Alejandro Frank, director de Ciencias Nucleares de la Universidad Nacional, pide una polí­tica patriótica para invertir en ciencia y tecnologí­a

Crónica
09 de marzo de 2006
Fran Ruiz

Alejandro Frank tiene montado en su despacho del Instituto de Ciencias Nucleares de la UNAM un pequeño «museo» dedicado a la ciencia, rodeado de minúsculos instrumentos de todo tipo, como imanes, móviles y una linterna cuya fuente de energí­a se recarga agitándola con la mano. En la pared destacan una caricatura de Albert Einstein y la fotografí­a de dos muy jóvenes indí­genas de Chiapas haciendo su tarea ante una pizarra. También destaca una frase enmarcada del biólogo Jean Rostand, que subraya que la ciencia no representa la verdad absoluta, dogmática y autoritaria, sino todo lo contrario: «La verdad que yo venero es la modesta verdad de la ciencia, la verdad relativa, provisional, sujeta a correcciones, la verdad a nuestra escala».

Con este telón de fondo, el Premio Nacional de Ciencias y Artes 2004 defiende con energí­a la necesidad de que el paí­s inculque a las nuevas generaciones de mexicanos —»desde la primaria»â€” una educación cientí­fica y humaní­stica, con espí­ritu crí­tico, que los anime a engrosar las insuficientes filas de cientí­ficos que trabajan en el paí­s. Considera que no sólo el gobierno y la iniciativa privada sino la sociedad mexicana en su conjunto deben tomar conciencia de la importancia que supone para una nación invertir en investigación y ciencia, para que el paí­s preserve su independencia y no pierda el tren del progreso y el desarrollo, por el que viajan ya a velocidad de crucero naciones en ví­as de desarrollo como China o India.

—¿Se trata, por tanto, de un problema de cantidad, no tanto de calidad? ¿Es esta la situación actual de la ciencia en México?
—Esto es una parte importante del problema. De una nación de 105 millones de habitantes tenemos aproximadamente entre 10 y 12 mil cientí­ficos, de acuerdo a las cifras del Sistema Nacional de Investigadores. Esta es una cantidad muy reducida. Como comparación, en los Estados Unidos la cifra per cápita es por lo menos diez veces mayor. Pero incluso paí­ses en ví­as de desarrollo, como Brasil, India, China, Corea, Turquí­a y Egipto tienen una inversión cientí­fica mayor que la nuestra.

Esta situación es preocupante. El interés que este gobierno y los anteriores han mostrado por el desarrollo cientí­fico de México ha sido mí­nimo. El actual gobierno ha padecido de cierta miopí­a con respecto a la necesidad de impulsar la ciencia y la tecnologí­a. México tiene un nivel cientí­fico alto, pero desgraciadamente no ha invertido en acrecentar su planta cientí­fica. Nuestros cientí­ficos son reconocidos internacionalmente en diversas áreas, pero su número no ha crecido como deberí­a. Se ha descuidado la educación desde los niveles básicos y no hemos podido hacer de este proyecto una prioridad nacional. Se trata de una inversión a mediano y largo plazo. Solo elevando nuestros conocimientos lograremos caminar hacia el desarrollo y un mejor nivel de vida.

—¿Qué porcentaje del PIB dedica México a la investigación y desarrollo?
—En México se invierte actualmente menos de un 0.4 por ciento, que es una cifra muy exigua pero, además, esta cantidad se reduce aún más al dividirse entre los proyectos básicos y aplicados del Conacyt (Consejo Nacional de Ciencia y Tecnologí­a) y los llamados proyectos mixtos y sectoriales, en los que en muchas ocasiones no se ha invertido en investigación cientí­fica y tecnológica, sino que se ha orientado a otros fines, tales como la compra de aparatos y herramientas u otorgando beneficios fiscales a compañí­as privadas. .

—¿Este desconocimiento y falta de interés del gobierno está provocando una fuga de cerebros?
—Existe una fuga importante de especialistas que no logran ubicarse en la academia ni en la industria o en otros centros de investigación. Pero yo destacarí­a un problema aún más grave, que corresponde a la fuga interna de cerebros, con lo cual me refiero a que desperdiciamos nuestro más importante capital humano, al no brindar oportunidad a la mayorí­a de los niños mexicanos de acceder a la educación superior.

—¿Cuál es en su opinión el gran proyecto que deberí­a encarar la ciencia mexicana?
—Para mí­, el gran proyecto pendiente para lograr el desarrollo de la ciencia mexicana es la atención a nuestros niños y el acceso de la población en general al conocimiento. Debemos buscar los caminos adecuados para ello.

Desgraciadamente, ni en el sector público ni en el privado se ha tenido la convicción ni ideas claras de cómo proceder. También es importante pugnar porque la sociedad adquiera una visión de responsabilidad civil y filantrópica, como sucede en los paí­ses más desarrollados. Esto implica devolver a la sociedad parte de lo que hemos podido conseguir como individuos. Para ello es indispensable modificar el esquema fiscal para hacerlo más justo y al mismo tiempo favorecer una cultura de donación.

—¿Quiere esto decir que México se está quedando rezagado?
—Este gobierno llegó al poder con un programa de desarrollo empresarial, pero con una mentalidad muy anticuada, pues no es posible en esta época competir sin invertir en la generación de nuevos conocimientos, sin una tecnologí­a propia y sin mejorar en forma muy amplia la educación, la ciencia y la cultura.

—¿Pero de qué vale educar si luego no hay salida profesional?
—Debemos seguir adelante con nuestros proyectos educativos. Existe un efecto de sinergia, donde un mejor nivel educativo y cientí­fico favorece cambios estructurales en la sociedad, como empieza a observarse en paí­ses como Corea, India y China.

Necesitamos crear proyectos a mediano y largo plazo para enfrentar esta situación y creo que una componente vital para lograrlo es modificando nuestros esquemas educativos. Un ejemplo modesto en esta dirección en el que me he involucrado personalmente es un programa de detección de talentos. El proyecto PAUTA, «Programa Adopte Un Talento», tiene como propósito identificar y dar apoyo financiero e informativo a estudiantes de todo el paí­s, de todas las clases sociales y grupos étnicos y de todos los niveles, particularmente a aquellos con talento especial para las ciencias. El propósito central es el de lograr que estos estudiantes puedan acceder a nuestros centros de educación superior. Tengo la convicción de que con programas de esta í­ndole podemos contribuir al desarrollo del paí­s.

—¿Qué otras medidas adoptarí­a para mejorar el panorama de la ciencia en México?
—Considero que si se lograra incrementar en un factor de 5 o 10 el número de personas que profesionalmente se dedican a la ciencia y a la tecnologí­a, incluidos los cientí­ficos básicos pero también los médicos, ingenieros, etc., este hecho tendrí­a un efecto muy benéfico para el paí­s. Tenemos que aprender a vincular los diferentes sectores, identificar los problemas prioritarios y trabajar de manera multidisciplinaria. La ciencia moderna requiere de la intervención simultánea de muchas especialidades. Por ejemplo, para incidir en el complejo problema de la contaminación del ambiente y sus consecuencias deben intervenir quí­micos, ingenieros, fí­sicos, biólogos, médicos y cientí­ficos sociales. Problemas básicos como los relacionados con el genoma, la ecologí­a o la comprensión del cerebro humano requieren también de un esfuerzo interdisciplinario. En México no tenemos aún los mecanismos para llevar a cabo este tipo de investigaciones.

— ¿En vista de la incapacidad del Estado para liderar una polí­tica cientí­fica nacional, deberí­a recaer ésta sobre la Universidad?
—El papel de las universidades y centros de investigación en este contexto debe ser el de proponer polí­ticas educativas, cientí­ficas y tecnológicas a través de sus órganos de representación, tales como la
Academia Mexicana de Ciencias y el Foro Consultivo Cientí­fico y Tecnológico. La influencia de estos órganos en las decisiones del Estado puede y debe incrementarse. Para ello es necesaria una participación más activa de los cientí­ficos y una mayor capacidad de comunicación con la sociedad en general. El papel de los medios informativos para lograr este propósito es sin duda esencial.

—¿En qué sectores estamos más capacitados?
—Tenemos buenos cientí­ficos en biotecnologí­a, medicina, ingenierí­a de suelos, fí­sica o matemáticas. También tenemos gente trabajando en campos nuevos como la nanotecnologí­a, la genética o la astrobiologí­a , con Rafael Navarro, que colabora con la NASA desde su laboratorio en la UNAM, con un proyecto sobre vida en Marte que va a viajar a ese planeta con robots.

Pero, insisto, la inversión es muy baja. Los grandes cambios que debemos hacer a mediano plazo es ampliar el número de cientí­ficos; estamos buscando los mecanismos para que haya nuevas oportunidades para la gente, no somos suficientes para abarcar toda esta gama de ciencias nuevas.

También necesitamos mucha gente preparada en los campos de la ciencia que más nos interesan, por ejemplo en la manipulación genética en semillas, o en sismologí­a.

La gente no se percata de la importancia del conocimiento y de la ciencia para la independencia y la seguridad de nuestro paí­s; por ejemplo ¿qué harí­amos sin la vigilancia de los sismólogos del Popocatépetl?
—Dada la importancia de la ciencia en nuestra seguridad y desarrollo ¿qué se puede pedir para dar un impulso definitivo a la ciencia en México?
—Llevamos décadas pidiendo al gobierno que inviertan más, en todos los campos de la ciencia. Por ejemplo en nuevos centros de investigación multidisciplinar, una mayor colaboración con la industria, y una labor de cabildeo, tanto con el gobierno como con los empresarios para que inviertan, casi como una obligación civil, en la ciencia y la tecnologí­a en este paí­s.

Una muestra del desinterés es que no hay grandes donaciones para la educación o la experimentación. Por último, reitero la importancia de la educación, con becas, promociones e incentivos a los más jóvenes para que adquieran una mente crí­tica y una educación cientí­fica y humaní­stica, como decí­a Carl Sagan creo que la salida a largo plazo es enfocarnos en dar la oportunidad a nuestros jóvenes, becarlos, darles los instrumentos para aprender a pensar.

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