La Jornada
13 de enero de 2006
Julio Muñoz
La sentencia emblemática de Ortega y Gasset -yo soy yo y mi circunstancia- me pareció certera en su simpleza desde mis días preparatorianos, pero con los años me he dado cuenta de que tiene su miga. Por un lado, el yo soy a secas alude al ser existencial, como en la rosa es o Fox es, pero en el yo soy yo se hace un uso predicativo del ser, inherente pero no necesario, como en la rosa es blanca o Fox es iletrado (y la jefa Marta también).
Lo existencial y lo accidental se funden y se confunden. Hay otro soy predicativo implícito en la sentencia: el ser en la circunstancia. Primero nos dice Ortega que nuestro ser es nuestro ser, lo que nos lleva a concluir, por ejemplo, que el ser de Fox es ser él mismo, lo que dice poco o mucho, según se vea, para seguir diciendo que el ser es, además, su circunstancia, que es accidental. Fox es Fox y su circunstancia iletrada. No sé si Ortega quiso significar que la existencia del ser lo determina en buena parte la circunstancia, pero a eso me suena.
Aparte del ser metafísico e ignoto, el único ser concreto del hombre es el aparato que interacciona con la realidad externa, esto es, la circunstancia. El ser que construye la conciencia de uno mismo: el sistema nervioso. Somos nuestro sistema nervioso. La diferencia entre los seres humanos manifiesta las diferencias en los modos de respuesta ante la realidad externa, cuya estructura determina hasta cierto punto nuestra estructura interna, según sugieren numerosos experimentos, como los de Hubel y Wiesel, quienes demostraron en gatos que la estructura funcional de la corteza cerebral que sirve a la visión cambia si éstos son expuestos desde que abren los ojos a un campo visual monótono; el cambio interno determina que, juzgando sus respuestas a estímulos visuales, estos gatos no puedan ver como lo hace uno expuesto a un ambiente visual normal. Además sabemos que las circunstancias pasadas, sobre todo las más antiguas, condicionan nuestras respuestas por el resto de la vida. También somos lo que fuimos.
No estoy descubriendo ni el hilo negro ni la ontología ni el existencialismo. Todo esto viene a colación por dos razones. Una, que la percepción y las respuestas, esto es, las experiencias personales, son el ser existencial, y éste está determinado por el ser esencial, que es, otra vez, el sistema nervioso. La ontología científica es el estudio de la formación y la transformación del sistema nervioso. Con ánimo juvenil y en buena onda, el sistema nervioso -el ser esencial, el existencial y el predicativo, todos fundidos- es al hardware como la circunstancia es al software, aunque somos mucho más que la máquina: nuestro hardware se va modificando con el uso del software, y con la modificación los programas -la circunstancia- van siendo leídos de otra manera. La otra razón es que el ser se forja en sus interacciones.
Por fin he llegado adonde quería, aunque, como siempre, cerca del final. La ciencia también tiene un ser existiencial que conoce y transforma haciendo. Ser, conocer y hacer son inseparables. La ciencia es mera especialización metódica en una tendencia humana. Somos lo que conocemos y hacemos, pero se hace lo que se puede dadas las circunstancias. Parafraseando la sentencia de Ortega y Gasset, la ciencia es la ciencia y su circunstancia.
El ser existencial de la ciencia es uno, pero varias las circunstancias que hoy, en México, amenazan al ser de una ciencia que ni se compra ni se vende como la Coca-Cola, ni atrae inversiones, y si no está en el mercado, para los gobiernos neoliberales no merece el gasto. Business is business.
El régimen foxista terminará -¡uffff!-, pero no hay razones para creer que se avecine una circunstancia más favorable. Alguna razón lleva Marcos en su mochila. Reza una máxima, pesimista o realista, que si algo puede salir mal, saldrá mal. Con Fox salió mal, pero si puede salir peor, saldrá peor.
Es hora de que los investigadores entendamos y enfrentemos como un organismo la circunstancia de la cual formamos parte, y abandonemos los discursos individuales ingenuos o falsos, como ése de que la ciencia es un bien cultural, por lo que el gobierno nos debe mimar como a una sinfónica que da conciertos gratis y con público ausente, o que si se aumentan los recursos para la ciencia mexicana ésta resolverá los grandes problemas de México. Sí, Chucha, cómo no. Reconsideremos. La ciencia es un bien que llega a muy pocos, y los grandes problemas del país son menos de índole científica que de índole política. Resolvamos primero los propios problemas, como la creación o el fortalecimiento de un organismo que sea coherente internamente y con el resto de la sociedad. Propongamos posibles soluciones científicas concretas y posibles. Hay membretes y portaestandartes, pero el organismo científico mexicano está desarticulado y débil. Fortalezcamos la Academia Mexicana de Ciencias.
Al menos hay una razón para abandonar los discursos equivocados, ya sean moderados o belicosos: la ciencia les importa tres pitos a partidos y gobiernos. Vale la pena que los investigadores mexicanos nos esforcemos por establecer una política científica de cara a la sociedad labrando primero el terreno: enseñar y divulgar lo que es la ciencia y sus consecuencias. Señalar cuáles son las circunstancias, las estructuras y los recursos indispensables para que la ciencia mexicana dé frutos posibles y apetecibles a mediano plazo. Destacar los efectos que la ciencia puede tener en la educación, a condición de que los investigadores nos comprometamos en la empresa educativa. La ciencia mexicana emergería de su declinación si la asumimos como parte de un proyecto político y los políticos la asumen como una necesidad social. La educación científica no es un lujo, sino una necesidad social primaria. La educación científica es una desgracia en México. La circunstancia se lo está diciendo a gritos a oídos sordos.