Investigación y Desarrollo
13 de diciembre de 2008
Carlos Cerón
El frijol es uno de los alimentos más antiguos que el hombre conoce. Se calcula que los primeros cultivos de esta leguminosa datan de hace siete mil años en Perú y en el Sur de México, y desde entonces han formado parte importante de la dieta humana, principalmente en países latinoamericanos.
Actualmente, se estima que en el país cada persona consume en promedio 11 kilogramos de frijol al año, lo que lo hace junto con el maíz uno de los cultivos de mayor demanda.
Sin embargo, la acelerada desertificación de suelos en años recientes hace cada vez más difícil el cultivo de este producto, que generalmente se siembra junto al maíz.
Frente a esa problemática, científicos del Centro de Investigación y de Estudios Avanzados (Cinvestav) del Instituto Politécnico Nacional se han dado a la tarea de desarrollar frijoles resistentes a la sequía, capaces de sembrarse en suelo semiáridos.
El equipo científico, encabezado por la doctora Beatriz Xoconostle Cázares, ha logrado combinar información genética de variedades de frijol comercial con algunas otras de tipo silvestre, capaces de crecer con un mínimo de agua.
Como resultado de esa combinación, explicó la investigadora del Cinvestav, se obtuvieron diversas variedades de frijol resistentes a sequía, pero con apariencia y sabor similar al que comúnmente se compra en cualquier mercado.
Aunado a la característica de resistencia a la sequía, los científicos comprobaron, en pruebas experimentales, que el cultivo también brindará hasta 30 por ciento de mayor producción en comparación con los frijoles tradicionales.
Estos cultivos resistentes a la sequía resultan esenciales para México, teniendo en cuenta que 47.7 por ciento de todo el territorio nacional está clasificado como árido o semiárido.
La doctora Cázares, adscrita al Departamento de Biotecnología del Cinvestav, explicó que ese frijol se torna resistente a la sequía por su asociación con un tipo de hongo, el cual provee a la planta de agua y nutrientes.
La asociación entre el hongo y las raíces de la planta (micorrizas), dijo, es una unión de ganar-ganar, pues mientras el primero provee a la planta de agua y nutrientes, las raíces de la planta (donde se fija el hongo) le brinda los azúcares esenciales para su supervivencia.
Los hongos crean toda una red de micorrizas a lo largo de las zonas de cultivo, la cual puede extenderse hasta por ocho kilómetros, lo que posibilita captar los nutrientes y el agua de toda esa región y llevarla a las plantas con las que está asociado.
Por ello, apuntó la experta, este frijol ha demostrado requerir, en pruebas de laboratorio, hasta 60 por ciento menos agua en comparación con los cultivos tradicionales.
El objetivo del estudio fue crear una asociación entre los hongos y el frijol, y obtener un cultivo resistente a la sequía y que fijara mejor el nitrógeno del suelo, elemento esencial para que la planta crezca rápido, más verde y con mayor producto.
La también Premio de Investigación de la Academia Mexicana de Ciencias (AMC) 2003 planteó que los campos agrícolas de países desarrollados, en donde se han logrado inocular estos hongos, tienen un precio comercial de varios miles de dólares, por lo que se prevé esta técnica tenga mucho éxito en México.
La investigadora del Cinvestav confía en que luego de cumplir con las pruebas en campo y mostrar ampliamente las bondades de esta biotecnología, se logrará captar el interés de la iniciativa privada para poder comercializar este producto, sobre todo en el norte de país, en estados como Chihuahua, Zacatecas o Durango, con grandes extensiones de suelo semidesértico.
Xoconostle Cázares aclaró que a pesar de que se combina la información genética de dos o más variedades diferentes, éste no es un producto considerado transgénico, sino mejorado, pues es en términos simples se trata de una cruza entre distintas variedades de frijol, tarea que naturalmente podría tardar varios cientos de años, pero que en laboratorio se puede hacer muy rápidamente.