Causa y efecto

Milenio Diario
2 de enero de 2007
Horacio Salazar

Vamos de mal en peor. El presidente Felipe Calderón y su equipo enseñaron el cobre al elaborar el presupuesto, porque dejaron de lado lo que no les interesó y se llevaron entre las patas a la ciencia y la tecnologí­a. Y en feliz armoní­a, si el Presidente no juzga a estos rubros como importantes, menos lo hizo el Congreso, convertido de cena de negros en melosa unanimidad que duró mientras se repartieron con el peor de los cinismos los dineros de todos los mexicanos.

Lo peor del caso es que estas tarugadas coexisten con medidas correctas, de modo que la percepción general es que Calderón ahí­ la lleva, que está haciendo bien las cosas. La voz quejumbrosa de los cientí­ficos no se alcanza a escuchar, opacada por el contar de las monedas en las curules.

Tiene razón la Academia Mexicana de Ciencias, que ayer formuló una toma de posición advirtiendo que la asignación presupuestal, equivalente a 0.35 por ciento del PIB, es una de las más bajas en 20 años y pone en peligro el futuro de nuestra población.

Si eso suena como una queja, se debe a que es una queja; una amarga, triste, decepcionada y patética queja más. En mi opinión, arrancarle a la ciencia y la tecnologí­a mexicanas la oportunidad de siquiera mantenerse con decencia es una infamia tal vez comprensible en algunos de los legisladores (que son buenos para la ¡negociada! partidista pero jamás podrí­an ser acusados de exceso de neuronas), pero absolutamente inexcusable en quienes presumen de funcionar a base de inteligencia.

¿Qué puede causar este desplome claro en la inversión federal en ciencia y tecnologí­a? Ya lo está causando: una emigración entendible de lo mejor de lo nuestro.

Ayer mismo, MILENIO Diario publicó los resultados de un informe elaborado entre varias instituciones: la Ibero, el ITAM, el Colmex, el Pew Hispanic Center y la Universida de Georgetown.

Lo que este informe dice es que los licenciados mexicanos no se van al otro lado porque el tí­tulo no les da ninguna ventaja. De los que tienen maestrí­a, se va por lo menos el 19 por ciento. De los que tienen doctorado, se va 39 por ciento.

¿Por qué se van? Porque estudian y aprenden para tener mejores oportunidades, algo que no encuentran en este paí­s del que se han apoderado poco a poco grupos de personas que, al amparo de la ley o a pesar de la ley, desprecian profundamente al conocimiento y al saber, personas para las que ciencia y tecnologí­a son algo tan remoto como la Luna.

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