Milenio
25 de febrero de 2006
Punto flotante-Horacio Salazar
El avión de la ciencia mexicana, por usar la sabrosa metáfora del español José Luis Martínez Peña, está en serios aprietos. El director general de Investigación del Ministerio de Educación y Ciencia dijo que los científicos nacionales desean llevar hasta las alturas al avión de la ciencia y la tecnología, ¡pero para ello deben saber primero que necesitan combustible, una pista y una velocidad adecuada para hacerlo despegar!. Si se me permite la herejía, creo que primero necesitan el avión.
Las palabras del español nacieron del taller Hacia una Agenda Política en Ciencia, Humanidades y Tecnología para el Desarrollo Integral y Competitividad. Este foro fue organizado por la UNAM y la Academia Mexicana de Ciencias, y la conclusión general, expresada por René Drucker Colín, fue clara y contundente, como dijera Alberto Cortez.
Es ésta: A menos que México establezca en el próximo sexenio una política de Estado que apoye a la ciencia, la brecha de competitividad que nos separa de los países desarrollados crecerá hasta hacerse insuperable.
En otras palabras, llegamos a un punto que definirá nuestro futuro como país: o dejamos atrás la verborrea, nos arremangamos la camisa y entramos al juego con inteligencia y talento, o aprendemos de nuevo a usar huaraches y nos resignamos a vivir en el subdesarrollo.
¿Que suena demasiado apocalíptico? Conozco a más de tres amigos que me dirían, con toda franqueza y buena fe, que con semejante declaración se avala una estructura de poder que es la que nos tiene fregados (y ni siquiera contentos). Esos amigos me dirían que México debe buscar su propio camino, mejores aliados, avenidas propias, etcétera.
Pues con todo respeto para dichos amigos, los mexicanos nos merecemos un avión decente. Hasta ahora, la ciencia mexicana ha sido una especie de papalote mantenido a duras penas por las vocaciones apostólicas de muy pocos, frente a la indiferencia que nace de la ignorancia. Y necesitamos un avión decentito, que al menos nos permita imaginar que el mundo llega más allá del nopal de la loma y que, con esfuerzo y talento, podemos treparnos al avión y dialogar sin complejos con personas de otros mundos.
Estamos al filo del abismo. En estas condiciones, encontrar una solución sensata que no caiga en tentaciones fundamentalistas es una misión de todos. Mucha responsabilidad es del gobierno, ciertamente, pero una parte importante también nos toca a los demás: a la sociedad civil, a los comunicadores, a los científicos mismos. Necesitamos esa política de Estado a la que aludió Drucker Colín, pero necesitamos primero platicarla, luego exigirla y luego aplicarla.
Habría que decir que el taller mismo donde este asunto se discutió es prueba de que todo es mejorable: el taller se celebró a puerta cerrada. Mal indicio. Pero las conclusiones son públicas, y bien podemos discutirlas, platicarlas, pensar en ellas y por supuesto agregar una o dos ideas de nuestra cosecha para enriquecerla.
En el punto actual, y recordando que hace unos días el doctor Ruy Pérez Tamayo nos dijo clara y llanamente que ninguno de los principales candidatos a la Presidencia ha dicho qué piensa sobre el rumbo que deban seguir la ciencia y la tecnología mexicanas, creo que una primera exigencia sería precisamente pedirles con claridad que definan una postura al respecto. Pero deben hacerlo con urgencia. El abismo de enfrente no es cosa de juego.
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