La Crónica de Hoy
6 de junio de 2007
Flavio Mena
Recientemente, como tutor del programa de Posgrado en Ciencias Biológicas, Biomédicas y Bioquímicas de la UNAM, y en el cual participa el Instituto de Neurobiología donde yo trabajo, recibí una comunicación por correo electrónico de parte de las coordinaciones de los posgrados arriba mencionados. En ella, y a partir de una lista de ¡áreas generales del conocimiento! (las comillas son mías), se me pide que marque con una ¡x! la línea (ya no el área) que mejor describe el trabajo de investigación que realizo. También se indica que si ninguna (de las enlistadas) representa suficientemente bien el área, la designe en un renglón adicional titulado ¡otra!, y entre paréntesis, ¡áreas generales no muy específicas! (comillas del autor).
Al revisar la lista de las mencionadas áreas del conocimiento, en diez de las trece incluidas, encontré que el prefijo bio precede e indica el área específica, por ejemplo, bioquímica, biomedicina, bioinformática, bioestructura, biocatálisis, bioingeniería, etc., además de la neurobiología. Sólo quedan fuera de las bios, la ecología, la genómica, proteómica y las ciencias ambientales. Dentro de esta lista es evidente que algunas áreas de cierta tradición como la bioquímica y la biofísica se han conservado como tales. Otras de más reciente reconocimiento como la ecología, se registran. Sin embargo están ausentes otras áreas clásicas del conocimiento, que tanto en el país como en el extranjero, siguen vigentes y han sido el origen de muchas subdisciplinas (aparentemente no consideradas como generales ¡no muy específicas!, vide supra). Así, es de hacer notar que no están incluidas algunas áreas como la fisiología, la farmacología, la anatomía, la embriología, entre muchas otras. Surge la pregunta ¿es qué no son muy específicas? ¿o es que además habrán desaparecido de las ciencias biológicas?
No lo sé, pero supongo que ello se debe a que en nuestro país, ya se acabaron los fisiólogos, anatomistas, farmacólogos y los especialistas que referí. Ellos fueron, no obstante, los que precisamente con esas áreas del conocimiento científico, dieron origen a trabajos muy relevantes de investigación científica creando verdaderas escuelas de pensamiento y de formación de investigadores en nuestro país. Todo ello condujo en su momento, con gran mérito, al reconocimiento de la profesión de Investigador de Tiempo Completo y a la creación de las Comisiones Dictaminadoras en la UNAM. A pesar de que cuando se iniciaron no existían instalaciones, salarios, equipo, personal auxiliar ni infraestructura adecuados para la empresa que iniciaron.
Posteriormente, con el paso del tiempo, se introdujeron cambios de política académico—administrativa que han modificado la manera de hacer y de interpretar la ciencia y hasta de formar investigadores, o de la actitud que se tiene hacia su trabajo. Los cambios estuvieron orientados a intentar mejorar y formalizar todos los aspectos de la investigación, desde fijar los requisitos para el ingreso y la formación y promoción de los investigadores, hasta la definición de la calidad del trabajo producido y su evaluación consecuente. Ello trajo como resultado una disminución en la espontaneidad, en la visión integrativa y en la improvisación, al realizar el trabajo de investigación. Asimismo, han dado lugar a un menor interés por la investigación básica y a la creación de un nuevo tipo de investigador caracterizado por una actitud pragmática ante la ciencia y la formación de nuevos investigadores. De esta nueva época es un ejemplo el actual listado de áreas antes señalado. Esta época es compleja y ha llenado de prerrequisitos las condiciones para ser y formar científicos.
Después de treinta y cinco o cuarenta años sigue siendo una época de transición.
A todo lo anterior, y de manera por demás desafortunada, habría que agregar el énfasis, ahora renovado, que se pretende dar a la investigación científica en México tendiente a reformarla y reorientarla, para que, mediante una nueva transformación radical de las organizaciones científicas y a través de la tecnología y de la innovación tecnológica, atiendan y den solución a los grandes problemas económicos y sociales del país.
Dentro de la aparente lógica de estas tendencias se encuentra el menospreciar a la investigación básica por considerar que ésta se realiza sólo ¡por curiosidad!, y que su actividad carece de una orientación directa hacia la solución de los problemas sociales; siendo que no aporta nada en esa dirección social, pues puede ser perfectamente prescindible. Al ser prescindible, no merece el apoyo que pretende. Lo más grave de esto, y de lo que ha venido aconteciendo a lo largo del tiempo, es el hecho de que en la inserción, desarrollo e implementación de estas políticas, han participado científicos destacados de nuestro país y no sólo administradores o políticos. Prueba de esto es el documento titulado ¡Bases para una Política de Estado en Ciencia, Tecnología e Innovación! del Foro Consultivo Científico y Tecnológico, así como el documento ¡Por un Nuevo Paradigma de Política Pública para el Conocimiento y la Innovación en México!, de la Academia Mexicana de Ciencias.
En ambos textos se han sustentado sus propuestas soslayando, en primer lugar, que tanto la investigación tecnológica como la innovación, se llevan a cabo al parejo y al lado de la investigación científica básica, en las instituciones públicas de educación superior. El hecho de que la investigación básica no tenga una orientación directa hacia la solución de los problemas sociales, se debe a que su funcionamiento y la calidad e importancia de sus aportaciones surgen sólo a partir de su propia lógica que implica un principio de autonomía, hacia la generación de conocimientos científicos. Es evidente que estos conceptos, que han sido defendidos por científicos franceses frente a un intento del gobierno de aquel país por adelantar una reforma similar a la que se ha generado en nuestro país, son de validez universal y han sido motivo importante de preocupación en el Consejo Consultivo de Ciencias.
En la medida en que el Estado no asuma su responsabilidad como el principal garante y promotor de la ciencia, y no sea considerada ésta como un bien público, es evidente que no sólo la investigación científica que se realiza en México, particularmente en las universidades públicas, se verá seriamente afectada, sino también la formación de recursos humanos calificados así como la educación y la cultura en general del país. Por estas consideraciones, es de la mayor importancia, e invito a corregir a la brevedad, los de por sí escasos e incompletos argumentos en los que se sustenta la pretendida reforma a la política científica y tecnológica del país.
*Miembro del Consejo Consultivo de Ciencias de la Presidencia de la República (CCC)
*Investigador Titular del Instituto de Neurobiología, Campus UNAM-UAQ Juriquilla, Qro.
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