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18 de septiembre de 2007
Grupo Reforma
La especialista de la UNAM lamentó que el crecimiento numérico y cualitativo de la comunidad sismológica mexicana haya sido lento
Ciudad de México .- «El sismo de 1985 constituyó un parteaguas en la investigación sismológica en México», afirma Cinna Lomnitz Aronsfrau, investigador del Instituto de Geofísica de la UNAM, quien sostiene que durante la primera década posterior al terremoto hubo un importante incremento en la investigación y en el número de publicaciones científicas tanto por investigadores mexicanos como extranjeros.
En un comunicado de la Academia Mexicana de Ciencias (AMC), Lomnitz mencionó que los científicos del país han aprendido más acerca de este fenómeno y de cómo afecta a la Ciudad de México, pero lamentó que el crecimiento numérico y cualitativo de la comunidad sismológica mexicana ha sido lento, lo que indica una falta de realismo sobre la percepción del peligro sísmico.
Lomnitz comentó que, a 22 años del sismo de 1985, son muchas las cosas nuevas que se saben, por ejemplo, antes se pensaba que los suelos blandos amortiguaban las ondas sísmicas y hoy se sabe que las construcciones en suelo blando se encuentran en peligro.
Explicó que cuando sucede un sismo en el Pacífico las ciudades costeras no deben sufrir un gran daño puesto que el subsuelo es muy duro. Pero el sismo busca un canal natural llamado guía de ondas, que conduce la energía sísmica hacia el interior por lo que al llegar a la Ciudad de México, se acopla con otra guía de ondas en la capa de lodo que dejó el antiguo lago. La energía queda atrapada en ese estrato y las ondas rebotan en su interior hasta durante cinco minutos.
Agregó que la investigación en sismos beneficia a nuestro país «de rebote», pues a medida que las contribuciones científicas de los expertos mexicanos son más reconocidas en el extranjero se reflejan en avances tecnológicos que también son adoptados en México.
Otro ejemplo del aprendizaje tras el sismo de 1985 se aprecia en el efecto de «golpeteo» que, si bien era conocido por los sismólogos, después del terremoto se comprendió mejor y ayudó a modificar los criterios de construcción, afirmó Carlos Valdez, jefe del Servicio Sismológico Nacional.
El efecto «golpeteo» consiste en que los edificios deben vibrar para liberar la energía que les está siendo transmitida por las ondas sísmicas que provienen del subsuelo.
En 1985 los edificios que vibraban se encontraron con que exactamente al lado y pegado a ellos se construyeron otros edificios de menor tamaño que impidieron el modo natural de vibración. Al suceder esto, se generaron esfuerzos que ocasionaron el colapso de uno o varios pisos, dijo Valdez .