EL Universal
29 de septiembre de 2008
Rosaura Ruiz*
El ‘voucher’ educativo y la calidad
El cumplimiento de los más altos fines de la educación no debe ser reducido a la suma de las preferencias personales en función de las ventajas del mercado
He decidido hacer un alto momentáneo en el tema de evolución para abordar un aspecto coyuntural que me preocupa profundamente. Se trata de la propuesta del voucher educativo.
En países como el nuestro, la cíclica convergencia entre el insuficiente financiamiento y la falta de capacidad de las instituciones de educación superior para atender la creciente demanda de la población a este nivel educativo, ha dado lugar a la propuesta de medidas que tienen como objetivos plantear alternativas al financiamiento público, ampliar las oportunidades de acceso garantizando la calidad y diversificar las opciones educativas en función del comportamiento del mercado de trabajo impulsando carreras técnicas.
En esta ocasión, me referiré sólo a una de las alternativas que se ha propuesto para el financiamiento de estudios superiores y que, en las últimas semanas, ha ocupado espacio en los medios electrónicos. El voucher educativo es un instrumento que tiende a sustituir el subsidio federal y estatal destinado a instituciones educativas públicas con uno que se otorga a particulares con base en argumentos que van desde la elevación de la calidad hasta el logro de la equidad, en un país como México, en el que la baja recaudación de impuestos impide que los ingresos tributarios sean suficientes para cubrir el gasto social.
En este marco, tiende a presentarse un cambio de dirección en el subsidio y se promueve el diseño de instrumentos como “vales gubernamentales” o vouchers que canalizan el subsidio hacia los individuos y las familias. Cabe destacar que el monto de dinero que los estudiantes reciben no tiene que “pagarse” porque es un subsidio, no un crédito.
Este cambio se fundamenta en la dinámica de la oferta y la demanda del mercado, con lo que se establece un paralelismo entre la elección del público para adquirir un bien material y para acceder a un servicio, en este caso el de la educación. De este modo, el estudiante se transforma en cliente, la educación en una mercancía y las IES en establecimientos comerciales.
Se ha observado que un entorno de competitividad por el mercado no contribuye a mejorar la calidad. Las escuelas públicas no imprimen mayores esfuerzos por la calidad, ante la posibilidad de disminuir su matrícula, y las instituciones particulares tampoco, pues los estudiantes y sus familias no basan sus decisiones en criterios académicos, sino en los servicios que agregan valor económico: cafetería, instalaciones deportivas, entre otros.
*Presidenta de la AMC