Educación y Ciencia

El Universal
8 de marzo de 2010
Rosaura Ruiz y Alma Herrera

Educación, juventud y trabajo

Los jóvenes, por su situación de buscadores del primer empleo, son el sector que ha recibido el impacto más directo de una profunda crisis del mercado de trabajo, que se expresa tanto en su carencia, como en la baja calidad del empleo disponible. Para los jóvenes, es lugar común hablar de la débil generación de nuevos empleos, concentrada en el sector informal y con bajos salarios; en gran medida, quienes concluyen la enseñanza media tienen un sólo “destino” laboral: insertarse en las cadenas de comida rápida o como vendedores de productos o servicios en alguna plaza comercial, cuya permanencia termina cuando alcanzan los 25 años de edad.

Desde luego, que la principal causa del desempleo se deriva de manera directa, de la crisis económica que experimentamos; así como, de la ausencia de un proyecto de nación que marque la pauta de desarrollo, estimule el mercado interno y se enfoque a nuestras prioridades. Esta precisión es de central importancia para entender que el desempleo en los jóvenes no tiene como el principal factor causal las limitaciones individuales o a la falta de calificación; el desempleo juvenil es un problema sistémico que va desde la economía hasta la educación.

La problemática del mercado de trabajo, alcanza otros complejos ángulos; entre ellos una evidente polarización en la que coexiste por un lado, un creciente sector informal, y por otro, un sector moderno altamente competitivo asociado al valor agregado del conocimiento, la revolución tecnológica y la internacionalización de la economía.

Respecto a este último sector, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) señala que de 10 nuevos empleos en los países desarrollados, ocho son para trabajadores del conocimiento: profesionales con capacidades técnicas, formación práctica, habilidades directivas y espíritu emprendedor (www.observatoriolaboral.gob.mx).

En este último sector, no tienen lugar los trabajos que implican tareas físicas que pueden describirse por medio de reglas deductivas o inductivas; ni aquellos que implican tareas físicas que requieren un control muscular fino; y tampoco los trabajos que se desarrollan a partir de la eficiente ejecución de tareas cognitivas rutinarias, los cuales son los que están sufriendo el descenso más evidente durante la última década.

Para el sistema educativo ello implica una enorme responsabilidad porque exige romper con los modelos que sólo se enfocan a que los alumnos aprendan fundamentalmente a memorizar y reproducir conocimientos y habilidades, y los preparen de manera preponderante, para trabajos que de hecho están desapareciendo cada vez más rápidamente de los mercados laborales. Las habilidades más fáciles de enseñar y de examinar ya no son suficientes para preparar a los jóvenes para el futuro.

Pero tampoco son suficientes, en este siglo, los títulos y grados, pues si bien como afirma la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), los 12 años de escolaridad representan apenas el criterio mínimo para disminuir las probabilidades de caer en la pobreza, los procesos formativos que se realizan en la escuela tendrían que estimular la apropiación de habilidades complejas de pensamiento que los preparen para un trabajo más calificado, complejo y orientado al procesamiento de datos.

Bajo esta óptica, la formación media superior y la universitaria exigen superar los esquemas curriculares fragmentados y extremadamente rígidos, pues el aprendizaje no es un proceso que concluye cuando una persona obtiene un título universitario, un diploma, un certificado de secundaria o de bachillerato, sino que es inherente al proceso de constituirse en sujeto; el aprendizaje así entendido busca satisfacer una necesidad cognoscitiva y constituye la base orientadora de la acción.

Ello exige de innovadores y flexibles procesos de educación formal de larga duración, que no se compensan con la acumulación de cursos cortos y desarticulados, dirigidos al aprendizaje de tareas específicas. El pensamiento experto implica la solución de problemas para los cuales no existen soluciones basadas en reglas y ello abarca las más diversas actividades en ámbitos que van desde la bolsa de valores y el diseño de políticas públicas, hasta la vida cotidiana, la elaboración de un platillo nutritivo o las estrategias para ganar un juego de futbol.

Educar desde el presente para el futuro significa asumir el compromiso de diseñar modelos educativos que partan de la premisa de que un joven que inicie su formación universitaria en 2010 egresará, en el mejor de los casos, en 2015, y que por tanto, deberá estar preparado para una sociedad que demanda personas que posean, ante todo, la capacidad de aprender nuevos lenguajes, procesos e incluso habilidades manuales no rutinarias.

Es imperativo por ende, avanzar en lo que Edgar Morín reconoce como una gran reforma en el pensamiento, que favorezca la capacidad para producir aprendizajes complejos necesarios para recorrer el camino que va desde imaginar una idea hasta aplicarla en el mercado o insertarla en la sociedad.

Nadie estudia para el desempleo, y las instituciones responsables de la formación humana e integral de los jóvenes deben preguntarse ¿para qué trabajo estamos formando a los jóvenes? ¿para qué sociedad estamos formando a los ciudadanos del siglo XXI?


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