La Crónica de Hoy
20 de mayo de 2013
Isaac Torres Cruz
Academia
Comprometido. Alfredo Ávila se ha desempeñado como coordinador de la Olimpiada Nacional de Historia de la AMC.
Hace alrededor de 200 años, personajes como Fray Servando Teresa de Mier, José María Luis Mora o Lorenzo de Zavala discutían en torno al problema que significaban los partidos políticos. Se trataban de debates sobre su naturaleza, cómo podrían dividir a la sociedad y, principalmente, se preguntaban a quién representaban: a la sociedad o a ellos mismos.
Hoy en día, al calor de tiempos electorales o no, nos preguntamos y debatimos este tipo de temas, como si la vida democrática nos hubiera llevado a hacer ese alto en el camino y reflexionar, sin saber que hay muchas respuestas desde hace dos siglos esperando a ser valoradas.
“Estos personajes llevaron a cabo debates muy ricos y ofrecieron muchas respuestas sobre cómo los partidos deben insertarse en la vida pública y, al mismo tiempo, señalar las prevenciones y contrapesos que deben serles aplicados para que no se conviertan en representantes de sí mismos”, señala Alfredo Ávila Ruela, investigador del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM.
Es un tema sobre el que seguimos debatiendo al día de hoy, lo grave es que “mucho de ello ya se discutió hace tiempo y hemos visto qué funciona y no”. Este es sólo un ejemplo de la funcionalidad de la historia, uno más práctico aunque menos popular acerca de su utilidad más allá de la elaboración de una identidad nacional y cívica. Pero este enfoque de la historia dista además de aquel de la memorización de fechas que, en ocasiones, no dice mucho a los alumnos en las aulas, quienes se acercan sólo a lo anecdótico, lo ajeno.
“Ése es el sentido de la historia, ver cómo hemos resuelto o intentado resolver situaciones similares a ésta y en cómo hemos fracasado en algunas de ellos. Nos parecen muy novedosas, pero no lo son”.
El especialista en el proceso de la independencia de México hizo este apunte histórico para explicar ese valor que tiene la disciplina por sobre los prejuicios que tienen muchos mexicanos sobre ella.
Para el historiador, entre estas percepciones se mantiene latente que es “aburrida”, adjudicadas al pensamiento sobre que se trata de datos y fechas a memorizar (“inútiles si no les damos una explicación”); y dos, que se siente ajena. “Cuando un niño estudia la vida de Benito Juárez, por ejemplo, la ven como algo que ellos no están viviendo. Necesitamos generar una vinculación”.
Se requiere una visión distinta sobre la historia, pero también una enseñanza moderna y que aluda a cómo esta ciencia social funciona para dar respuestas y explicaciones. Un buen ejemplo, aunque con limitaciones, es el tipo de actividades empleadas en la Olimpiada Mexicana de Historia, coordinada por Ávila Ruela, y que se llevó a cabo hace un par de semanas.
OLIMPIADA. Desde su primera edición, esta competencia ha tenido una gran participación de estudiantes de educación media. El primer año se registraron 50 mil alumnos; este año se contabilizaron casi 160 mil, pero otras ediciones han llegado a la cifra de cerca de 170 mil. Ha sido una gran respuesta de los jóvenes y sus profesores, que han fungido como enlace para la Academia Mexicana de Ciencias, organizadora de la olimpiada.
En sus dos primeras etapas, se llevan a cabo exámenes de opción múltiple, filtros de los que se obtienen a los 100 mejores, quienes concursan en la etapa nacional, que este año se realizó en Querétaro. Esta última se desarrolla en dos pruebas, la primera consiste en aplicar 4 pequeñas lecturas de los periodos prehispánico, colonial y de los siglos XIX y XX.
La segunda etapa, práctica, consiste en que los jóvenes empleen testimonios históricos de sus casas para relatar en un ensayo una historia o localizar información histórica de sus comunidades, barrios o pueblos. Este año, los organizadores llevaron las fuentes históricas y los competidores leyeron y reconstruyeron la historia a partir de éstas y sus conocimientos para redactar el texto.
Al final de esta VII edición de la olimpiada, los organizadores aplicaron un cuestionario a los estudiantes para saber su opinión sobre la competencia. “La crítica principal estaba dirigida hacia el ensayo y lectura de fuentes. Nos escribieron continuamente que eso no era historia, sino comprensión de lectura y redacción, porque la historia sólo son datos”.
El académico enfatiza que ésta es una visión muy tradicional y vieja, distinta a la que los historiadores insisten en definir: un proceso de investigación en fuentes originales y documentos que permite responder preguntas y resolver problemas en torno a la realidad social. “Pero hay un divorcio entre la concepción de la historia de los investigadores y la visión extendida en la educación básica y media acerca de ésta como un conjunto de datos”.
El objetivo de la olimpiada es cambiar esa percepción, pero es un medio muy limitado, principalmente porque las reflexiones más importantes realizadas se llevan a cabo en la última etapa. Pero debemos enseñar que la historia tiene valor si bien porque es la de su país, también porque se trata de su comunidad, su barrio o pueblo, añade Alfredo Ávila.
“Saber cómo es que sus familias llegaron a su comunidad, en qué trabajaban los abuelos o cómo se han beneficiado de instituciones sociales, son aspectos que empiezan a relacionar la vida del país con la propia. Pero si sólo pedimos memorizar datos nunca van a entablar esa relación y sólo tendrán en cuenta que por allá están los grandes héroes, y nosotros sólo somos espectadores”.
Se necesita explicar que a través de estas historias personales y familiares pueden detectar mecanismos, investigar, averiguar y establecer puentes. “Éste es sólo un ejemplo, de entre muchos otros, para cambiar la percepción sobre la utilidad de la historia”.