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5 de agosto de 2008
Rosaura Ruiz

Evolución

La gran aportación de Lamarck

En vista de las numerosas celebraciones que tendremos alrededor del mundo y particularmente en México en 2009, Año de la Evolución, podemos empezar por conocer un poco la historia del pensamiento evolutivo que, sin ser heredero directo ni lineal de visiones del pasado, hunde sus raíces en cosmovisiones de tradiciones explicativas occidentales.

Esta historia se puede iniciar remontándonos hasta los griegos, en donde se habla de ciertos esbozos de un pensamiento «transformista» embrionario como en el caso de Empédocles, o el caso de Aristóteles, en cuyas ideas algunos autores han visto el transformismo, principalmente a través de las relaciones entre organismos, en la ampliamente utilizada durante siglos «escala natural». En ésta se organizaba a las plantas y animales de acuerdo a su complejidad, de lo más simple a lo más complejo.

Esta idea ha permanecido fuertemente enraizada hasta el día de hoy entre quienes consideran la evolución como un proceso lineal.

Esta historia continúa hasta el siglo XVIII con naturalistas como el francés George-Louis Leclerc, conde de Buffon, quien desarrolló la idea de que las especies sufrían un proceso de degeneración o mejoramiento dependiendo de las condiciones ambientales. Una de las contribuciones más claras en la apertura de la discusión de la transformación de las especies fue la Filosofía zoológica (1809) de Jean-Baptiste Lamarck, una figura relevante no sólo para la historia del pensamiento evolutivo, sino de la biología en general, ya que a él debemos el concepto y la definición de biología, así como la división de los animales en vertebrados e invertebrados.

En lo que respecta a la evolución, su obra es la primera mención explícita de una teoría de la evolución, pues establecía dos principios básicos: la tendencia interna de los organismos hacia la complejidad a lo largo de una escala de progreso, y la adaptación de los organismos a su medio a través de dos leyes, el uso y desuso de los órganos y la herencia de caracteres adquiridos.

Por ejemplo, Lamarck explicó el que las jirafas tengan el cuello largo así: el ambiente crea en ellas la necesidad de alimentarse de plantas altas; por eso, en una generación estiran el cuello para alcanzar alimento.

Esta característica, adquirida por los padres, se hereda a los hijos, quienes ya nacen con el cuello largo. Dependiendo del uso que esta segunda generación le dé al cuello largo, es decir, del uso o desuso de esta característica, el cuello se heredará o no a la tercera generación.

Cabe resaltar que aunque estas leyes fueron refutadas en buena medida por teorías que le siguieron, como la propuesta por Darwin y Wallace, la idea general de la propuesta de Lamarck también ha permanecido enraizada en el pensamiento popular. Hay que subrayar que pese a que los mecanismos propuestos por Lamarck fueron mostrándose como carentes de bases con el paso del tiempo, su propuesta de que efectivamente la evolución es un hecho es una aportación clave para el pensamiento evolucionista.

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