La Jornada de Jalisco
6 de mayo de 2009
Daniel Márquez Melgoza
Todo iba «bien» en México mientras escribía mi colaboración el pasado 23 de abril: los periódicos de ese día sólo se ocupaban de temas triviales como la crisis económica cuata de nuestro país: la propia, por nuestro empecinado modelito neoliberal al servicio de una clase privilegiada y la reciente, la global; la guerra contra el narco y el regadero de sangre que va dejando ver, y al que ya nos vamos acostumbrando, y los intentos de instaurar un Estado policiaco, etcétera, para no hablar de los enredos episcopales sobre las residencias duranguenses de El Chapo Guzmán, hombre afortunado a más no poder: tiene la riqueza que quiere y pareciera tener con ella las influencias que necesita para vivir en libertad.
La noche de ese día, a las 23 horas, desde Los Pinos fuimos instalados en el tobogán del brote de influenza, del cual todos los periódicos y demás medios informativos dieron noticia al día siguiente, viernes 24 de abril, en el cual desde entonces viajamos con un vértigo informativo que a todos nos tiene pasmados frente a los ejemplos de pestes virales anteriores en el mundo y las versiones encontradas que dan cuenta de la proverbial desconfianza que se ha ganado el actual gobierno y los países en la búsqueda de soluciones a la crisis mortal del capitalismo conocido.
Confieso la gran confusión que experimenté antes de decidirme por el tema y enfoque de esta colaboración. Es obvio que no pretendo contribuir con mis propias confusiones a que los lectores se confundan más de lo que ya estén con las suyas. Lo que se me ocurre es sumarme a las recomendaciones que se hacen de atender las medidas preventivas que se dan a conocer por todos los medios posibles de comunicación, con el objetivo de que se interrumpa la cadena de contagio. Si es cierto, como se dice, que el 95 por ciento de los pacientes se recuperan, se puede afirmar entonces que no hay motivos para el pánico.
Me llamó la atención saber que las muestras de casos de influenza se hayan enviado a laboratorios del extranjero, Canadá y Estados Unidos (Atlanta). ¿En nuestro país no existe capacidad científica y técnica para aislar cepas virales? He buscado, sin encontrar, alguna declaración de funcionarios de la Secretaría de Salud en la que de manera inequívoca afirmen que no existe esa capacidad en ningún laboratorio de México, como justificación para enviar las muestras a otros países. Si se hubiera negado esa capacidad, se habría contrapuesto a la declaración del funcionario universitario Sergio Alcocer Martínez, secretario general de la UNAM, quien afirma que ese centro de estudios “cuenta con personal especializado y equipo técnico para revisar cepas del virus causante de la influenza porcina” (La Jornada, 30/04/2009). Y va más allá: “hemos tratado de conseguir estas cepas para hacer los análisis correspondientes y compararlas con la información genética que tenemos en la universidad, pero hasta el momento no hemos tenido acceso”. La UNAM tiene personal experto en virología, infectología y en medicina clínica para diagnóstico. Entonces, si en efecto existe esa capacidad, ¿por qué no se confió a ellas el análisis de las muestras?
Por si quedaran dudas, en la página que la UNAM puso al servicio del público para que se informe sobre la influenza, llamada ahora influenza de Norteamérica (www.influenza.unam.mx), hay información que corrobora la capacidad científica y técnica de la máxima casa de estudios de nuestro país para enfrentar con suficiencia la actual contingencia sanitaria. El director del Instituto de Biotecnología, Carlos Arias Ortiz, afirma que “sus investigadores pueden caracterizar molecular y genéticamente el nuevo virus de la influenza, hacer pruebas diagnósticas y producir en sus laboratorios una mayor cantidad de dosis del medicamento Tamiflu, si se obtienen las licencias necesarias de las farmacéuticas propietarias de las patentes”. Afirma que ellos, en sus laboratorios pueden indagar “cuáles son los mecanismos del virus para ingresar a la célula, replicarse, multiplicar su material genético, tomar el control de la maquinaria celular para sintetizar sus propios elementos y después ensamblar nuevos virus para salir de la célula e infectar nuevas células sanas…”.
Entonces, ¿por qué no se entregaron a la UNAM las cepas del virus de influenza que era urgente someter a análisis? ¿Tendrá que ver esta decisión con el sexenal desencuentro del equipo calderonista con la UNAM, documentado incluso desde antes de tomar posesión?
El mismo día en que se inició el tobogán informativo sobre la influenza porcina, compartió primera plana en La Jornada la nota sobre la desaparición de la filosofía, la lógica, la ética y la estética en la Reforma Integral de Educación Media Superior (RIEMS), tema que no ha vuelto a aparecer tras el alud de información que desde esa fecha se ha producido sobre la mayor preocupación de los mexicanos: su sobrevivencia.
La revista Proceso número 1695, del 26 de abril, también se ocupó del tema; por cierto, ambas publicaciones lo hicieron seis meses después de la aprobación de los acuerdos 442 y 444, publicados en el Diario Oficial de la Federación el 21 de octubre de 2008. Al parecer, a todos nos pasó de noche la trascendencia de esos acuerdos; habría que recordar qué acontecimientos desviaron nuestra atención en su momento para dejar pasar reformas tan trascendentes. Aprovechando la coyuntura actual de la gripe, ¿qué asuntos de la vida nacional no se habrán aprobado ya a la ligera en el paquete legislativo final en ambas cámaras del Congreso?
Al respecto de esas reformas, Proceso entrevista a varios de los principales filósofos del país: la doctora Juliana González, ex directora de la Facultad de Filosofía y Letras, entre otras cosas, opina: “una educación sin base humanística, filosófica, ética, etcétera, no es una educación que valga, es simplemente una información que capacita para la vida técnica pero no para la vida humana…”. Por su parte, para la comunidad filosófica, “la reforma educativa de Felipe Calderón está desplazando en la juventud la formación humanística en general y la enseñanza de la filosofía en particular, por materias que responden más a las leyes del mercado internacional. Es decir, incrementar la mano de obra con competencias para el trabajo –por ejemplo, inglés y computación, que pasan a ser materias básicas para todo subsistema–, y generar riqueza material y monetaria, sacrificando otras como la filosofía, que forman al estudiante como ser pensante, crítico, analítico y reflexivo”.
Encomendar a otros países asuntos importantes, como el de la salud nacional, que no se pueden hacer en el propio, hablan de un reconocimiento de las limitaciones científicas y técnicas como país tercermundista. Al mismo tiempo, renunciar a formar a los jóvenes del país como seres críticos y pensantes, es reconocer que se está conforme con el papel secundario que se puede jugar con una población formada para la vida técnica exclusivamente.
En la página de Internet arriba mencionada, en un comunicado conjunto la UNAM, el Centro de Investigación y de Estudios Avanzados (Cinvestav del IPN), la Academia Nacional de Medicina y la Academia Mexicana de Ciencias, dirigido a la sociedad y a la comunidad científica de nuestro país, informan en seis puntos su postura frente a la emergencia sanitaria producida por la influenza porcina o de Norteamérica.
Selecciono el punto 2 para destacar “su convicción de que ahora más que nunca queda clara la necesidad de apoyar el desarrollo de la investigación en nuestro país, en todas sus modalidades”. Quisiera entender que esta convicción de las principales instituciones de investigación y educación superior de nuestro país lleva el mensaje al gobierno de Felipe Calderón de la necesidad de echar a atrás su reforma, supuestamente integral, de educación media superior, que entraña un contrasentido con las necesidades de un desarrollo científico y tecnológico a fondo, porque se pretende independiente y verdaderamente al servicio de los mexicanos, no de las trasnacionales y de sus gobiernos.