El Mañana
25 de septiembre de 2008
(Silvia Isabel Gámez /Agencia Reforma)
Su fascinación por la historia de México tiene orígenes oscuros. Pudo ser porque nació en Los Ángeles, una casualidad que lo llevó a aprender español, y luego, ya con ese bagaje lingüístico, enfocarse al estudio del «dramático» pasado mexicano
CIUDAD DE MÉXICO.- Su fascinación por la historia de México tiene orígenes oscuros. Pudo ser porque nació en Los Ángeles, una casualidad que lo llevó a aprender español, y luego, ya con ese bagaje lingüístico, enfocarse al estudio del «dramático» pasado mexicano.
Pero percibe aún otra razón, quizá más poderosa: «Me encantan las tortillas hechas a mano», confiesa Eric Van Young.
En 2001, el historiador entró con La otra rebelión a un selecto grupo de investigadores estadounidenses que, según el inglés Alan Knight, han contribuido a transformar la historiografía mexicana, como Friedrich Katz y John Womack.
Hoy ingresará a la Academia Mexicana de Ciencias con una conferencia sobre su nuevo objeto de estudio: Lucas Alamán, cuya Historia de México considera la obra cumbre de la historiografía del siglo 19.
Según la Academia Mexicana de Ciencias, además del libro mencionado, una de sus más destacadas contribuciones al estudio de la historia de México por sus descubrimientos y por su polémico y renovado enfoque, cabe destacar el compromiso de Van Young con la formación de nuevos mexicanistas, tanto en Estados Unidos como en México, pues ha dirigido más de 20 tesis de doctorado y seis de maestría.
Al investigar un foco prolongado de resistencia de pueblos indígenas campesinos contra el régimen colonial en las cercanías del lago de Chapala durante el siglo 18, Van Young se preguntó si las causas del levantamiento eran sólo económicas.
Así nació el germen de La otra rebelión (FCE, 2006), un proyecto que le llevó 20 años concretar.
Tras revisar miles de juicios, confesiones, testimonios e informes de gobierno, relatos de un pasado «infrahistórico» que había permanecido casi oculto bajo el peso de una historiografía centrada en héroes y caudillos, descubrió que la defensa de las comunidades durante la guerra de Independencia obedecía más a cuestiones de identidad étnica y religiosa, a razones de amistad, lealtad y parentesco, que a privaciones materiales o ideologías.
«Invertí entonces mi enfoque, hice a un lado las explicaciones económicas para enfatizar las culturales. Algunos críticos han advertido una hendidura, una separación en el tono del libro, como si hubiera dejado atrás los restos arqueológicos de otro proyecto».
Forjado en la historia económica, Van Young se dispuso a adentrarse en un terreno que no conocía. «No soy Superman, pero como historiador busco acercarme a la verdad y no tuve más remedio que modificar mi ruta y enfocarme a la historia cultural.
No sentí desilusión por haber puesto tanta energía en un proyecto para que se me impusiera otro; seguí mi epifanía».
La tesis principal de La otra rebelión choca de frente con la historia oficial, al plantear que la independencia de México no fue la meta de las movilizaciones populares, ni sus huestes lucharon bajo el símbolo unificador de la Virgen de Guadalupe.
«La alianza social, política y militar entre la gente común y la élite criolla, santificada por el símbolo protonacional de la Virgen, no existió», sostiene Van Young, quien tampoco ha hallado evidencias de que los grupos populares compartieran las metas políticas de los criollos –de ahí el título de La otra rebelión–, la visión nacionalista de quienes inicialmente buscaron la autonomía de la Nueva España dentro del imperio.
«La idea compartida del destino de México como una gran nación llegó después, a fines del siglo 19, cuando se fortalecieron medios de comunicación como el telégrafo y la imprenta».
Otra tesis que pone a debate es la participación activa del clero rural en el movimiento, al afirmar que cerca del 80 por ciento de los párrocos siguió siendo leal a la Corona.
Este fue uno de los puntos rebatidos por Knight en una controversia publicada bajo el título En torno a «La otra rebelión» (Colmex, 2007).
«Quizá mi debilidad como autor sean algunas ideas psicoanalíticas que manejo para explicar formas de acción colectiva. Me han tachado de psicohistoriador, cuando las empleo como metáforas», reconoce.
En un libro donde abundan los pequeños relatos, historias fascinantes de delincuentes como Chito Villagrán y curas revoltosos como José Manuel Correa, abre espacio también para los cabecillas locales, un grupo que Van Young considera aún pendiente de estudio, desde un nivel local hasta provincial.
«Me encontré con una mezcla volátil de psicópatas, de oportunistas y también de héroes, pero falta emprender líneas de investigación».
Pasado el tiempo, el historiador se declara «bastante satisfecho» con el recibimiento de su libro. «Sí ha tenido cierto impacto, lo veo citado muchas veces, pero un buen amigo me dijo una vez que es una obra a la que todo el mundo se refiere, pero pocos leen».
Hijo de pintores, Van Young no heredó de sus padres el talento para la plástica, pero sí una forma de acercarse a la historia.
«Para mí, la historia es una ciencia que comparte mucho con el arte. Pongo mucho cuidado en la escritura. Tras una primera etapa de formulación de preguntas o temas, sigue la investigación en archivos, después la organización y análisis de los datos y, por último, la redacción.
Es ahí cuando me apego a un modelo estético, escucho una especie de click cuando alcanzo ciertos criterios, es algo subjetivo».
Reconoce como una influencia la obra del historiador John Demos, que ha escrito sobre los procesos de brujería en Nueva Inglaterra, por su capacidad para inyectar vida a los datos duros sin violar las fronteras de la probabilidad.
Otro de sus modelos es Carlo Ginzburg, el autor de El queso y los gusanos, representante de la microhistoria.
Van Young puso cuidado en asumir La otra rebelión desde una doble perspectiva: al tiempo que exploraba la subjetividad de los actores históricos, creando una biografía colectiva de la insurgencia en el periodo de 1810-1821, asumió la postura objetiva del observador.
El investigador reconoce que entre los historiadores de viejo cuño existe resistencia a aceptar nuevas tesis como las que plantea La otra rebelión, por un culto a los héroes y también por la dificultad de luchar contra las «sabidurías recibidas», lo ya establecido y santificado.
Mientras que en México los esfuerzos se han orientado al estudio del porfiriato y la Revolución, en Estados Unidos ha habido mayor interés por la Independencia, señala, lo cual no implica que una u otra historiografía esté atrasada.
«En cada historiografía existen ciclos y huecos. En mi país no pasa un año sin que se produzca como mínimo una veintena de libros sobre la guerra de secesión, mientras que la Primera Guerra Mundial no ha sido tan estudiada.
Es cuestión de énfasis».
Tras la huella de Alamán
Eric Van Young considera al historiador Lucas Alamán (1792-1853) una figura siniestra, un autor brillante, una personalidad inquietante.
Su proyecto de hacer una biografía de Alamán, dice, es un paso más en una trayectoria que lo conduce hacia «lo más esencial» del ser humano.
Este jueves a las 12:00 horas, Van Young ofrecerá en la Facultad de Economía de la UNAM un avance de su investigación en Lucas Alamán: Una nueva evaluación.
Esta conferencia marca también su ingreso como miembro correspondiente a la Academia Mexicana de Ciencias.