Llama el rector De la Fuente a invertir en ciencia y tecnologí­a para elevar productividad y competitividad

Crónica
30 de enero de 2006
Rigoberto Aranda

Desde el octavo piso de la torre de rectorí­a de la UNAM se puede ver cómo late el corazón de Ciudad Universitaria.

Es un mundo de estudiantes y de maestros que van y vienen por el campus en busca de conocimiento y de consolidar expectativas de vida.

En ese mosaico de muchachos que se ve por el amplio ventanal, está dibujada la composición social y cultural del paí­s. Y está también lo que México quiere ser.

Desde ese octavo piso el rector Juan Ramón de la Fuente puede ver una comunidad universitaria en paz, dedicada a lo suyo. Pero también ahí­ tiene un lugar privilegiado para observar y evaluar el sistema educativo mexicano.

Optimista, aunque profundamente analí­tico, Juan Ramón de la Fuente responde una a una las preguntas de Crónica

—¿Cuál es su diagnóstico de la educación en México?
—Es muy heterogénea. Hay instituciones buenas, públicas y privadas; y también las hay malas, públicas y privadas. También existen grandes disparidades regionales. El sistema educativo mexicano es un mosaico complejo.

—¿Cuáles son los principales problemas de la educación en México?
—Hay problemas de calidad, que es heterogénea en todo el sistema, problemas de cobertura en educación media superior y superior, y un añejo y serio problema de vinculación limitada con el sistema laboral. Como telón de fondo dejarí­a el problema del financiamiento.

—¿Cómo los resolverí­a?
—En educación media superior y superior hay que ampliar la oferta. Con una tasa de cobertura del 22.5 por ciento en educación superior es difí­cil pensar que México pueda salir adelante. En diversos documentos auspiciados por la UNESCO se habla de la conveniencia de tener entre 40 y 50 por ciento de acceso a la educación superior para jóvenes entre 18 y 23 años; así­ que incrementar la oferta tiene que ser una prioridad. Mejorar la calidad no es tarea fácil. En los niveles de preescolar, primaria y secundaria, el trabajo conjunto de maestros y padres de familia es fundamental. También en los otros niveles son fundamentales la actualización continua y la selección rigurosa de la planta docente, la infraestructura institucional, los mecanismos de evaluación y, desde luego, reconocer que la educación cuesta, aunque le cuesta mucho más a un paí­s no invertir en educación. En todo caso, se requiere de un enfoque integral y un proceso que sea evaluado periódicamente para ver si se van alcanzando realmente los objetivos.

—¿Cómo influye la relación con los sindicatos de profesores en todos los niveles?
—Es muy variable. Por ejemplo, en el caso de la UNAM tenemos dos organizaciones sindicales y la relación con ambas ha sido buena, lo cual ha permitido el impulso de diversas estrategias para ir mejorando la calidad de nuestros servicios educativos desde el bachillerato hasta el posgrado. Los sindicatos deben ser nuestros aliados no nuestros adversarios. A veces esto no es fácil.

—¿El Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación es un obstáculo para la modernización educativa?
—No lo veo así­, el SNTE ha dado reiteradas muestras de su interés por fortalecer la carrera magisterial y colaborar con las autoridades educativas. Desde luego, hay que reconocer que también puede haber agendas locales, con problemas circunscritos y que tienen que atenderse en el lugar donde surgen. Por eso creo que la descentralización educativa, con todos sus problemas, fue un acierto.

—¿No ha habido demasiadas reformas al sistema educativo en las últimas décadas, sin dejar que alguna de ellas dé resultados?
—Puede ser, en todo caso lo que ha faltado es, precisamente, una polí­tica de Estado; es decir, una polí­tica de mediano y largo plazo, con objetivos muy bien definidos y rutas claramente trazadas, acordada con los diversos actores: los poderes públicos, los sindicatos, las propias instituciones y las entidades federativas. Una polí­tica flexible, pero capaz de darle continuidad en el tiempo a las medidas propuestas para poder evaluarlas antes de tomar decisiones de coyuntura, que muchas veces no necesariamente son de fondo.

—¿Cuánto del atraso en materia social y económica se debe al problema educativo en México?
—Si hubiera que señalar un problema en México que fuera la causa, la raí­z de muchos otros problemas, yo señalarí­a, sin duda, al de la educación. Ha habido avances, pero es claro que han sido insuficientes. No creo exagerar si afirmo que muchos de los problemas de México sólo podrán resolverse con más educación, con mejor educación.

—Algunos expertos opinan que un gran problema de la educación en México es la falta de rendición de cuentas de autoridades y profesores…
—No necesariamente. En el caso de la UNAM, fuimos la primera institución educativa que se sometió voluntariamente a una auditorí­a por parte de la Auditorí­a Superior de la Federación. Después vinieron otras. Los recursos públicos deben someterse, sin excusa, a una rendición de cuentas públicas, y desde luego los mecanismos de evaluación de nuestros profesores, siempre perfectibles, son sin duda rigurosos. Siempre hay espacio para mejorar, pero además, ahí­ están ya a la vista, las evaluaciones internacionales como parte de la globalización. Hace dos años estábamos entre las doscientas mejores del mundo y el año pasado avanzamos 100 lugares. Quiere decir que vamos avanzando en el camino correcto, pero debemos ambicionar ir por más, y aquí­ no hablo sólo de la UNAM. ¿Cómo es posible que no haya ninguna otra universidad mexicana, ni pública ni privada, en esa selección global? ¿Cómo es posible que de toda Iberoamérica sólo aparezcan detrás de la UNAM la Universidad Autónoma de Madrid y la Universidad de Sao Paulo? Desde luego las universidades norteamericanas y europeas acaparan los primeros lugares pero ¡cuidado!, cada vez van apareciendo más universidades asiáticas en esa selecta lista.

—¿Qué hacer con el drama de los millones de desertores de la secundaria?
—Es en efecto un gran drama. En muchí­simos casos el problema de fondo es la pobreza. Dejan de estudiar porque tienen que trabajar, porque tienen que ayudar al sostén de su familia. Hay que tratar de reinsertarlos al sistema, porque el drama no sólo es individual o familiar, es social, los desertores del sistema educativo en México tienen casi siempre un destino trágico: el consumo de drogas, la delincuencia, los embarazos no deseados, etcétera. La ignorancia reproduce la pobreza, aumenta la inseguridad.

—¿No hay demasiados abogados, contadores, ingenieros y quí­micos de taxistas y vendedores ambulantes?
—Hay por supuesto un problema de distribución de profesionales, pero también es cierto que la oferta de carreras en México sigue siendo muy convencional. ¿Cuántas carreras novedosas se han abierto en los últimos tiempos en el paí­s? En la UNAM hemos hecho un esfuerzo por modernizar nuestra oferta educativa y algunas de las nuevas carreras están teniendo una gran aceptación, una muy buena demanda, y tienen, a mi juicio, un buen futuro: las ciencias genómicas, la ingenierí­a mecatrónica, las ciencias ambientales, etcétera, tienen que complementar a las carreras tradicionales, y algo que me parece muy importante y que no quiero omitir, es que en la educación, no todo debe verse a través de la óptica del mercado laboral, porque entonces dejarí­amos fuera a las humanidades y a las artes, a las ciencias básicas y a muchas de las ciencias sociales. El sistema educativo debe tener una oferta moderna y balanceada, y de manera señalada hago una defensa de las ciencias básicas y de las humanidades. Grave, muy grave error es subestimarlas. El paí­s también necesita matemáticos y astrónomos; antropólogos, filólogos, cineastas y directores de teatro, y una universidad pública y nacional, como la nuestra, debe mantener esa diversidad disciplinaria.

—¿El bachillerato responde a las necesidades educativas?
—Yo creo que es un puente entre la educación secundaria y la educación profesional, que desde luego también tiene que estar sometido a un proceso de evaluación continua y de adecuaciones periódicas en sus contenidos y técnicas de enseñanza. Recientemente en la UNAM creamos la Maestrí­a en Educación Media Superior, un viejo anhelo de profesores de bachillerato que quieren profundizar en su formación y mantenerse actualizados. Los resultados preliminares empiezan a ser muy alentadores. Ser profesor de bachillerato es muy difí­cil. El bachillerato es crucial para mejorar la calidad de las licenciaturas, de igual suerte que la secundaria es crucial para mejorar la calidad del bachillerato y la primaria tiene la misma relación con la secundaria. Por eso el sistema educativo, con las peculiaridades propias de cada nivel, tiene que verse como un sistema continuo, desde el preescolar hasta el posgrado. Nosotros hemos trabajado fuerte con nuestro bachillerato en estos últimos años y hemos empezado a ver una mejorí­a en la calidad de muchos de sus alumnos que ingresan a la licenciatura; pero también se ha puesto de manifiesto que quienes llegan con deficiencias serias de la secundaria tienen menos posibilidades de recuperarse y mantenerse dentro del sistema. El problema se acentúa en las mujeres, siguen teniendo condiciones inequitativas, esto es inadmisible.

—¿Cómo convencer a los gobernantes de la necesidad imperiosa de invertir en ciencia y tecnologí­a?
—Este es otro componente fundamental de la educación superior, sobre todo en la educación superior pública. En México, el 80 por ciento de la investigación cientí­fica se realiza en instituciones públicas de educación superior; de ahí­ que ver a la ciencia y a la tecnologí­a como algo segregado del proceso educativo es un error. ¿De veras alguien puede creer que México va a ser más productivo, más competitivo, si no invertimos más en ciencia y tecnologí­a?

—¿Quién ha sido, a su juicio, el mejor Secretario de Educación en los últimos 40 años en México? ¿ Y por qué?
—No quisiera hablar de los que están vivos, porque los conozco a todos y he compartido con ellos muchas de sus decisiones, aunque también he tenido señaladas diferencias. En todo caso, una figura muy respetable fue Jaime Torres Bodet, quien aparte de su obra literaria dirigió a la UNESCO y le dio con ello a México un lugar especial en el mundo de la educación y la cultura, pero estoy cierto que cada Secretario de Educación, en su momento, en su contexto, ha tratado de hacer las cosas lo mejor posible y serí­a un error pensar que los rezagos educativos, que son inobjetables, son necesariamente atribuibles a una sola persona.

—Los padres de familia suponen, según encuestas nacionales, que sus hijos aprenden lo adecuado en el sistema educativo público. ¿Usted está de acuerdo?
—Creo que falta información, pero también es un hecho que, desafortunadamente, no todos los padres de familia están interesados en la educación de sus hijos y por ello es muy importante que las escuelas los atraigan. Yo tengo una experiencia personal que me dejó muy gratamente marcado. Cuando fui director de la Facultad de Medicina, hace 15 años, convoqué a los padres de familia de los alumnos de primer ingreso, y el auditorio de la Facultad en el que caben cerca de 1,000 personas se llenó a reventar. Fueron centenares los padres de familia que me agradecieron que les hubiera yo convocado. A partir de esa experiencia se empezó ha hacer en muchas otras escuelas y facultades de la Universidad, y hace poco que fui al CCH Naucalpan, me reuní­ con padres de familia y la respuesta fue muy similar. De ahí­ concluyo que a los padres de familia, si se les convoca, se les exhorta, se les estimula y se les compromete, se convierten en los mejores aliados del sistema educativo.

—¿Estamos a tiempo de alcanzar en desarrollo cientí­fico a China, India, Corea, Singapur?
—Son experiencias inobjetables las que han tenido esos paí­ses y bueno, nosotros no hemos sido capaces de hacerlo. Así­ como no tenemos una polí­tica de Estado en materia de educación, tampoco la tenemos en materia de ciencia y tecnologí­a. En el año 2000 invertí­amos 0.40 por ciento del producto interno bruto en esta materia y cinco años después logramos lo que parecí­a imposible: bajar al 0.36 por ciento según datos recientes de la Academia Mexicana de Ciencias. Pero aquí­ no todo es problema del Estado, también el sector privado juega su parte. Según datos recientes del Banco Mundial, el 60 por ciento del gasto para ciencia y tecnologí­a en el mundo del año pasado vino de fondos privados. El mismo Banco señala que el producto interno bruto per capita de los paí­ses ricos es 40 veces mayor en promedio, que el de los paí­ses pobres; pero al mismo tiempo, que los paí­ses ricos invierten 220 veces más que los paí­ses pobres en ciencia y tecnologí­a. Es decir, no podemos echarle la culpa sólo a la pobreza de un paí­s, sino a su falta de interés en la ciencia y en el desarrollo tecnológico. México ocupa el último lugar de la OCDE en todos los indicadores de ciencia y tecnologí­a.

—¿La corrupción, la falta de participación polí­tica, la discriminación, el machismo, la piraterí­a, el narcotráfico, en fin, los rasgos más oscuros de la sociedad mexicana, son factibles de superar con educación?
—No sólo la educación juega un papel fundamental en ello sino también la ciencia. La ciencia que está comprometida con la verdad, enaltece la honestidad; la ciencia que necesariamente se sustenta en la imaginación y la creatividad, propicia la libertad; la ciencia que resuelve sus disputas a través de arbitrajes objetivos, promueve la justicia; la ciencia que intenta modificar paradigmas alberga, en el fondo, una suerte de subversión constructiva. Yo dirí­a que hoy en México gobernar es ante todo educar.

—¿Hay suficiente presupuesto para la educación en México?
—Por supuesto que no, aun sumando el gasto público con el privado, pero también creo que este argumento ya está muy trillado. Lo que es un hecho es que el próximo gobierno en México tendrá una gran oportunidad, si se decide a construir una verdadera polí­tica de Estado en materia educativa. Ahí­ habrí­a un espacio para un gran consenso nacional, el nuevo gobierno podrí­a iniciar con ese gran consenso: poderes públicos, grupos sociales, gobiernos estatales, instituciones autónomas, sindicatos, en fin, porque ése —y yo no veo otro— será el difí­cil camino por el que habrá de transitar nuestra democracia, el de la construcción de consensos, y si no lo logramos, pues no habrá ni reformas ni polí­ticas de Estado ni los avances que el paí­s requiere. Por eso, la educación se nos presenta como la gran oportunidad en la que todos, o casi todos, podrí­amos coincidir.

—¿En qué áreas del conocimiento tenemos más problemas?
—Bueno, de acuerdo a algunas evaluaciones internacionales, las matemáticas parecieran ser un área crí­tica. Pero por otro lado, la experiencia de la Academia Mexicana de Ciencias con las olimpiadas en matemáticas y en quí­mica entre otras, nos muestra que nuestro problema no es, en todo caso, por falta de talento. En neuronas no tenemos porqué sentirnos inferiores a ningún paí­s. Lo que no hemos sido capaces, hasta ahora, es de afinar lo suficiente el sistema educativo, de manera que esas neuronas puedan desarrollarse y expresarse con el potencial que tienen nuestros estudiantes. Si somos capaces de generar las condiciones necesarias, con un sistema educativo robusto, una polí­tica inteligente de investigación y desarrollo, nuestro futuro podrá cambiar, no en el corto plazo, pero sí­ en el curso de una o dos generaciones y no quisiera pensar en cuál será nuestro futuro en caso de no hacerlo.

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