«La imprevisión lleva al desastre»

La Crónica de Hoy
15 de octubre de 2012
Isaac Torres Cruz

Academia

Cinna Lomnitz es uno de los más destacados sismólogos del mundo, tiene una teoría sobre los desastres y su previsión, lleva más de 40 años como académico de la UNAM y ama a los gatos (en casa tiene cinco).

Originario de Colonia, Alemania, el científico se licenció en Chile para después realizar su maestría en Harvard y su doctorado en el Instituto Tecnológico de California.

A lo largo de este recorrido, trabajó con eminentes científicos, como Karl von Terzaghi, Beno Gutenberg, Hugo Benioff, Maurice Ewing y Charles Richter. El sismólogo tenía una gran carrera por delante que decidió continuar en México, donde su perspectiva de investigación cambió en 1985.

El Premio Nacional de Ciencias y Artes, Premio Universidad Nacional, miembro de la Academia Mexicana de Ciencias e investigador emérito de la UNAM y el Sistema Nacional de Investigadores, partió de la Universidad de California en Berkeley a México en 1968 por conducto de Roger Díaz Cossío y Emilio Rosenblueth para formar cuadros de investigación en el área geofísica.

Impulsó la creación de una red de sensores sismológicos alrededor del país y ha trabajado en los últimos años en la Red Sísmica de Texcoco, una instalación experimental que consta de sensores sísmicos ubicados en suelos blandos del Vaso de Texcoco, con el objeto de investigar el origen de las ondas sísmicas de larga duración que causan daños en la ciudad de México.

El investigador, que hace algunos días recibió un homenaje de la UNAM en el Instituto de Geofísica, participó también en la creación del Centro Nacional de Prevención de Desastres después del temblor de 1985, un evento que cambió sus líneas de investigación, así como las de muchos de sus colegas, fue un evento “extraordinariamente importante” en su carrera, señala en entrevista.

1985. El científico me recibe en su casa de El Pedregal. Después de tomar lugar en su estudio y recibir el saludo de uno de los felinos, que nos acompañará durante la plática (además de sus gatos de la fortuna postrados en uno de sus grandes libreros), el científico relata brevemente la historia de la sismología de México y su llegada al país.

Antes de llegar al año de 1985, indica que sus investigaciones estaban enfocadas en problemas relacionados con la estadística de los temblores y riesgos sísmicos del país.

Pero después de septiembre de ese año, se concentraría más en el problema de riesgo sísmico en la capital, dado el sismo inesperado de 8.5 en la escala de Richeter y sus graves efectos. La situación era excepcional: la ciudad, situada a una distancia de 400 kilómetros del epicentro, fue donde se registraron las consecuencias más adversas, “la peor catástrofe en su historia”.

El investigador no se imaginó que viviría algo así, “pero tampoco los sismólogos y los ingenieros que se ocuparon del riesgo de estructuras en la construcción de edificios de la capital”.

Se consideraba que los edificios modernos eran antisísmicos, añade, e incluso el gobierno mexicano tardó tres días en reconocer que los daños habían ocurrido en su mayoría en las estructuras más modernas.

“Los daños observados fueron en una zona determinada y en edificios especiales. A 27 años del suceso, pocos lo saben o recuerdan (la memoria humana es frágil)”.

Si bien hay que recordar que los suelos del Valle de México se asientan en el antiguo Lago de Texcoco, que hace de la ciudad una zona de terrenos blandos, el científico puntualiza que el terremoto fue más fuerte y causó mayor destrucción en la zona baja de la ciudad. En otros sitios como Las Lomas o El Pedregal, recuerda, no hubo daños severos ni edificios colapsados.

No se cayeron los edificios coloniales, ni las iglesias del centro que no estaban hechas con reglas antisísmicas modernas, pero sí los últimos construidos en 30 o 40 años. “Edificios de concreto armado con altura de 7 a 18 pisos. No se cayeron todos pero sí cerca del 16 por ciento: alrededor de 400”. La cantidad de muertos aún se discute, pero pudieron ser de tres a 20 mil muertos, con una estimación de 10 mil como la más aceptada.

TEORÍA DEL DESASTRE. Pero ¿por qué fue así en esta zona de la capital? Aún no hay acuerdo unánime para explicarlo, responde el experto. ¿Por qué se desplomaron edificios medianos y no más altos (la Torre Latinoamericana no sufrió daños y tenía 44 pisos)?

Vinieron especialistas del todo el mundo, agrega, se dijo que los edificios estaban mal construidos o que problemas de corrupción desaparecieron las varillas de acero del concreto armado.

“Pero la neta, lo que se ve es que los mismos edificios en Las Lomas no se cayeron y que edificios antiguos, coloniales, hechos de piedra volcánica, tampoco. Sólo edificios ‘modernos’, eso no es sólo inesperado sino incómodo. Nos hizo pensar ¿qué estamos haciendo mal en nuestras construcciones?

—Pero ¿qué cree usted?

—Lo que pasó fue único para México, pero no para el mundo. Son desastres porque son, en su mayoría, inesperados. Cuando es esperado no hay desastre. Hace un año en Japón, que era el país más desarrollado en sismología, donde hay más sismólogos, reglamentos y presupuestos importantes a la investigación, sufrieron el desastre natural más grande en su historia.

No se esperaba un tsunami (maremoto en español) con olas de hasta 40 metros, ni que su central nuclear podría quedar inutilizada. Resumiendo: el hecho de que se produzca un desastre significa que la causa no había sido prevista. Tenemos que tratar de entenderlas mejor, comprender más la ciencia y actuar en consecuencia.

— En uno de sus artículos citaba a Feynman sobre que el origen de los desastres es el hecho de no entender las cosas a fondo y usted señalaba que no entendemos porque no estamos investigando, ¿entonces qué es lo que habría que investigar si no sabemos qué es lo que podría pasar?

—Exactamente, ese es el problema. Ese es el primer paso, tratar de entender qué es lo que no entendemos. Llegaría hasta afirmar que esa es la esencia de la ciencia: entender más lo que no entendemos, así de sencillo.

Por ejemplo, no entendemos por qué se produce un megasismo (cuya magnitud es del orden de 9 en la escala de Richter). Un sismólogo sabe de los pequeños temblores de 5 a 6 que no producen daños, esos los entendemos de maravilla. Pero no así con uno de magnitud 9. Los eventos grandes que causan los desastres no los entendemos porque son muy pocos, raros. Megasismos sólo se han registrado instrumentalmente cinco. Esos son difícil de predecir.

En México nunca ha sucedido uno, pero en Japón tampoco había sucedido y ocurrió el año pasado. Chile lleva dos y Estados Unidos uno, en la costa oeste, pero ocurrió antes de la invención de los sismógrafos.

—Del que se esperaría otro entre la actualidad y cien años.

—Cómo sabemos cuándo ocurriría, si sólo ha ocurrido uno, no sabemos a qué intervalos se repiten. Cómo saber si sucederá en mil años o 10 mil. Pero existe la posibilidad. La moraleja, si es hay alguna, es prepararse para algo que no sabemos que puede ocurrir. No es tan descabellado porque lo que hay que hacer no está fuera de lo requerido de todas maneras.

En la ciudad de México sabemos con una precisión grande la zona donde pueden ocurrir derrumbes de edificios. Sabemos el tipo de ondas probables que se generarían y construimos edificios que no se caerán con estas ondas, como la Torre Mayor, por ejemplo.

—¿Ese edificio resistiría un megasisimo?

—Un ingeniero le diría: ‘espero que sí, pero todavía no ha sucedido’. Pero yo creo que sí, al igual que la mayoría de los edificios nuevos, que ya no se construyen como en el 85. Ahora se hacen de estructura de acero.

¿PREPARADOS? Por otra parte, Lomnitz Aronsfrau refiere que México cuenta con 45 estaciones de medición sísmica a lo largo del territorio, comprendidas dentro del Sistema Sismológico Nacional, coordinado por la UNAM, una cobertura básica para la extensión de nuestro país.

“Pero hay que ampliarla. Sabemos que la mayoría de los sismos se originan en la costa del Pacífico, pero esta área no tiene estaciones suficientes”.

Además, el Sismológico, menciona, debería también ocuparse del problema específico del riesgo sísmico, que no ha sucedido, “ya que no sabemos cuántos edificios sobreviven al sismo del 85. Están ahí, en la parte baja de la ciudad y no se están revisando, si acaso a petición de los dueños, pero el gobierno no se ocupa suficientemente del problema de riesgo, se debería por lo menos iniciar”.

Es una facultad que no tiene la institución adscrita a la UNAM, pero ocurre al igual que en el resto del mundo, acota. Pero en términos generales, “nosotros no vamos mal respecto a lo que han hecho otros países. Pero debemos ser mejores que el promedio”.

http://bit.ly/T4SL99


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