Inicios inciertos de una carrera académica

La Crónica de Hoy
5 de septiembre de 2007
Dr. Adolfo Martí­nez Palomo

La semana pasada recordamos los primeros tres años de publicación continua de artí­culos escritos en La Crónica de Hoy por miembros del Consejo Consultivo de Ciencias de la Presidencia de la República (CCC).

Además de esta iniciativa exitosa de la comunicación entre los investigadores y el público, el CCC, en colaboración con la Academia Mexicana de Ciencias, el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnologí­a y el Fondo de Cultura Económica están por concluir un volumen en el que miembros del CCC relatan, de manera informal, algunas de sus andanzas académicas. Va a continuación un extracto de mi historia personal al empezar mi carrera cientí­fica, que como la de muchos otros, tuvo una buena dosis de incertidumbre.

Me inicié en la investigación biomédica en el transcurso del segundo año de la carrera de medicina, gracias a la oportunidad que el Dr. Dionisio Nieto, (afamado siquiatra y miembro distinguido del exilio español) me brindó para aprender los rudimentos en su laboratorio del Instituto de Investigaciones Médicas y Biológicas de la UNAM, bajo la supervisión del doctor Alfonso Escobar.

Al finalizar mi año de residencia clí­nica en el Hospital Español logré hacer mi servicio social dedicado a la investigación en el Instituto Nacional de Cardiologí­a, bajo la tutela del doctor Isaac Costero (otro distinguidí­simo republicano exiliado). El tema de mi tesis de licenciatura fue poco común y un tanto macabro: se me encomendó el estudio de la circulación de la hipófisis, la suprarrenal y el cuerpo carotí­deo del hombre, mediante la elaboración de moldes de gelatina o de plástico en cadáveres que llegaban al servicio de Anatomí­a Patológica del Instituto.

En los dos últimos años de la carrera de medicina, la mayorí­a de los estudiantes tení­amos la misma disyuntiva: ¿qué hacer al graduarnos como médicos? Mi dilema era triple: tení­a pensado estudiar medicina interna (no sabí­a en qué paí­s); hacerme dermatólogo (tení­a una oferta informal de un conocido profesor de la especia-lidad que trabajaba en Miami), o dedicarme al estudio de la patologí­a por medio del ¡último grito de la moda!: el microscopio electrónico. De lo que no tení­a duda alguna es que no querí­a pasarme la vida profesional haciendo autopsias. El doctor Costero acababa de recibir el regalo de uno de esos maravillosos microscopios que prometí­an (como así­ ocurrió) revolucionar el conocimiento í­ntimo de las células y de los tejidos, tanto normales como patológicos.

El conocimiento sobre la estructura, composición y funciones de las células experimentó un avance extraordinario en la segunda mitad del siglo XX. La introducción en los años cincuenta de la microscopia electrónica, de la centrifugación diferencial, aunada a nuevas técnicas de análisis bioquí­mico y de las innovaciones de la electrofisiologí­a sentaron las bases de una nueva y vigorosa ciencia: la biologí­a celular.

Al inicio de esa revolución cientí­fica se aceptaba que en los organismos multicelulares la coordinación de las acciones de los diferentes tejidos se realizara solamente mediante acción de las hormonas y del sistema nervioso. Las células de los metazoarios eran consideradas como entidades aisladas entre sí­, hasta los años sesenta, cuando Loewenstein (fisiólogo chileno radicado en Miami) encontró, primero en células de glándulas salivales de dí­pteros y después en epitelios de mamí­feros, la existencia de la comunicación intercelular, mediante la cual los citoplasmas de los componentes de un tejido intercambian señales, iones, moléculas pequeñas, y nutrientes, entre otros.

En un ejemplo clásico de serendipia, Loewenstein y sus colaboradores encontraron al estimular eléctricamente una cadena de células epiteliales, el libre paso de la señal eléctrica hacia células vecinas, tal como se habí­a demostrado en los tejidos excitables, como el miocardio o en ciertos circuitos del sistema nervioso central. Posteriormente mostraron que, además de permitir el libre paso de corriente entre células, la comunicación intercelular permití­a desplazamiento de colorantes fluorescentes de bajo peso molecular que al ser inyectados en el interior de una célula se movilizan a las células vecinas, que por lo tanto no son entidades aisladas entre sí­. Se logró así­ demostrar que las células están unidas por canales intercelulares que les permiten intercambiar moléculas pequeñas y señales, si bien en un inicio se desconocí­a por completo el papel funcional de la comunicación intercelular, que hoy es un tema de amplio interés tanto para la biomedicina, como para la medicina clí­nica. Poco después, en 1966 Loewenstein y Kano encontraron para su sorpresa que varios tejidos cancerosos están desprovistos de comunicación intercelular.

Las observaciones de Loewenstein abrí­an una gran incógnita: ¿cuál serí­a el sustrato anatómico de la comunicación intercelular y cuál el defecto responsable de la falta de comunicación entre células cancerosas?

En relación con la primera pregunta, la ultraestructura de unos contactos celulares microscópicos, los nexos, acababa de ser descrita en 1967 y las evidencias sugerí­an fuertemente el papel de éstos como los puentes que establecí­an contactos entre las células. Si esta hipótesis resultaba cierta, la ausencia de comunicación celular en los tumores malignos podrí­a deberse a la falta de nexos en esos tejidos.

Era natural que mi curiosidad se despertara ante estas preguntas. Además, por esos años, yo trabajaba en los veranos en el laboratorio de microscopia electrónica del Instituto de Investigaciones Cientí­ficas sobre el Cáncer, en Villejuif, Francia, lo que me ofrecí­a la oportunidad de analizar la ultraestructura de los contactos intercelulares en tejidos normales y cancerosos.

Tení­a ya cierta experiencia en el campo de la microscopia electrónica, adquirida primero en el Departamento de Patologí­a de la Universidad Queen´s, en Kingston, Canadá, con el doctor Sergio Bencosme. Posteriormente, a mediados de 1966, inicié mis trabajos de investigación en Villejuif, en el laboratorio de uno de los grandes expertos en el estudio de la patologí­a del cáncer por medio de la microscopia electrónica: el doctor Wilhelm Bernhard.

El doctor Bernhard, a mi ingreso a su equipo de investigación, me dio a escoger tema de trabajo y yo, ni tardo mi perezoso, decidí­ analizar células cancerosas con el microscopio electrónico. Tuve mucha suerte, ya que primero concentré mi interés en el estudio de la superficie de células normales y tumorales en cultivo y encontré diferencias que fueron tema de varias publicaciones, alguna, completada ya en México.

En 1968 decidí­ probar si las observaciones funcionales de Loewenstein sobre la falta de comunicación entre células normales tení­an algún sustrato estructural. Los hallazgos no tardaron en llegar: los tipos de fibroblastos normales estudiados mostraron abundantes nexos, en cambio no encontré estas uniones en tres de un total de cinco diferentes tipos de células transformadas. Los resultados, publicados en 1969 en la revista Cancer Research, fueron citados con profusión.

Varios investigadores confirmaron posteriormente que, en general, las células cancerosas en cultivo no están unidas por nexos y no presentan comunicación intercelular al ser analizadas por métodos electrofisiológicos. La ausencia parcial o completa de uniones herméticas y de uniones en hendidura en células cancerosas no sólo se acepta como una caracterí­stica de las células cancerosas, sino que sigue siendo tema de actualidad de numerosos grupos de investigación, abordado hoy en dí­a con las técnicas modernas de la genética y de la biologí­a molecular.

Existe una relación inversa entre el grado de comunicación intercelular y la velocidad de crecimiento celular. Al restaurarse en células tumorales el acoplamiento celular mediante transfección, se disminuye el potencial tumorigénico de las mismas. Además, la capacidad de células no transformadas de inhibir el crecimiento de células cancerosas también está influenciada por el grado de comunicación intercelular.

Después de haber realizado, con algo de suerte y mucho empeño, observaciones que con los años fueron pioneras en el conocimiento de la estructura de las células cancerosas, vinieron investigaciones sobre enfermedades parasitarias. Pero esa es otra historia.

*Coordinador General del Consejo Consultivo de Ciencias de la Presidencia de la República (CCC)

consejo_consultivo_de_ciencias@ccc.gob.mx

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