la cocina”) se ligaron con una mayor estimulación en partes de los lóbulos que se “encienden” cuando el sujeto observa imágenes o escenas.
¿Pantalla o papel?
Al final, los resultados reforzaron la idea intuitiva de que los sujetos construyen simulaciones mentales de los sucesos codificados con el lenguaje escrito del relato: “Para entender y recordar historias, los lectores integran su conocimiento del mundo con la información en el texto. Aquí está la evidencia de que los circuitos neurológicos rastrean los cambios en las situaciones descritas”, escriben los autores en su reporte.
El hecho de que este experimento haya sido efectuado con apoyo en una pantalla electrónica de cristal líquido para desplegar textos, haría suponer que la experiencia de lectura evaluada puede ser bastante similar a la que se tiene al utilizar un dispositivo tecnológico como teléfono celular, agenda electrónica o lector tipo Kindle o Ipad y menos parecida a una lectura convencional, esto es, en una hoja de papel impresa.
Los autores del estudio no hacen ninguna referencia al respecto, aunque en opinión del investigador egresado de la UNAM, Jean Philipp Hillenbrand, miembro de la Academia Mexicana de Ciencias, no necesariamente tiene que haber diferencias importantes entre ojear un libro electrónico y hojear uno en versión tradicional de papel, ya que los procesos neurológicos involucrados en ambos casos no varían.
“Si es igual la experiencia de leer un libro en una pantalla que hacerlo en uno físico va a ser imposible de comprobar, aunque podemos responder en sentido afirmativo, ya que toda la evidencia científica apuntaría a que lo importante es el proceso y no el tipo de medio donde se presenta la información”, considera Hillenbrand, pionero en la aplicación de estudios de imágenes cerebrales a las ciencias sociales en México.
Esta duda acerca de si es equivalente la sensación de leer en un soporte físico o hacerlo en uno electrónico, añade el también especialista en estrategias de mercadotecnia, “creo que se origina porque mucha gente se siente incómoda al leer en una pantalla, pero esto es un tema referente al ojo, no a los procesos neurológicos subyacentes, pues el estímulo es la combinación de letras y da exactamente igual cómo lo presentemos».
De acuerdo con el científico mexicano, el resultado del trabajo del investigador Nicole Speer muestra de una forma contundente por qué una simulación no está desligada de su ejecución en la vida real. “Sólo a través de la simulación mental de ciertos procesos, como la que hacen los soldados o los deportistas al entrenar para tareas difíciles, puede lograrse una mejora en la respuesta motriz o en la capacidad de reacción”, dice.
Cita también el caso de las llamadas neuronas-espejo, situadas en partes cerebrales que muchos investigadores asocian con la empatía. “Si vemos una cara triste en una persona se activan áreas vecinas a las que usaríamos para mover músculos y generar un rostro igualmente triste o bien para procesar a nivel emocional lo que nos provoca ese gesto. Esto es similar al proceso neurofisiológico de la lectura, pues permite imitar ciertos estímulos en forma activa para así entenderlos”.