El Universal
26 de enero de 2009
Rosaura Ruiz
¿Evolución contra creacionismo?
El propósito de la ciencia es describir y explicar lo que ve en el mundo natural y no está en sus premisas la existencia de un creador; es un campo que no le corresponde
Desde la publicación de El origen de las especies de Charles Darwin en 1859 flota en el aire la rivalidad entre creacionistas y evolucionistas.
Los primeros sostienen que la vida en la Tierra fue creada por un ser superior, mientras que los segundos afirman que la diversidad biológica actual es resultado de la transformación de las especies.
Cabe aclarar que quienes defienden el creacionismo bajo cualquiera de sus diferentes facetas son personas de fe; mientras que quienes abogan por el evolucionismo son científicos.
Se discute qué postura debe enseñarse en las aulas de clase, si hay una más válida que la otra o incluso si son dos explicaciones alternativas al fenómeno de la vida. El punto es que, planteado así, no existe solución posible. El verdadero problema radica en que la evolución es una explicación científica, un hecho irrefutable del que existen numerosísimas evidencias; mientras que el creacionismo es una explicación religiosa, un acto de fe, es decir, pertenecen a terrenos diferentes, a distintas lógicas, distintos objetivos y responden a incomparables necesidades humanas.
El propósito de la ciencia es describir y explicar lo que ve en el mundo natural y no está en sus premisas ni a sus alcances la existencia de un creador. No es competencia de la ciencia analizar las creencias religiosas, pues no es ese el campo que le corresponde, de allí que muchos científicos sean también personas religiosas.
La religión, en cambio, responde a una necesidad diferente del ser humano, la necesidad de creer en algo superior que de sentido a su existencia. Es un campo espiritual que comprende una inmensa variedad de cultos diferentes alrededor del mundo que cuentan con miles de millones de adeptos.
No se trata entonces de dos pares discutiendo diferentes opciones para explicar un mismo fenómeno, sino de dos campos culturales completamente distintos cuyo objeto de atención no es el mismo: a la ciencia no le corresponde opinar siquiera sobre los aspectos que conciernen a la fe, y la religión no tendría que mezclar sus creencias con las explicaciones de los hechos que, se sabe, forman parte del mundo natural.
Es importante resaltar el derecho de las persona a recibir educación científica en tanto la ciencia es un bien público y patrimonio de la humanidad y, además, en México la educación pública por ley es laica.
La enseñanza de la religión no le corresponde a la escuela pública sino a las organizaciones religiosas y a las familias en plena libertad de cultos y creencias.
Los creacionistas claman que la evolución es sólo una teoría y no es por tanto una explicación completamente válida, por lo que arguyen debe enseñarse también o en su lugar el creacionismo. Sin embargo, poner en duda los mecanismos evolutivos para validar las explicaciones de origen sobrenatural es un error grave, pues la evolución es un hecho comprobable. Es una verdad científica que las especies se transforman, el cómo lo hacen y qué lo provoca es lo que aún se debate entre los científicos, no se discute si existe o no evolución porque hay evidencias contundentes que se han ido afianzando con el avance de disciplinas como la paleontología, la embriología, la anatomía comprada, la biología molecular, la genética, entre otras. Es por ello que resulta innegable la importancia de impartir en las aulas este conocimiento estructurante de la biología y trascendente para prácticamente todas las ciencias y decisivo en la historia del pensamiento y de profundas implicaciones sociales y filosóficas. Si como señaló Dobzhansky “nada en biología tiene sentido si no es a la luz de la evolución”, ¿cómo entonces no enseñarla?