El Universal
14 de enero de 2008
Ricardo Cerón
ricardo.ceron@eluniversal.com.mx
¿Le interesaría ir al supermercado y poder comprar donas dietéticas, chorizo de carne de pavo, gelatina de soya, sustituto de leche a partir de plantas silvestres, camarones sin colesterol o incluso embutidos de mariscos?
Ninguno de estos productos se pueden conseguir en el mercado, pero existen desde hace varios meses o incluso años, aunque aún se encuentran en el laboratorio de alguna universidad o centro de investigación mexicanos, con escasas posibilidades de llegar al consumidor. Y es que cada año decenas de desarrollos científicos y tecnológicos se suman a una larga lista de inventos no vendibles, que tan sólo entre la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y el Instituto Politécnico Nacional (IPN) superan los 500.
Hay desde filtros para eliminar olores de alcantarillas o bastones con sensores para invidentes, hasta fármacos contra la cirrosis, frutas en polvo, chalecos antibalas o alarmas antirrobo controladas por celular.
Casos exitosos como la venta de la patente de un fármaco trombolítico en 1.2 millones de euros por parte de la UNAM a una farmacéutica alemana hace tres años, o la comercialización a nivel internacional del multivitamínico Diabión, creado por científicos del IPN y del Centro de Investigación y de Estudios Avanzados (Cinvestav), son hechos aislados en la ciencia nacional.
El número de patentes anuales que obtienen los investigadores nacionales sólo asciende a alrededor de 200, cifra inferior a la que registraban los científicos de EU en el siglo XIX.
Incluso en la lista Casos Exitosos de la Ciencia Mexicana, elaborada por la Academia Mexicana de Ciencias (AMC) y el Conacyt, que recopila los principales desarrollos del país en los últimos años, cerca de 70% de las innovaciones que aparecen en ella no están en el mercado.
Recelo de científicos con la industria
Para Gilberto Castañeda, investigador del Departamento de Farmacología del Cinvestav y uno de los creadores de Diabión, está claro que el poco interés de la industria por la ciencia mexicana, aunado al burocratismo de las universidades y los nulos estudios de mercado antes de desarrollar un producto, tienen a la gran mayoría de inventos nacionales confinados a bodegas, sin posibilidades de comercializarse.
“Esa escasa vinculación entre la academia y la iniciativa privada también se da porque entre muchos científicos predomina la idea de que trabajar con la industria es como prostituirse o perder la capacidad de investigar”.
La industria a su vez, agregó, tiene un escaso interés porque no saben a quién recurrir, en la mayoría de universidades no hay un área que los oriente.
Alejandro Alagón, creador de la patente que la UNAM vendió en 1.2 millones de euros, consideró imprescindible “acabar con los recelos que tienen los académicos para trabajar con la industria y viceversa”, para que los productos mexicanos puedan llegar al público y sea más provechosa la vinculación empresa-academia.
Gilberto Castañeda dijo que las huelgas son un factor extra que impide esta vinculación, porque nadie garantiza a los empresarios que el centro de investigación no va a estar cerrado semanas o años debido a problemas laborales.
Al contario, en gran parte de las universidades de EU o Europa aceptan donaciones de empresas con él único compromiso de informar de los avances en los proyectos que realizan y, en caso que alguno sea del interés de la industria se puede establecer una colaboración.
Fernando de la Peña, presidente de empresa Fersamex —especializada en iluminación LED—, explica que en EU incluso hay asociaciones como la MAES (Mexican American Engineers and Scientists), la cual además de vincular proyectos entre academia e industria tiene un esquema mediante el cual una empresa puede formar profesionistas a la medida de sus necesidades. “Por medio de esos acuerdos, las empresas crean laboratorios dentro de las universidades que serán usados tanto por ellos como por investigadores del propio centro de estudios.”
Crear su propia empresa
Frente a los problemas que implica llevar un nuevo desarrollo científico al mercado, el IPN ha creado una incubadora de empresas, dirigidas para que los estudiantes lleven al mercado los productos que crean.
Oscar Súchil Villegas, director de la Incubadora de Empresas del Politécnico Nacional, explicó que en los últimos años esta dependencia ha recibido alrededor de 500 proyectos de investigación para comercializarse.
A partir de estas asesorías donde también se puede acceder a fondos económicos por parte de la Secretaría de Economía, se han creado 150 empresas y obtenido 30 patentes.
Y aunque para este año tienen previstos abrir otras 60 empresas más, Súchil reconoce que casi 300 proyectos se encuentran estancados.
Sin embargo, para el investigador Gilberto Castañeda estás incubadoras no son la solución, dado que si un científico quiere poner su propia compañía, lo más seguro es que lo corran de la institución. Aunado a ello, cuando se inicia una empresa, la distribución del producto se reduce a una pequeña región.
Aunque actualmente no existe una vinculación entre la industria y la academia en el país, en el pasado la situación fue totalmente diferente. La empresa farmacéutica Sintex y la de Ingenieros Civiles Asociados (ICA) son claros ejemplos de una buena relación.
“Syntex surgió como una trasnacional mexicana, tan fuerte que se comparaba con farmacéuticas como la suiza Roche, y su fuerza radicaba en gran medida en la planta de investigadores de la UNAM, con la que tenía convenios para diversos proyectos.”