La Jornada
23 de mayo de 2006
Javier Flores
Juan Pedro Laclette es el nuevo presidente de la Academia Mexicana de Ciencias (AMC). Le corresponde dirigir a la organización científica más importante del país en un periodo crítico. Digo que es la más importante, no porque otras no lo sean, sino porque las agrupaciones de investigadores en México surgieron y se desarrollaron por la identidad de intereses de expertos en áreas particulares; así nacieron las sociedades de ciencias fisiológicas, de bioquímica o de física, para citar algunas de las más antiguas.
La particularidad de la AMC es que en sus orígenes estuvo integrada por especialistas en diferentes campos de las ciencias exactas, naturales y la tecnología, y en la actualidad, mediante una transformación realizada hace 10 años bajo la presidencia de Juan Ramón de la Fuente, amplió su membresía para incorporar a los científicos de las ciencias sociales y las humanidades. En suma, hoy agrupa a los profesionales más destacados en todos los campos del conocimiento, de todas las instituciones a lo largo y ancho del país. Por esta razón su voz es sumamente importante.
Se trata de un periodo crítico porque corresponde con el final de un gobierno y el inicio de otro. La AMC, porque representa a los científicos mexicanos al margen de sus especialidades, tiene entre sus responsabilidades el interés común de sus agremiados, es decir, impulsar el avance de la ciencia en México. No se trata tan sólo de una defensa de intereses gremiales, sino de una certeza de nuestros científicos respecto del futuro del país: como muestran la historia y la experiencia mundiales, actualmente el desarrollo, y el bienestar únicamente pueden lograrse con la participación de la ciencia y la tecnología. No hay de otra.
La transición es interesante y representa un gran reto. Laclette luce tranquilo ante el desafío. Termina un gobierno caracterizado por la ignorancia y el abandono de las tareas científicas. El presidente Fox no sólo no cumplió con sus promesas de elevar el gasto en ciencia, sino que lo disminuyó. La política oficial, orientada principalmente a subsidiar a las empresas para que financiaran la investigación y el desarrollo, fracasó. El director del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, encargado de dirigir la política oficial, renunció como corolario del fracaso. Fue un desastre.
Pero la pesadilla todavía no termina. Una de las tareas de la AMC es evitar que en los meses que restan del gobierno foxista no se produzcan más daños. Simultáneamente hay que presentar al próximo gobierno, sea quien sea el que lo encabece (y esto es muy importante para evitar caer, como ya ha ocurrido, en una filiación partidista) una posición unificada de los científicos mexicanos para garantizar el fortalecimiento y la participación de la ciencia y la tecnología en el desarrollo del país.
Hablar de una postura unificada no es fácil. Los científicos son los individuos más críticos ante todo lo que se mueva (y lo que no se mueva). Así, hay quienes están de acuerdo en la legislación sobre organismos genéticamente modificados y quienes no. Hay quienes critican a los presidentes anteriores y quienes los respaldan. Estuve presente en la toma de posesión de Juan Pedro Laclette y una de las cosas que me llamó la atención en su mensaje fue el llamado al reconocimiento del bien común y el respeto a las opiniones distintas a las propias. Nadie se engañe (como ya ocurrió con algún funcionario que supuso que la AMC no es representativa de los científicos y así le fue). Se trata de una organización sui generis, crítica en lo interno, pero fuertemente unida hacia afuera. En esta unidad destaca una de las primeras acciones del nuevo presidente. El miércoles pasado se reafirmó, con las academias nacionales de medicina e ingeniería, una alianza estratégica entre las tres organizaciones.
Sobre la representatividad, Laclette y su equipo fueron electos mediante la votación más copiosa en la historia de la Academia, con la participación de cerca de 70 por ciento de la membresía. El comité directivo está integrado además por Rosaura Ruiz (vicepresidenta), Mari Carmen Serra Puche (tesorera) y José Franco (secretario). En mi opinión significa que los científicos que integran este organismo manifiestan un elevado interés por quienes deben dirigirla y, por tanto, representarlos. La transición para la Academia no solamente ve hacia fuera, sino también hacia adentro. En el cuerpo de dirección hay dos mujeres, y de acuerdo con la normatividad de la AMC, Rosaura Ruiz será la próxima presidenta. Por primera vez en la historia (dentro de dos años), una mujer presidirá la AMC. Esto sí es un cambio.
Sin embargo, no basta que el nuevo presidente garantice una posición unificada. Se requiere de un plan, un programa que pueda ser entendido y adoptado conjuntamente con el próximo gobierno. Desde luego incluye aspectos como el aumento en el gasto y mayor presencia de la ciencia y la tecnología en el desarrollo nacional, pero además, explicita algunas de las vías para lograr este acuerdo.
En entrevista realizada por José Galán en La Jornada, Laclette adelanta que la ciencia en nuestro país puede ofrecer soluciones en campos como la educación, vivienda, salud o conservación del medio ambiente.
En otras palabras, se propone al nuevo gobierno encarar conjuntamente con los científicos algunos de los más urgentes problemas nacionales. Resulta importante en este punto reflexionar sobre el momento que viven la ciencia y el país. Hace algunos años, ante propuestas como éstas, no faltaba quien dijera que se quería que los científicos en lugar de crear conocimientos hicieran tractores. Pero hoy, ante problemas como los del agua o las adicciones, por poner sólo unos ejemplos, es claro que hay varios grupos científicos que ya tienen propuestas y soluciones. Además, en la mayor parte de los temas la solución requiere desde la investigación básica, pasando por la tecnología, hasta las humanidades. Este es un buen punto de discusión.
Se trata de una apuesta en la que hay que desear todo el éxito a la AMC.