El Universal
18 de marzo de 2012
Juan Ramón de la Fuente
Opinion
Pocos asuntos generan un mayor consenso en una sociedad tan plural como nuestro rezago educativo. Parece que, en eso sí, casi todos estamos de acuerdo. Los múltiples diagnósticos que se le han hecho a nuestro sistema educativo, mutatis mutandis, coinciden: la enfermedad es grave, ha progresado, sus consecuencias afectan cada vez más a otros aparatos y sistemas esenciales del país (tales como la seguridad, el empleo, la productividad, el desarrollo sustentable, etcétera) y los diversos tratamientos ensayados, la mayoría con fines paliativos, no han funcionado.
Al ser crítica la situación, es también propicia para un planteamiento ¿radical?, ¿innovador?, ¿revolucionario? Llámelo como usted quiera, pero, eso sí, que sea capaz de revertir el deterioro, de abatir el rezago, de poner a México, en un lapso razonable, del lado de los países que pueden ver al horizonte con más optimismo por contar con una sociedad mejor educada, y en consecuencia más libre y menos injusta; más segura y menos corrupta, más productiva y menos desigual, más tolerante y menos dependiente, entre otros posibles beneficios, a mediano y largo plazos, de una buena educación.
Algunas de las cifras que mejor definen nuestra realidad educativa no son, no pueden ser frías; más bien preocupan, irritan. Vea si no: más de cinco millones de adultos analfabetas, el 40% de la población sin haber terminado la primaria.
Sólo 13 de cada 100 de los que se inscriben en ésta llegan a la universidad. El promedio de escolaridad de la población es de ocho años y medio. Los resultados de las evaluaciones recientes, tanto nacionales como internacionales, por más limitaciones que puedan tener, son contundentes: la mitad de nuestros jóvenes de aproximadamente 15 años de edad reprueban en matemáticas y ciencias, pero también les va mal en español y en lectura. Se atoran a la hora de tener que razonar y resolver problemas relativamente sencillos. ¡No los hemos enseñado a pensar! Son víctimas de un modelo educativo inercial, memorista, obsoleto, al cual no parecen haber llegado, salvo quizá contadas excepciones, ni los conceptos de la pedagogía moderna ni los instrumentos de la tecnología educativa.
Hay que empezar por lo básico. De poco sirven los parches en los ciclos posteriores: el medio superior y el superior, sea universitario o tecnológico. Es tiempo, pues, de retomar la idea de la necesidad que tenemos como país de concebir y poner en marcha una verdadera política de Estado en la materia.
Con una visión de largo aliento, moderna y rigurosa; incluyente, transparente y participativa; que vaya más allá de cualquier concesión, de cualquier compromiso que no sea el del Estado con la sociedad, el de los maestros con sus estudiantes, el de los padres de familia con la educación de sus hijos. Una verdadera cruzada nacional que convoque a todos y a la que todos nos sumemos: sindicatos y empresarios, académicos y medios de comunicación, legisladores y gobernantes. Que sea la educación la prioridad que México reclama, desde el nivel preescolar hasta el posgrado; en las ciencias y en las humanidades. Una educación sustentada en valores y principios éticos, que fomenten el respeto a la pluralidad, a la diversidad, al medio ambiente. Una Política -así, con mayúsculas- no requiere de reformas estructurales. Requiere, eso sí, objetivos claros, rumbos definidos, recursos adicionales, mucha voluntad política y un gran respaldo social. ¿Usted cree que sea posible?
* Presidente de la Asociación Internacional de Universidades