El Universal
12 de octubre de 2007
César Cansino
Pocos rectores de la UNAM han concitado tanto reconocimiento y aceptación como Juan Ramón de la Fuente, quien recientemente se despidió de la comunidad universitaria, después de ocho años al frente de nuestra máxima casa de estudios. Y es que no puede más que provocar admiración el rescate que de la UNAM emprendió De la Fuente, después de aquella infausta huelga que la colocó al borde de la catástrofe. Sin embargo, mal haríamos en destacar solamente los éxitos de su gestión e ignorar los muchos rezagos y problemas acumulados.
De hecho, ahora que ha iniciado formalmente el proceso de designación del sucesor de De la Fuente, cabe preguntarnos si lo que conviene a la UNAM es mantener una línea de continuidad con la gestión del rector saliente o si llegó la hora de impulsar un proyecto distinto e innovador en sus contenidos, quizá más ambicioso y sensible a las necesidades y expectativas de la comunidad universitaria. Obviamente, la línea de la continuidad, representada por el candidato a rector José Narro Robles, no sólo contribuiría a acrecentar el poder que dentro de la UNAM tiene el grupo de De la Fuente, sino que llevaría al nuevo rector, cobijado en los logros de su predecesor, a posponer indefinidamente varios problemas que reclaman una atención urgente. Por su parte, entre los candidatos cuyas propuestas son más innovadoras y ambiciosas destaca Diego Valadés, un académico con una trayectoria intachable dentro y fuera de la UNAM, y quien tuvo hasta hace poco una actuación ejemplar al frente del Instituto de Investigación Jurídicas.
Además de Valadés se barajan muchos nombres, algunos con grandes méritos académicos, como Juan Pedro Laclette, presidente de la Academia Mexicana de Ciencias, y otros cuyo único mérito ha sido saber ascender en la burocracia de la UNAM hasta colocarse en la antesala de la Rectoría, a pesar de su pobre trayectoria académica y su pésima gestión administrativa. Tal es el caso de Fernando Pérez Correa, director de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, y Fernando Serrano Migallón, director de la Facultad de Derecho.
A De la Fuente se le reconoce el mérito de haber recibido a la UNAM en la peor crisis de su historia y el entregarla convertida en una universidad de ¡clase mundial!, a juzgar por el controvertido lugar 74 del mundo en que fue ubicada por un prestigiado diario londinense. No obstante, sin demérito de los logros alcanzados por De la Fuente, sobre todo de carácter administrativo y burocrático que permitieron sanear las finanzas y el desempeño de la institución, son muchos los problemas acumulados que hereda a su sucesor y que simplemente fueron eludidos durante su gestión. De hecho, son tantos los rezagos y lastres de la UNAM, que difícilmente se puede dar crédito a las clasificaciones internacionales que la han favorecido recientemente. Para empezar, la UNAM es simplemente incapaz de afrontar los desafíos derivados de la revolución científica y tecnológica, debido a las condiciones reales de atraso del país. De ahí que sea legítimo preguntarse si dichas clasificaciones son más un espejismo que una realidad, por lo que en lugar de ponderar las cosas en su justa dimensión generan una cortina de humo engañosa.
La verdad es que la UNAM sigue siendo muy frágil, cargada de tareas pendientes y de difícil solución. Entre otras cosas, De la Fuente heredará a su sucesor los siguientes problemas estructurales: una calidad académica deficitaria, sobre todo a nivel bachillerato y licenciatura; un peso excesivo de la burocracia universitaria; mafias internas y corruptas en los diversos organismos de dirección, que la mayor de las veces funcionan con criterios extraacadémicos; escasa renovación de cuadros científicos; débil actualización de sus programas de estudio en sintonía con los cambios mundiales; un sistema de estímulos que degrada el trabajo intelectual; predominio de lógicas de funcionamiento clientelistas y corporativas más que académicas; prácticas antidemocráticas en la designación de funcionarios, empezando por el rector, y que responden más a los equilibrios de poder de los grupos internos que a las necesidades y expectativas de la comunidad universitaria en su conjunto; entre otras muchas cosas.
Si algo conviene hoy a la UNAM en la perspectiva de mantener una posición de privilegio entre las universidades del país, es comenzar a llamar a las cosas por su nombre. El elogio fácil y zalamero, el triunfalismo estéril o el autoengaño no conducen a ningún lado. La UNAM requiere una renovación urgente.
cansino@cepcom.com.mx
Director del Centro de Estudios de Política Comparada