La Jornada
28 de octubre de 2005
Karina Aviles
El académico obtuvo el Premio Nacional de Ciencias en fisico-matemáticas
Lamenta la ausencia de un retiro adecuado y digno de los investigadores, »muchos siguen trabajando a los 80 o 90 años»
»Una de mis experiencias principales fue descubrir la belleza de las matemáticas»
José Antonio de la Peña Mena, ganador del Premio Nacional de Ciencias en el campo de las físico-matemáticas y naturales, advierte que el sistema científico mexicano ni siquiera ha llegado a su madurez y ya «se está volviendo viejo» por la falta de renovación de cuadros. Incisivo, observa que existe una relación «tan pervertida entre lo que se dice y se hace» que se aprueban leyes como la de destinar uno por ciento del producto interno bruto (PIB) a las actividades científicas y no hay la menor intención del gobierno de hacer realidad esas normas.
Posdoctorado en la Universidad de Zurich, Suiza, y especialista en los campos de investigación de la teoría de las representaciones de álgebra, el matemático considera que el modelo utilizado para el crecimiento del sistema científico está agotado porque ahora sólo sirve para mantener el aparato, pero «precariamente».
En plática con La Jornada, el también ex presidente de la Academia Mexicana de Ciencias hizo un recorrido por el pasado, por aquellos años en que de niño, ya sea por sentencia de sus padres o por decisión propia, decía que quería ser científico, y también mira hacia un futuro en el que habrá menos plazas para los investigadores, una alarmante fuga de cerebros, un sistema muy envejecido y una ciencia mexicana obsoleta, si las cosas continúan como hasta el momento.
Los primeros años
Desde la primaria hasta el posdoctorado, José Antonio de la Peña estudió en el sistema de educación pública, del que tuvo, enfatiza, una experiencia muy positiva. La educación impartida por el Estado y su dedicación a los estudios le dieron la oportunidad de descubrir el mundo de la ciencia.
Con sonrisa franca, confiesa que «era un nerd«, pero subraya el tiempo pasado. Lo cierto es que siempre obtuvo excelentes calificaciones, por las que ya desde la secundaria obtuvo becas que, más tarde, en la universidad, le permitieron dedicarse de lleno a estas actividades.
Otro factor fue el familiar: «En mi casa, mis padres y mi abuela materna eran muy motivadores. Les gustaba la idea de tener un hijo científico. Entonces, más o menos a los 10 años, yo tenía idea de que quería ser científico, pero más bien físico».
Al ingresar a la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) se matriculó en la licenciatura en Física; entonces descubrió lo que «realmente eran las matemáticas» y se cambió de carrera.
Inició entonces una larga trayectoria que con el tiempo lo llevaría a obtener reconocimientos tales como la Distinción Universidad Nacional para Jóvenes Académicos en Investigación en Ciencias Exactas (1989), el Premio de la Academia Mexicana de Ciencias en Ciencias Exactas (1994) y el Premio de la Academia de las Ciencias del Tercer Mundo (2002).
La verdad, dice, «me la he pasado bien como matemático. Lo que he hecho, tanto en mis estudios como en mi carrera profesional, ha sido con gran placer».
Entonces se le pregunta de inmediato: »Â¿cómo se puede sentir placer con las matemáticas?» Pasan unos segundos y responde: «de muchas maneras: una de las experiencias principales es el placer de descubrir la belleza de las matemáticas.
«Y esta sensación no es privativa del quehacer matemático. En general, pienso que cuando uno está haciendo cualquier cosa y la entiende, hay una sensación interna de descubrimiento que se asemeja al placer estético.»
Matemáticas, ¿para qué?
De la Peña considera que la importancia de las matemáticas radica en dos cosas fundamentales: una son las matemáticas como ciencia, pues dicha disciplina está en la base «de todos los desarrollos científicos. Las matemáticas son lo que da estructura y lo que permite comprender más a fondo los fenómenos en todas las ciencias». El otro aspecto radica en que las matemáticas son fundamentales en la educación, porque tienen cualidades formativas.
Si se enseñan bien, indica, sirven para formar un pensamiento ordenado, mostrar metodologías, plantearse problemas, resolverlos e identificar cuáles son sus variables relevantes.
Considera que para ser matemático completo es necesario generar nuevos conocimientos, interactuar con científicos de otras áreas y con profesores de los distintos niveles educativos. Sobre esto último, pone énfasis en que para mejorar la calidad del sistema educativo se requiere que los científicos derramen su conocimiento en el nivel básico y medio para fortalecerlo.
Los científicos y la política
Para el matemático, la administración foxista ha sido «igual» que los regímenes anteriores y, al haber una continuidad de lo que se tenía, «los problemas se exacerbaron porque ya estaban allí», por lo que «si se siguen haciendo las mismas cosas llegará el momento en que estalle el problema».
Históricamente, indica, el gobierno mexicano apoyó la ciencia a un nivel que le permitió un crecimiento lento, pero crecimiento al fin. Sin embargo, «el esquema se agotó» porque el presupuesto que se daba anteriormente a la ciencia no es suficiente para que crezca el sistema científico de hoy. Por ejemplo, recuerda que desde 1990 la ciencia se estancó en este renglón; desde ese año hasta la fecha sólo se ha creado un centro Conacyt de investigación, cuando entre 1970 y 1990 se construyeron 26.
Por ello, dice, se requiere de mayor presupuesto -«si bien es cierto que se ha sobrevalorado su importancia»-, pero fundamentalmente se necesita de una mejor planeación porque «no hay una idea clara de hacia dónde vamos como país».
Lo anterior, añade, significaría tomar una decisión sobre aquellas áreas que nos interesa desarrollar, formar a estudiantes en esas disciplinas, crear centros de investigación en dichas áreas, apoyar la creación de infraestructura industrial y hacer que todos estos elementos funcionen «combinadamente».
Sin embargo, lamenta, lo que actualmente se tiene es un presupuesto insuficiente para crecer, y ello repercute en la falta de apertura de centros de investigación, de creación de plazas, de renovación y de crecimiento de la infraestructura existente.
El resultado de todo es que «el sistema de investigación mexicano se está volviendo viejo cuando ni siquiera hemos alcanzado una madurez. Esto, pese a que es joven en cuanto que tiene 50 o 60 años de existir», destaca.
En ese sentido, enfatiza que uno de los «vicios del sistema universitario» es la ausencia de un retiro adecuado y digno. En consecuencia, el promedio de edad de los investigadores está por arriba de los 50 años. «La mayoría optan por seguir trabajando así tengan 80 o 90 años, cosa que por un lado es muy loable, pero por otro, abre pocas oportunidades para que los jóvenes puedan ingresar.»
Por último, frente a la coyuntura electoral, De la Peña considera que puede ser muy útil que los científicos tengan opiniones y recomendaciones que hacer a los aspirantes a la presidencia de la República.
No obstante, observa que es muy difícil que los compromisos de campaña no se queden en eso porque «estamos llegando a una situación tan pervertida entre lo que se dice y se hace realmente, que se aprueban leyes -olvidémonos de las promesas de campaña- como la de invertir 8 por ciento del PIB en educación y uno por ciento en ciencia, y no hay la menor intención del gobierno, del Ejecutivo y del Legislativo para hacer realidad esas leyes».
A mediados de diciembre, José Antonio de la Peña Mena recibirá este galardón, que, si bien premia el trabajo personal, «me gustaría que pudiera entenderse como un reconocimiento a la importancia de las matemáticas» y al esfuerzo que han hecho los científicos por llevar este conocimiento a los niveles educativos básico y medio.